La crisis del Barça Atlètic es sospechosa de una oscura expectativa de negocio

La obsesión por mantenerlo como sea en Primera RFEF o por invertir en una indecente cantidad de jugadores mediocres es un error histórico demasiado ingenuo cuando la base del primer equipo proviene del filial y además genera beneficios por traspasos incomparables que lo convierten en un modelo de rentabilidad único

Jugadors del Barça Atlètic - Foto: FC Barcelona

Si existe una crisis injustificada e inusual en el complejo mundo interior del Barça de Joan Laporta esta es sin duda la del filial, el Barça Atlètic, que va camino de perder la categoría y bajar a Segunda RFEF, dos escalones por debajo de la Segunda División (Hypermotion) en la que supuestamente debería permanecer y consolidarse, según la escala de valores y criterio generalizado de los directivos y staff técnico del club. Esta es una aspiración que han venido compartiendo, por cierto, las últimas juntas sin excepciones, probablemente en uno de los pocos puntos de coincidencia en la gestión.

La obsesión por alcanzar la Segunda División (Hypermotion) y estabilizarse es un sueño absurdamente irrealizable y perseguido desde hace décadas sobre el planteamiento, no menos inteligente, de que en esa categoría se obtienen interesantes ingresos por los derechos de TV en una proporción que lleva tiempo atrayendo la sed de dinero de las mentes cerradas y torpes de las sucesivas directivas.

La realidad es que desde hace más de 40 años el Barça viene cometiendo el mismo y reiterado error de medir la rentabilidad y el grado de satisfacción del filial sobre la base de los resultados y clasificación, con la agravante y la inaceptable reacción de seguir fichando solo para el filial a pésimos jugadores, mediocres, fuera del estándar altísimo de formación de la Masía y en una proporción tan exagerada como inútil a la hora de la verdad en esa obsesión por ascender.

Desde el punto de vista puramente económico, los cálculos son sencillos y demoledores: cada jugador de la cantera que llega al primer equipo supone un ahorro en ficha y amortización de aproximadamente 25 o 30 millones mínimo, que es bastante más de lo que cuesta el fútbol base, incluido el filial. En un equipo como el actual, donde los nombres de Iñaki Peña, Cubarsí, Lamine Yamal, Gavi, Balde, Marc Bernal, Fermín, Marc Casadó, Hèctor Fort o Gerard Martin son, de hecho, la base del equipo, y en el que tanto Araujo como Pedri fueron fichados en su día para integrarse en el filial, cuesta entender que se sigan analizando sus métricas en clave de crisis como ahora, incluido el relevo de entrenador, Albert Sánchez, que acaba de ser sustituido por Sergi Milà en un intento desesperado por salvar la temporada.

Si además se aporta el dato de los beneficios obtenidos, solo en los últimos meses, de los traspasos de Marc Guiu, Mika Faye o Nico González, por no hablar de tantos futbolistas de la casa con los que el club ha hecho caja (casi 50 millones de ganancia neta), la conclusión es que, desde el punto de vista financiero, ese mercado de descartes del primer equipo produce beneficios más elevados que esa falsa quimera de jugar en Segunda División (Hypermotion), donde los gastos también se incrementarían por razones de logística y de inversión en futbolistas para intentar conformar un equipo competitivo.

Laporta ya vivió en su primer mandato la experiencia de un descenso del filial a Tercera División, el peldaño más bajo de su historia moderna, circunstancia que le abrió la puerta a un entrenador completamente inexperto como Pep Guardiola, que en un año lo devolvió a Segunda B y en dos logró el primer triplete de la historia del Barça.

Da aquel equipo nodriza, Busquets y Pedro acabaron en el primer equipo, al igual que antes habían pasado por el filial Víctor Valdés, Puyol, Iniesta, Xavi y Messi, futbolistas inigualables, integrantes del mejor equipo de todos los tiempos, todos ellos a coste cero al primer equipo profesional.

Queda descartado, así pues, que la razón de este histerismo sobre la clasificación del filial guarde relación con el coste, el presupuesto o la liquidación de cada ejercicio desde el punto de vista exclusivamente monetario.

Su rentabilidad y rendimiento están fuera de duda desde hace demasiado tiempo como para suponer que el error de valorarlo en función del marcador y de la clasificación sea un pecado ingenuo y perdonable.

Todo lo contrario, el trasiego de jugadores en el filial antes y después de cada temporada responde a los intereses oscuros de un mercadeo que oculta, en proporciones que nada tienen que ver con las millonarias comisiones del primer equipo, pero que son interesantes a otro nivel, operaciones extraordinariamente sospechosas e innecesarias que sirven para pagar otros favores y cuentas pendientes con intermediarios.

¿Qué sentido tiene que Marc Casadó, Collado o el propio Cubarsí hayan tenido que compartir vestuario con fichajes silenciosos y sin sentido de futbolistas que no provienen de la cantera y que, de pronto, aparecen como setas, juegan unos meses y luego se volatilizan sin dejar ninguna huella futbolística, solo pequeñas comisiones que, por acumulación, acaban siendo jugosas?

La respuesta es obvia, las crisis del filial, que no generan ninguna alarma ni malestar social, se han convertido en la excusa perfecta para esconder un extraño tráfico de jugadores sin futuro y facturas que, por tratarse de cifras pequeñas, pasan por los despachos a toda velocidad sin que nadie haga preguntas.

Al poco de llegar a la presidencia, en 2021, Laporta cerró el fichaje de Emre Demir, una promesa turca, por 2 millones, con la excusa de foguearlo en filial, donde apenas jugó unos minutos. Sirva su caso de ejemplo ilustrativo del tipo de negocios que se tejen a la sombra de esa ansiedad por conseguir el ascenso del filial, sea en la categoría que sea.

¿Importa que el Barça Atlètic baje a Segunda RFEF si el primer equipo gana la Liga, la Copa o la Champions, o simplemente disputa las tres competiciones hasta el final con la mitad de los jugadores que por edad deberían estar jugando en el Johan Cruyff?

Aunque no debería, siempre hay entre la directiva, sobre todo en el entorno de la presidencia, quien ve en esa otra realidad una oportunidad de negocio.

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