«Todas las mujeres son Eva, porque están bajo sospecha permanente»

Entrevista a Enric Olartecoechea Camprubí

Enric Olartecoechea Camprubí

Estudió Psicología Social. Ha vivido en Ecuador dos años, donde conoció al colectivo feminista Mujeres de Frente, vinculado a la cárcel de mujeres de Quito. Da clases en el ciclo de Promoción de Igualdad de Género en el instituto público Can Vilumara (L’Hospitalet de Llobregat). Ahora publica, junto a Coral Cuadrada, El Estado contra Eva. Los orígenes prostibularios de la cárcel moderna (Icaria Editorial).

¿Por qué el Estado contra Eva?

Con esta referencia jurídica clásica del fiscal, «El Estado contra…», queremos señalar que se ha llevado material y simbólicamente a juicio la figura que encarna Eva, que es la de todas las mujeres. Capitalizar el pecado original sirvió para legitimar formas de control social completamente nuevas. Hasta la baja edad media, ningún edicto tenía como fin el control de la vida privada. Tampoco es casual que buena parte del dinero recaudado de los burdeles por parte de las ciudades fuera destinado a hospitales, casas de pobres o, directamente, a engordar las arcas públicas. El rédito de la explotación de las mujeres públicas fue político y económico. De ahí el subtítulo: el Estado como proxeneta.

¿Qué significan las figuras de Eva, María Magdalena… a las que aluden en el libro?

El pecado es caos, anarquía y desregulación de la gobernabilidad. La mujer viene a desestructurar, desordenar todo lo que debería ser. Hay, de hecho, una distinción que siempre se ha hecho en la narrativa histórica medieval y moderna entre mujeres honestas y deshonestas. Esto ha servido para delimitar y regular la frontera entre la buena y mala mujer. Pero en el libro señalamos que todas son Eva, porque todas están bajo sospecha permanente. Esto quiere decir que debes estar permanentemente demostrando que no eres Eva, una condena que dirige la existencia misma de toda mujer hacia una contradicción permanente. Tras el despliegue en la edad media de toda esta panoplia contra las prostitutas, que lleva a la regulación municipal de la prostitución y a la creación de las casas de arrepentimiento, se llega a un paradigma diferente de mujer, que es la víctima del mundo; la que necesita tutela. Y esa es María Magdalena, la arrepentida.

Decía Hobbes que incluso la religión debería estar sometida a la soberanía absoluta del Rey, y de vuestra narración podría desprenderse lo contrario. ¿Ha sido el cristianismo el que históricamente ha llevado la batuta en la represión contra las mujeres? ¿O fue una simbiosis entre las dos cosas lo que condujo a eso?

Si está claro. La primera institución que tiene esta voluntad reguladora es la Iglesia. De hecho, la conversión de los pecados en delitos es lo que ha sucedido desde la baja edad media hasta que se supone que se dividen estos poderes. Pero es importante señalar que la posibilidad de que haya un derecho es que exista uno fuera, un conjunto de personas totalmente desprovistas de derechos. La prostituta es paradigmática en este sentido: sirve para que sea posible la percepción misma del derecho. Es lo que explica Giorgio Agamben en Homo sacer, pero sin tener en cuenta a las mujeres (para variar). La prostituta, la lanzada al mundo, sin protección, sirve de espejo para el resto, es la primera homo sacer, la que encarna la vida desnuda, la vida que ya es solamente biológica porque su existencia es meramente instrumental. La moral cristiana sirvió de fundamento para el poder secular: el control de los burdeles es municipal, y la idea de que la res publica se podrirá en contacto con el pecado están en la base de la idea de que las prostitutas son el mal que infecta al cuerpo público. A partir de ahí, todo lo demás.

De la lectura del libro se desprende una sensación de amalgama, no sólo entre pecado y delito, sino entre adulterio, fornicación, violación, enclaustramiento… ¿Esto denota una corriente, una especie de causa general contra las mujeres, especialmente en lo que tiene que ver con la sexualidad?

