No lo sabe ni Dios

Hemos pasado la Semana Santa momento de paro laboral y si se puede de fuga de la rutina. Pero todavía, para muchos, puede ser un momento de reflexión y como dice el admirado Antoni Puigverd, tiempo para escuchar La Pasión según San Mateo de J.S. Bach y observar dónde nos transporta.

Justo en torno a la Semana Santa han coincidido los siguientes hechos: La proyección de la película El Cónclave, la hospitalización del Papa Francisco, la publicación del libro de Javier Cercas El loco de Dios en el fin del mundo y, finalmente, el lunes de Pascua, la defunción del Papa. A estos hechos se le puede añadir, o no, la especial inquietud que cada uno pueda tener por las cuestiones que tengan que ver con lo que podemos entender como espiritualidad, la religiosidad o el misterio de la vida.

Yo, como muchos de los que todavía no han abandonado la lectura de estas líneas, hemos sido educados en un contexto de cultura cristiano-católica. Mi recorrido personal ha sido asistir hasta los 14 años a una escuela con fuerte presencia de religiosidad litúrgica ya que hacía de monaguillo y por este motivo la escolarización salía gratis. Tiempo de aburrimiento, monotonía y sin sentido sin que arraigara en mí el sentimiento religioso. A los 15/16 años, y ya en otro colegio, unos días de retiro en el santuario de Nuestra Señora de los Ángeles en Girona, una reflexión sobre el pasaje evangélico de los discípulos de Emaús dirigida por el jesuita Josep Lluís Corrons, desveló en mí no tanto la fe en Dios, sino el interés por la experiencia espiritual. Y así evolucionó en un contexto en el que predominaba la experiencia religiosa ligada al compromiso por el cambio social y a los valores evangélicos de fraternidad, solidaridad y proximidad a los más desfavorecidos. Y de ahí pasé a los contactos con Cristianos por el Socialismo y simultáneamente a la inquietud por las cosas de la política, en su mejor acepción, con el fin de conseguir una sociedad más justa, más equitativa. De adulto llegó la etapa de la indiferencia religiosa que en ningún caso significó renuncia expresa al hecho espiritual.

Cuando ahora me preguntan si creo en Dios, si soy creyente, tardo un rato en contestar. Primero deberíamos ponernos de acuerdo en que entendemos por Dios, fe, vida eterna, creer…. Si creer, o tener fe, significa tener la certeza de que lo que se afirma es cierto, puedo decir lo siguiente: no creo en un dios antropomórfico y con una personalidad individual y representada. No creo en una divinidad que castiga a los malos y premia a los buenos. ¿Quién es quién? No tengo la certeza de una vida eterna, ni en la resurrección recuperando mi cuerpo y mis pertenencias como los calcetines, el coche y el saldo que pueda quedar en La Caixa. ¿Soy ateo, pues? No si por ateísmo entendemos la negación absoluta, ser militante de la negación de lo sobrenatural, de lo que pueda considerarse divino. Pienso que el ateísmo es la creencia en la no certeza del más allá, la no creencia en el misterio de la vida. Para mí es otra forma de fe. ¿Me considero agnóstico? Pues tampoco si por agnosticismo entendemos indiferencia. Sí, si se considera que ciertas preguntas no tienen respuesta o, al menos por el momento, no pueden ser explicadas mediante el raciocinio.

Tengo curiosidad por saber el porqué de las cosas. Pero el misterio de la vida, por qué existimos en lugar de no existir, como empezó todo y que nos depara el futuro son respuestas que me resultan inalcanzables. Y no me conformo.

No por obtener estas respuestas, sino por pura curiosidad y entretenimiento acabo de asistir a un seminario de seis sesiones sobre el big bang. La ciencia explica, más o menos, que ese viaje comenzó aproximadamente hace 14.000 millones de años. ¿Y antes qué? La nada. ¿Resulta imaginable «la nada»?  El mismo día en que terminaba el seminario leía unas declaraciones del jesuita Xavier Meloni que decía: “Cuando la Biblia dice ‘Y Dios creó el mundo de la nada’, está hablando del big bang”. Ni lo afirmo, ni lo niego. Pero ¿qué sería la «nada»?. Misterio inalcanzable.

Parece que Chesterton dijo que “no se puede evadir el tema de Dios”. Sustituyo Dios, por el misterio de la vida, de la existencia. ¿Podemos evadir las preguntas, la duda o nos apuntamos a quienes tienen certezas, creencias?

La duda no paralizante, ayuda a avanzar, a hacer hallazgos. Significa progreso e inconformismo.

En la película El Cónclave, el decano del colegio cardenalicio magistralmente interpretado por el actor Ralph Fiennes, se dirige a los cardenales en lo que parece un discurso ordinario, lleno de lugares comunes. Abandona la lectura de lo que llevaba escrito e improvisa una fantástica defensa de la duda en medio de crédulos/creyentes cardenales. Totalmente recomendable.

Porque, el porqué de todo quizás no lo sabe ni Dios.

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