Ladrones de almas

El bloque nacionalista catalán ha hecho aguas, se ha ganado una guerra, no se ha derrotado. La decadencia que ha sufrido Cataluña durante el proceso independentista es la prueba evidente.

Puigdemont ha quedado como aquel hombre que huyó en mitad del conflicto. Su fugaz vuelta con el único afán de acaparar un protagonismo,-que ya no tiene- ha sido algo indigno e irrespetuoso.

El PSOE se hace cargo de enderezar el camino, aunque hay que esperar a ver cómo actúan a raiz del abandono que ha sufrido Cataluña, debido a las políticas irracionales en búsqueda de una Nación.

La relación entre cultura y política es el núcleo duro. El nacionalismo es una doctrina política y un producto específico de la modernidad, ya que se dan los ideales de democracia, soberanía popular, y autodeterminación. La nación surge cuando en la Ilustración los hombres empiezan a exigir libertades delante de los reyes y de la Iglesia, que monopolizaba la religión para ejercer control y poder sobre la población. Cuando empiezan a independizarse de una jerarquía establecida nacen otras. De ahí proviene el sentido etimológico de nación. Nace el pueblo como soberano. La diferencia cultural es el brazo armado para el sistema político que lo utiliza cuando ejerce el poder  en busca de una nación como argumento de derecho adquirido. La supremacía y la discriminación entran en juego en este punto de alteridad.

Hay que diferenciar entre el discurso político que apunta a la sinrazón del pueblo y la naturalidad del ethos. Según el punto histórico social de la lucha se utilizan unos argumentos limítrofes u otros, un ejemplo sería monopolizar una clase de historia de bachiller y enseñar la misma desde el punto de vista nacionalista catalán y no desde un punto de vista neutral, y de esa forma crear el “habitus” del que nos habla el sociólogo francés Pierre Bourdieu. La idea de poder en el pathos es un elemento clave para remover las entrañas a nivel individual, ya que otorga de una “libertad de decisión” ilusoria pero real para el conjunto del ethos. De esta forma el logos se construye con base a “certezas” que el conjunto protagonista acoge en su sinrazón como alcanzables o como motivos de discordia e “impulso nacional”.

Lo normal es que las sociedades quieran formar nación y así disponer de sus plenos derechos formando parte de algo superior, diferenciándose de todas las demás. Ése en sí es el objetivo, marcar la diferencia, y es estableciendo límites, creando cultura y partidos políticos.

Para no ir mucho atrás en la evolución del proceso independentista, hay que especificar que todo empezó a cobrar algo de forma con la inmersión lingüística que impulsó Jordi Pujol en los años ochenta, después de que la dictadura cayera,y se redactara la nueva Constitución, en donde se contemplan los derechos de las lenguas de las diferentes comunidades autónomas (Art.3 CE). En los colegios se empezó a enseñar el catalán como lengua nacional, hasta el punto de que en algunos pueblos del interior de Cataluña, de mano de CIU, las circulares a las familias se emitían en catalán y en árabe, pero no en castellano, teniendo así que defender nuestro derecho a uno de los idiomas oficiales, e incluso traducir a los vascos que vivían entre nosotros.

A lo largo de los años se ha ido fraguando un sentimiento catalanista, se ha engañado a los jóvenes -que ya no lo son tanto- que iniciaron el “movimiento independentista”, que como todo el mundo sabe era algo social, y no político, ellos también se han visto traicionados por sus dirigentes.

La realidad ahora es la del exilio, no solo de los lobos con piel de cordero, sino la de muchos, que deseábamos salir de una tierra que nunca aceptó nuestra identidad española.

La mayoría silenciosa ha ido ganando terreno, mediante una lucha apacible, pero terca. Los ladrones de almas se dedicaron a emitir mantras, que se integraban en la psique del pueblo cansado convenciéndolos, de que el problema eran las políticas del gobierno central. Ahora vemos como todo ha quedado al descubierto, y desde otros puntos del territorio español podemos observar como Cataluña ya no es una tierra de oportunidades, sino una que se ha de rescatar.

No consuela el hecho de que gobierne un partido no nacionalista, sino el del fin del delirio.

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