Por «puta» hay que entender no sólo el trabajo sexual, sino todo lo relacionado con la apariencia, el comportamiento, la actitud… Cuando encuentras las descripciones de estas mujeres, te das cuenta de que, en un primer momento, se habla de las «mujeres caídas», cosa que se sigue repitiendo hasta el franquismo. Muy poco tiempo después, aparecen estos espacios de arrepentimiento (Marías Magdalenes, Egipcíacas, etc.), justo cuando la Iglesia reconoce la existencia del purgatorio. Hasta entonces sólo existía el infierno, y si caías en él no salías. En las instituciones de arrepentimiento hay una forma de biopoder muy pionera. Aquí las mujeres deben entender cuál es su pecado, reconocerlo, para transformarse y recuperar su derecho a vivir en la tierra como santas: mujer del hogar, criada o monja. Incluso ser violada era un motivo de arrepentimiento para ellas, que se resolvía muchas veces casándola con el violador.

Las figuras delictivas o pecaminosas estaban asociadas, decís en vuestro libro, a castigos de todo tipo, desde multas y azotes hasta la horca…

En las casas de las arrepentidas se pone la horca en un lugar visible. El poder de dar muerte, propio de la edad media, se mantiene. Pero nace la idea de administrar la vida, la voluntad de hacer que la vida siga de cierta manera. Es aquí donde aparecen estas casas, no sólo para recordar que sin la obediencia encontrarán la muerte, sino para disciplinar el alma. Esta feminidad debía redimirse, convertirse, modificar su forma de existencia, doblegando a su alma, como en el purgatorio. Con Magdalena de San Jerónimo las casas de las arrepentidas se transforman en cárceles al uso. Con el beneplácito de Felipe III, Magdalena escribe unos estatutos que anticiparán formalmente lo que luego serían las cárceles como instituciones totales de castigo, aquí y en toda Europa.

En tiempos recientes, ¿los manicomios no han sido utilizados con frecuencia por algunos maridos para encerrar a sus mujeres, en la estela del enclaustramiento femenino histórico?

En el derecho contemporáneo no existe esta figura, pero anteriormente sí. Hay muchos casos de cierres forzados. En Irlanda, hasta 1998 existieron las famosas lavanderías, reformatorios encubiertos donde iban a parar mujeres por las causas más diversas, relacionadas con su condición de mujer. En el siglo XVI se prohíbe la prostitución, y se produce una sustitución de casas de arrepentidas por galeras, o cárceles femeninas. Pero esta institución, que persigue el adiestramiento, el control total de la vida y de la mente de las mujeres, existió en el siglo XII y existe todavía. Algunos de los grupos religiosos que en España controlaban el Patronato de la Mujer siguen haciéndolo hoy en día, tal y como denuncian colectivos como el Grupo de Apoyo de las Represaliadas por el Patronato de la Mujer, del que ha salido recientemente un documental nominado a los Goya, titulado Els buits (Los vacíos).

¿Existen referencias de prácticas similares a las del cristianismo, y en particular el catolicismo, en otras religiones o creencias?

No hemos profundizado mucho en esta cuestión, pero lo que sí que hemos podido comprobar es que, entre las interpretaciones que se han hecho de sus corpus sagrados, la peor versión es la del cristianismo. Parece claro que, entre los textos sagrados de otras creencias, no existe una versión tan explícitamente misógina como la de la secta que triunfó dentro del cristianismo.

¿De alguna manera la Iglesia ha pedido perdón por todas sus barbaridades históricas contra las mujeres?

No nos consta nada y dudo mucho que se haya producido algún conato de pedir perdón, porque este tipo de cosas ni siquiera son recordadas por la historiografía. Hay un olvido, un borrado. Y el Estado, que sería el primero que tendría que arrepentirse de él, tampoco lo hace. Estamos muy acostumbrados a separar la religión del Estado, pero el fundamento de toda ordenación de la vida parte de una moralidad que, en nuestro caso, es religiosa. No se puede separar una cosa de la otra como si hubiera responsabilidades diferentes. A la hora de señalar responsables, son lo mismo.

Apuntáis que la represión contra las mujeres y el colonialismo tienen bastante en común… ¿Era lo mismo, haciendo lo mismo?

Desconozco lo que pasó en América, por ejemplo. Pero puedo decir que aquí había una serie de aspectos a considerar con las mujeres racializadas: musulmanas, judías, afrodescendientes. En principio, se les prohibía ejercer la prostitución, pero en la práctica sucedía. A los hombres judíos y musulmanes se les impedía acceder a un prostíbulo, pero las mujeres de estas dos creencias sí que podían ser prostitutas. O sea, que el cristiano podía fornicar con la musulmana, pero no al revés. La idea de colonización sobre un territorio se sitúa en el mismo universo semiótico que la colonización de los cuerpos de las mujeres.

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