Las películas inmobiliarias del alcalde Collboni

En la ciudad de Barcelona acabamos de vivir un extraño caso de épica, mezcla de lo institucional con una supuesta victoria popular a partir de la adquisición por parte del Ayuntamiento y Habitat 3 de la casa Orsola, sita en Consell de Cent.

Susana Alonso

En realidad, todo el episodio ha sido bien provechoso para poner una bonita medalla en el pecho de Jaume Collboni, de quien se habla bien poco desde la vertiente comunicativa de su mandato, bien en contraste con el de su antecesora, feliz con llenar cada día los medios de historias y declaraciones que, sospecho, le hicieron un flaco favor desde el exceso de protagonismo.

El socialista sale en televisión en plan oficialista y en la calle lo mencionan más bien poco al ser un mandatario silencioso y discreto, como si supiera de sus limitaciones y siguiera al dedillo los consejos de sus asesores, que lo regulan y saben gestionar muy bien, no pasa nada por decirlo, sus intervenciones más tocantes, las que lo elevan, situándolo como un gestor que actúa cuando toca, con golpes de efecto muy propios del siglo, sobre todo desde una idiosincrasia mediática.

Esto le otorga puntos de cara a un futuro donde, lo hemos comentado en alguna ocasión, nada parece impedirle revalidar el cargo cuando lleguen las elecciones de 2027. ¿Por qué? Entre otras cosas por esto no aparecer y trabajar desde su minoría de apenas 10 regidores de 41.

¿Cómo lo hace? En primer lugar ejecutando la infinidad de obras pendientes y aprobadas durante la pasada legislatura. De repente, algo más que curioso, los ciudadanos comienzan a valorar los proyectos antes criticados del equipo de Colau, com en la Rambla, llena de operarios y con una agradable sensación cuando la paseas, un poco como cuando se abrió el carrer Girona y los peatones nos sentimos reyes del mambo al poder caminar por en medio y abarcar una mayor perspectiva.

Si todo fuera estético no creo que hubiera consecuencias positivas. Lo más importante es cómo se aprecia un cambio mediante una acción sin freno. La gente se queja porque eso de tener la ciudad patas arribas es molesto, sobre todo para los conductores, pero, como la época es tan agitada, resulta comprensible preferir este jaleo a leer sobre peleas en los plenos, muy a menos porque el dirigente del PSC se ha quedado huérfano de rivales tras la marcha de su archienemiga, el adiós de Trias y los disparates de ERC, culminados aquí con el paso al lado del último Maragall, ganador de las elecciones de 2019.

Este es el contexto. Ahora bien, ¿es innovador lo de comprar la casa Orsola? No, los Comuns adquirieron edificios del Eixample y bien pocos lo ponderaron. El hecho provocó críticas instantáneas en zonas fuera de foco, como en Ciudad Meridiana, donde algunos exclamaron, no sé si con razón, que con los nueve millones invertidos podía superarse el problema de la vivienda en Nou Barris, Distrito del que se habla muchísimo desde la frivolidad del triunfo del 47, causa de una especie de locura hipócrita de muchos medios de comunicación, entusiastas con ir a Torre Baró, lugar desde el que informan incluso sin ir por su ignorancia de las geografías condales.

Tres días después de la flamante adquisición salí a pasear; puedo decir que lo hice con inusual intensidad a lo largo de la semana. En los barrios hay muchos carteles de asociaciones y colectivos movilizados para evitar futuros desahucios. Los hay en el Guinardó, Gràcia y en unos áticos de la plaça Eivissa de Horta. No ocuparan titulares y tampoco se comentarán desde las altas instancias municipales porque es bueno vender la moto de cara a la galería sin preocuparse de lo pequeño, un poco como acaece con los daos económicos en el resto del Estado, aplaudido desde la macro y disimulando con la micro.

Dicen que todo va bien. Invertir en Consell de Cent, más si es en un bloque entero, luce, como lo hace para la prensa hablar del 34 de rambla Catalunya, el inmueble de la película REC, a punto de ganar dos alturas al estilo Porcioles para oficinas a una de las más emblemáticas avenidas de la capital catalana.

Los sombreros ya volvieron con Colau. Hay uno bien vistoso en València con Independència. Al menos ha salvado una casa modernista pese a destrozar su naturalidad primigenia. Quizá este es un espíritu ficticio del tiempo: salvar desde la perversión, la misma de los discursos triunfales, fantásticos para euforias y engaños, inútiles para exhibir la realidad, preocupante donde no llegan las cámaras, en las muchas periferias olvidadas en las que los habitantes se ven obligados a irse y el patrimonio se destroza, como si quisieran eliminar Barcelona mientras dicen protegerla.

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