Cataluña 2050

En un debate que está saliendo de madre, ha tenido que ser una organización patronal –y, por consiguiente, nada sospechosa de wokismo ni de radicalismo anticapitalista– la que ha puesto los puntos sobre las íes. Pimec, entidad que reúne a las pequeñas y medianas empresas catalanas, organizó, la semana pasada, una jornada para reflexionar sobre los “Retos y oportunidades de los flujos migratorios”, en la cual se dijeron cosas muy importantes.

La inmigración es una oportunidad para las personas y un elemento generador de riqueza para los países que la reciben”, afirmó el presidente de Pimec, Antoni Cañete. Y remachó, sin tapujos: “El principal problema de las pymes es encontrar profesionales para cubrir determinados puestos de trabajo, hecho al cual la inmigración contribuye muy positivamente”.

La demografía es la que es y solo tenemos dos opciones: cerrar las fronteras y emprender el camino de la lenta extinción, como pasa en Rusia o en Japón; o bien abrirlas y rejuvenecer la pirámide demográfica, como hemos hecho en Cataluña, en España y en la gran mayoría de países de la Unión Europea.

Desgraciadamente, en miles de casos, la inmigración es una cuestión de vida o muerte para los que huyen de la guerra o la represión en las zonas de conflicto que todavía devastan el planeta. Nuestra obligación humanitaria y ética es acogerlos y protegerlos. Pero también hay miles de personas que llegan aquí para trabajar y buscar un futuro económico mejor y, en muchas ocasiones, para ayudar a la subsistencia de sus familias, que se han quedado en los países de origen.

El Idescat acaba de publicar un informe de proyección según el cual, en el horizonte del 2034, la población de Cataluña crecerá en 541.000 personas, y llegará a los 8,5 millones de habitantes. Este incremento se producirá, principalmente, por el efecto de la inmigración, “puesto que el crecimiento natural (nacimientos menos defunciones) sería negativo en este periodo”, asegura el informe.

Según este estudio de prospectiva demográfica, la población catalana quedará estancada en estos 8,5 millones e, incluso, podrá empezar a bajar, de acuerdo con las proyecciones que se hacen sobre el comportamiento de la humanidad, donde se detecta un progresivo freno general de la natalidad, vinculado al empoderamiento de las mujeres. Por lo tanto, es nuestra obligación preparar el país para estos 8,5 millones de habitantes que seremos a medio y largo plazo (vivienda, educación, sanidad…).

Viendo la evolución del incremento de la población en Cataluña, el gran salto demográfico se produjo entre los años 2000 y 2010, cuando pasamos de los 6,2 a los 7,5 millones de habitantes. En cambio, en los últimos 15 años la población solo ha crecido unos 0,5 millones de personas. Por consiguiente, el grueso de la nueva población migrante (magrebíes, latinoamericanos, subsaharianos, pakistaníes…) ya lleva muchos años con nosotros y, en consecuencia, está muy “madura” y asentada.

La llegada y la integración de la inmigración siempre es problemática… y siempre acaba encajando. El año 1900, en Cataluña vivían dos millones de personas; después de la catástrofe de la Guerra Civil, en 1940, había 2,9 millones. Hoy somos 8 millones, hay más riqueza que nunca, aunque mal repartida (el capitalismo es esto) y, según el último informe del Idescat sobre usos lingüísticos, el 93,4% entendemos el catalán y el 80,4% lo sabemos hablar.

¿Hay problemas de adaptación? ¿Hay problemas de convivencia? Sí, pero siempre los ha habido: es inevitable cuando confluyen grupos de culturas y costumbres diferentes en un mismo territorio.

El hecho más remarcable de las últimas décadas es la implantación de una importante comunidad de tradición y religión musulmana en muchos barrios y ciudades de Cataluña. Algunos de sus preceptos -prohibición de los matrimonios con no musulmanes, arreglo de casamientos, el velo de las mujeres, el rechazo de los alimentos con cerdo, algunos casos de ablación del clítoris…- es lógico que nos provoquen un choque.

Pero, cuantitativamente, es una comunidad minoritaria: unos 350.000 habitantes, entre magrebíes, pakistaníes y subsaharianos de religión musulmana, menos de un 5% de la población de Cataluña. Es cierto que, en cierto modo, viven en un mundo aparte y que los imanes ejercen un fuerte control social sobre sus vidas. También que muchos de ellos no tienen nuestra cultura del trabajo y que los hay que se aprovechan de manera abusiva de la cobertura y de las ventajas que les da el hecho de vivir en una sociedad europea del bienestar.

En todo caso, no son muchos, no se puede generalizar y el tiempo siempre juega a favor de la integración y de la simbiosis. Solo hay que tener paciencia, empatía y comprensión. La escuela, los grupos de amigos y los centros de trabajo actúan como grandes ámbitos de convivencia y de interrelación que, con el paso de los años, acaban por borrar las diferencias de origen.

Estoy convencido que en el horizonte del 2050 tendremos una Cataluña socialmente más compacta, con unas características culturales propias que serán una síntesis de la nueva migración que hemos recibido y que recibiremos. No tenemos que tener miedo de los recién llegados ni de su manera diferente de hablar, de comer, de vestir o de rezar. Se acabarán adaptando y acabarán arraigando y compartiendo.

Hay que subrayar que, gracias a este impulso demográfico, como reconoce honestamente Pimec, la economía catalana creció un 3,6% el año pasado: más que el conjunto de España (3,2%), que los países de la eurozona (0,8%) y acercándonos a China (5%).

Yo tengo mucha confianza en los niños, los jóvenes y, en especial, las chicas musulmanas. Sin necesidad de renunciar, si no quieren, a su religión, serán, sin duda, los y las protagonistas de la gran revolución interna que se tiene que producir en el Islam. Junto a la versión más rigorista, que es la que domina actualmente, hay otro Islam más tolerante y abierto que, sin duda, acabará triunfando, en nombre del amor, la razón, la paz y la fraternidad.

Pero, para que esto acabe pasando, es necesario que busquemos, con el corazón abierto, el diálogo y la comprensión mutuas. Actitudes agresivas y hostiles hacia la comunidad musulmana como las que protagoniza la alcaldesa de Ripoll, Sílvia Orriols, no hacen más que poner palos a las ruedas y retrasar el deseable e irreversible proceso de integración que, sin duda, se producirá en los próximos años y décadas.

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