Las consecuencias de no reabrir el Spotify esta temporada, con lo que se cumplirán dos años de exilio completo del primer equipo del Barça en Montjuic, tienen poco o nada que ver con el posible desgaste de la imagen de una directiva cuya compulsión por la mentira y el embuste sistemáticos alcanza dimensiones más que preocupantes.
Los socios y el barcelonismo en general asisten más bien indiferentes a este espectáculo de la calendarización de la reforma del estadio, en buena parte porque hace ya mucho tiempo que han asumido los retrasos progresivos como algo inevitable y porque con ver las imágenes del estado de las obras, que avanzan lentamente pese a la sensación de que van muy deprisa, como se esfuerza en afirmar el relato oficial, basta para suponer que las fechas anunciadas por la directiva no eran, en el fondo, más que otra forma de justificar las controvertidas decisiones de renunciar a una planificación de las obras compatible con la competición y de adjudicar a dedo, como quien dice, la contratación de Limak a modo de solución estratégica a los verdaderos intereses de Joan Laporta.
Para el presidente azulgrana, su modelo de Espai Barça fue, desde el principio, desviarse y oponerse hasta enterrar en el olvido la propuesta heredada y aprobada por los socios a propuesta de la junta anterior de Sandro Rosell y de Josep Maria Bartomeu desde 2014.
O sea, hacerlo todo al revés, empezando por invertir la idea inicial de rehacer la primera grada y extender la tercera grada de forma que las nuevas zonas VIP aprovechasen la excelente perspectiva y visibilidad bajo la segunda grada. En su lugar, Laporta dio instrucciones personales de derribar la tercera grada (obra de Josep Lluís Núñez) y de mantener la primera grada resituando las zonas VIP, ampliadas, por encima de la segunda grada en una disposición que pasará factura, con el tiempo, a la calidad y el atractivo de unos espacios de lujo y de comodidades excelsas, aunque alejados excesivamente del terreno de juego y complicando aún más la altitud y la lejanía de esa nueva tercera grada a una altitud exagerada.
Para forjar ese deseo tan personal y caprichoso como vengativo fue preciso sacrificar el proyecto ganador del concurso arquitectónico avalado por los mejores profesionales catalanes e internacionales, dejarlo en un cajón y ponerse en manos de una constructora como Limak, acostumbrada al esclavismo laboral y a afrontar actuaciones colosales en su país, Turquía, sin la presión de ninguna normativa, sin plazos y sin la estrecha vigilancia -al contrario, con barra libre- del gobierno.
Laporta eligió a Limak porque -al menos esa fue la explicación formal y pública- era capaz de proponer una reforma sustancialmente distinta del Camp Nou, encargarse de rehacer los planos y terminarla a tiempo para reabrirlo el 29 de noviembre de 2024 y a un coste inferior que el resto de las constructoras. Eso sí, con el requisito forzoso de jugar una temporada en otro estadio.
De nuevo, el relato respondía exclusivamente a los intereses presidenciales de convertirse en el verdadero capataz de la obra y de controlar a Limak (contrataciones) sin importar el precio, las consecuencias ni los errores de bulto y el engaño superlativo a los socios, también desde el primer día.
La asamblea aprobó, para empezar, un crédito de 1.500 millones para el Espai Barça. Laporta se los va a gastar solo en el estadio en otra jugada ruinosa, una más, que dejará al Barça al borde del colapso y en manos de lo que quiera hacer Goldman Sachs. La opción Limak, por tanto, saldrá mucho más cara.
Por otro lado, jugar en Montjuic no formaba parte del plan inicial de construcción y, de hecho, los socios se manifestaron en contra cuando fueron consultados, en aquel momento creyendo que la idea era concentrar lo fuerte de las obras en cuatro veranos de forma que el Barça pudiera seguir jugando en Les Corts y la totalidad de los abonados conservar su abono a lo largo de la temporada.
Finalmente, la necesidad de ajustar el plan de obra de Laporta y de Limak, que no se parece en nada al cuento que se explica a los socios, ha requerido la sustitución de materiales e infraestructuras de primera calidad por otras soluciones más económicas, así como la inmolación del diseño original, que iba a proporcionarle una singularidad excepcional desde el punto de vista arquitectónico, en favor de una moderna vulgaridad.
La directiva de Laporta, en el tema del Espai Barça habitualmente representada por su mediocre y farsante portavoz, la vicepresidenta Elena Fort, ha sido incapaz siquiera de dar la cara para confirmar lo que era un secreto a voces: que el Barça terminará la temporada en Montjuic y que solo la junta se negaba a admitir en una actitud pueril y grotesca.
La excusa, no menos infantil, era aparentar ante LaLiga haber intentado, como estaba presupuestado, dejar de pagar el alquiler del Lluís Companys a partir de enero de este año y aumentar los ingresos del match day con el regreso al Spotify habilitado provisionalmente para 65.000 espectadores. La junta de Laporta se ha limitado en esta ocasión al envío de un email a los socios con pase de temporada, comunicándoles que está a su disposición la extensión del abono hasta final de curso en Montjuic.
No es oficial tampoco, pero desde la directiva se filtra a la prensa, que el Spotify volverá a estar operativo, esta vez de verdad, al inicio de la temporada 2025-26, mientras que hace poco desde el club se alertó a los proveedores de la posibilidad de seguir en Montjuic hasta noviembre.
¿A quién creer? Desde luego no a Joan Laporta, a Elena Fort y a los ejecutivos que han ido asegurando desde hace meses que la progresión de los trabajos de Limak garantizaba el cumplimiento de los plazos.
Y a todo esto se sabe que la colocación de la cubierta, aplazada ya al año que viene, requerirá varios meses de dedicación exclusiva sin que durante el proceso se pueda trabajar al mismo ritmo que ahora ni tampoco jugar regularmente.
¿Entonces? Vuelta a empezar con el baile de las fechas y los embustes.