La puesta en circulación del euro, el 1 de enero del 2002, fue un factor esencial para la consolidación de una conciencia y de una mentalidad europeas. Hoy, los ciudadanos de 20 de los 27 países de la Unión Europea utilizamos esta divisa común y nadie piensa en volver a la situación anterior. Al contrario, hay más países que querrían adoptar nuestra moneda.
La agresión criminal de Rusia contra Ucrania y la traición del nuevo presidente norteamericano, Donald Trump, a la histórica alianza entre Europa y Estados Unidos han puesto sobre la mesa la necesidad urgente de pensar y de levantar un ejército autónomo europeo, al margen del paraguas de la OTAN, herencia directa de la Segunda Guerra Mundial. Objetivamente, hoy es una anomalía y una distorsión que haya 80.000 militares estadounidenses en territorio europeo, acuartelados en grandes bases militares en Alemania, Italia o España.
Yo me movilicé, en 1986, en contra de la entrada de España a la OTAN. Fue la primera gran decepción de Felipe González, que, antes de llegar con su clamorosa victoria a la presidencia del Gobierno, había hecho campaña con el eslogan “OTAN, de entrada no”, con la convocatoria de un gran mitin a Madrid, al cual asistí. Por supuesto, en el referéndum voté “no” y puse cruz y raya al líder socialista andaluz por esta tomadura de pelo.
Han pasado casi 40 años y hete aquí que el “OTAN no, bases fuera” vuelve a estar de actualidad. Pero por una circunstancia totalmente inverosímil: es el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien, por sus tratos mafiosos con Vladímir Putin y con su obsesión por los recortes presupuestarios, promueve la salida unilateral de su país de la OTAN y valora la clausura de las bases norteamericanas en territorio europeo.
Me haría muy feliz que, finalmente, Estados Unidos abandonara las instalaciones militares que tiene en Rota y en Morón. Son una herencia vergonzosa del franquismo, que consiguió la impunidad del régimen dictatorial a cambio de ceder soberanía territorial española al ejército norteamericano.
Para la historia ha quedado que en el referéndum de adhesión de España a la OTAN ganó el “sí”, con el 56,8% de los votos, pero que en Cataluña y en Euskadi ganó el “no”. Yo soy uno de los derrotados en aquella decisión histórica del 1986 y nunca me habría imaginado que, cuatro décadas después, el “OTAN no, bases fuera” volvería a tener plenamente sentido.
Con un presidente de los Estados Unidos hostil a Europa y que pretende hundir nuestra economía con la imposición de durísimos aranceles comerciales, continuar formando parte de una misma alianza militar es, sencillamente, incompatible. Además, la OTAN fue creada en unas circunstancias históricas muy determinadas, que quedaron inhabilitadas con la caída del Muro de Berlín, la disolución del Pacto de Varsovia y el fin de la Guerra Fría.
Desde su creación en 1949, sobre las cenizas de la II Guerra Mundial, la Alianza Atlántica se ha ido ampliando y mutando. Su razón de ser era la contención de la expansión del bloque comunista soviético y la disuasión, con el despliegue de armamento nuclear. Pero, desde 1990, intervino en misiones militares que nada tenían que ver con su espíritu fundacional, como las de la ex-Yugoslavia, Irak, Libia, Siria, Afganistán…
Bajo la primacía absoluta de Estados Unidos y en función de sus intereses geopolíticos de cada momento -pero sostenida económicamente por todos los socios europeos y Canadá- la OTAN ha intentado ser el “gendarme” militar del mundo. Esta es una tarea que, en buena lógica, tendrían que haber asumido los “cascos azules” de las Naciones Unidas, si esta organización no estuviera permanentemente secuestrada y bloqueada por los cinco miembros con derecho a veto del Consejo de Seguridad.Con la presidencia de Donald Trump, Estados Unidos hace una apuesta unilateral y aislacionista. Castiga con destructivos aranceles a sus vecinos del norte y del sur, con la absurda excusa del fentanilo. Pretende arrebatar un territorio, Groenlandia, históricamente asociado a Dinamarca, país miembro de la OTAN. Se alía con Vladímir Putin, la principal amenaza que, ahora mismo, tenemos los europeos. Afirma que quiere recuperar el control del canal de Panamá. Busca “guerra” en la ONU, ha salido de la OMS, rompe las reglas de la OMC, ha abandonado el Acuerdo de París por la lucha contra el cambio climático…
Por mucho que Donald Trump quiera convertirse en el “sheriff global”, la geopolítica ha cambiado mucho desde 1949. Hay muchos países que se han dotado de armamento nuclear, como China, India, Pakistán, Israel, Corea del Norte… La desintegración de la Unión Soviética ha convertido a Rusia en un Estado “zombi”, sin casi aliados. En cambio, China se ha erigido en una superpotencia económica y comercial que mantiene intensas y provechosas relaciones con la práctica totalidad del planeta. De un mundo bipolar, hemos pasado a un mundo multipolar (Estados Unidos, China, Unión Europea, Rusia, la Conferencia Islámica, la CELAC, la Unión Africana…).
La OTAN, gracias a Donald Trump, ha quedado coja y desubicada. Esto nos obliga a los europeos a tomar conciencia de las nuevas coordenadas mundiales y a adoptar una decisión sensata e inevitable: la creación de un ejército propio, en el cual se puedan integrar también países que forman parte del OTAN, pero no de la Unión Europea (Reino Unido, Noruega, Islandia, Albania, Montenegro…). Afortunadamente, ya disponemos de fuerzas armadas muy potentes, como las de Francia, Reino Unido, Alemania, Italia, España o Polonia para construir este rompecabezas y dos de ellas ya disponen de armamento atómico disuasorio.
Unificar una treintena de ejércitos nacionales europeos es una tarea complicadísima y colosal, dada la diversidad de su organización y de su armamento. Pero también nos parecía inverosímil lograr una divisa única europea, y hoy ha quedado demostrada su indiscutible utilidad.
Paradójicamente, Donald Trump, con su actitud agresiva y prepotente, está acelerando el camino hacia la vertebración definitiva de los Estados Unidos de Europa. La creación de un ejército europeo conjunto es un paso fundamental para compactar un bloque homogéneo y poderoso al servicio de la paz mundial, tal como hace 23 años lo fue la implantación de la moneda comunitaria. Con euros y misiles, el sueño de los “padres fundadores” de la construcción europea avanza más deprisa.