De forma menos improvisada y casual de lo que parece, Joan Laporta se dejó aclamar y endiosar por el tumultuario efecto de la diada de Sant Jordi, en el centro de Barcelona, el día después de que el equipo diera otro paso de gigante en la Liga, ganando al Mallorca, una vez superada la Semana Santa de gloria en la que, tras cerrar el pase a las semifinales de la Champions, también exhibió su capacidad de reacción ante el Celta. Laporta venía de experimentar este mismo efecto de ídolo de masas, aunque sin la masificación y espontaneidad de las calles, más bien con el buscado y e interesado acercamiento de las clases altas y pudientes del Godó, donde, por unas horas, se convirtió en el rey del village de Pedralbes, compitiendo de tú a tú con el tenista Carlos Alcaraz.
Él mismo y sus asesores han decidido que es hora de salir y disfrutar en la superficie después de permanecer callado, oculto e invisible durante las crisis que ha dejado atrás a base de esconderse. Nada que ver con el Laporta del primer mandato que, según recalcan sus historiadores, destacaba por no tenerle miedo a ningún escenario mediático ni tampoco a los socios, incluso en los peores momentos.
En todo caso, pese a esa fama de valiente y desinhibido, debe recordarse aquel «he tenido que hacerme el muerto para sobrevivir» con el que reapareció varios meses después amañar el voto de censura que perdió contra Oriol Giralt en las urnas y ganó con trampas.
Muchos años después, en estos últimos meses de su segundo mandato, el foco y la presión se lo puso la prensa y la oposición a partes iguales cuando el equipo atravesó la peor racha de la temporada y, camino del final de año, se adivinaba que el presidente se había vuelto a dormir en los asuntos económicos. Se vio entonces en la tesitura de aprobar a la carrera el contrato con Nike, ese que unos meses antes había rechazado fanfarronamente desde su soberbia, dando a entender que él no se iba a dejar intimidar ni presionar por la falta de fair play financiero, que nadie lo movería de su firme posición de resistencia a la espera de una contraoferta de Nike más satisfactoria y con mejores condiciones. Era otra bravata de las suyas.
Deprisa y corriendo, el día 21 de diciembre hubo de convocar una asamblea extraordinaria al límite porque LaLiga, que le había admitido ingresos extra de Nike en los presupuestos a falta del visado asambleario por tratarse de un acuerdo por ¡14 años!, le amenazó con restarle casi 40 millones si no refrendaba el contrato antes del 31 de diciembre. Esa maniobra de urgencia, sin embargo, tampoco le sirvió para poder inscribir a Dani Olmo. Para eso, de nuevo tarde y mal, debió inventarse otra operación de economía-ficción, tipo Barça Studios, con los asientos VIP que finalmente no se ha creído ni su auditor.
Fue el Consejo Superior de Deportes (CSD), instrumentalizado por Florentino Pérez a favor de Laporta en su guerra contra Javier Tebas, quien le salvó provisionalmente de una gran catástrofe, el más claro ejemplo del enorme poder del palco del Bernabéu que Laporta celebró como propio con un corte de mangas dedicado sobre todo a la prensa.
Pero no fue hasta semanas después de ganar la Supercopa, una vez confirmada la reacción positiva del equipo de Lamine Yamal en la Liga, cuando salió a dar la cara y a ensartar con su espada a los periodistas que habían dudado de su eficiencia en la gestión. «Las mentiras, con patatas», les dijo, vengativo, si bien ahora no ha salido a disculparse cuando la verdad se ha impuesto a otra de sus trolas y se ha demostrado que la venta de los asientos VIP tenía truco y que sin el volantazo político y mafioso del CSD, a estas alturas Dani Olmo podría estar jugando hasta en el Madrid con el Barça aún más arruinado.
Tampoco quiso, al contrario, dar la cara después de declarar como investigado en uno de los casos de estafa agravada denunciado por inversores que, en su día, apostaron por el futuro del Reus. Laporta jugó ese día a ser ese dios mediático en el que, monstruosamente, se ha convertido, saliendo de los juzgados gritando que al Barça los árbitros le habían robado en el campo del Getafe. ¿Hacía falta? ¿Por qué, simplemente, no se limitó a defender su inocencia?
Porque sabía que la prensa, ansiosa de titulares y encantada de evitarse hablar de Laporta y de su pasado en el Reus, iba a celebrar esa rajada contra los árbitros con su habitual entusiasmo y pocas ganas de trabajar.
Más o menos, o peor incluso, fue la reacción ante el estreno del documental Laporta-Gate. El caso Reus 2, con graves evidencias de participación directa del presidente en un negocio tan turbio y, lo que es aún más grave, con una derivada que sugiere el mal uso del dinero de los socios del Barça para compensar a algunos de los afectados por la trama. Escandalosas revelaciones que, como siempre, Laporta afrontó cobardemente escondido y con una nota amenazadora de querellas que no se han interpuesto mientras las interpuestas en su contra siguen adelante.
En estos últimos meses salpicados de negligencias y nuevas desgracias financieras, tras descubrirse el pastel detrás de New Era Visionari Group y de una operación que el auditor tampoco ve clara, igual que LaLiga, Laporta se ha sentido, en una proporción inversa a su torpeza y sus errores que han empeorado la situación económica del Barça, cada vez más popular, líder y temido gracias a que nada hace callar más bocas que ganar partidos, superar al Madrid en la Liga y avanzar en la Champions.
Contra eso no hay antídoto mediático que valga ni medio que se atreva a denunciar esa otra realidad que ya era grave en Navidad, cuando los periódicos y radios sí que se atrevían a denunciarla, y que ahora, pese a haberse agravado, silencian para no ser acusados de desestabilizadores ni antibarcelonistas.
Otra cosa es que la verdad ridiculice este gran miedo escénico que, por un lado, vuelve a la prensa ciega, sorda y muda, mientras que, por otro, anestesia a la masa social con su ayuda, pues, por ejemplo, La Vanguardia no se ha callado y, al contrario, ha sido especialmente precisa y didáctica en el análisis de esa conducta laportista gamberra y embustera, fatal para las cuentas y los intereses del club, y el equipo de Hansi Flick y de Lamine Yamal ha seguido ganando partidos. De nuevo, otro mantra completamente incierto.
Y eso convierte a Laporta incluso en el personaje más popular de Sant Jordi en las calles sin vender un solo libro.