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«El colonialismo no ha desaparecido: ha mutado en otras formas de control»

María Teresa Vera Rojas

Profesora de literatura en la Universidad de las Islas Baleares. Trabaja en cuestiones relacionadas con el Caribe hispánico y su diáspora, la emigración y estudios poscoloniales feministas. Colabora en diferentes publicaciones, y entre sus libros está Lecturas de la mujer moderna en la colonia hispana de Nueva York. Ahora sale en las librerías Feminismos antirracistas: relecturas para el siglo XXI (Icaria).

¿Qué son los feminismos antirracistas, algo que para algunos nos suena muy nuevo?

No es tan nuevo. Quizás lo es la terminología, a partir de la cual nos aproximamos a los feminismos que trabajan temáticas críticas con el colonialismo, con las relaciones de poder que se derivan. Relaciones capitalistas y directamente relacionadas con las formas de opresión del racismo, de las personas racializadas, sexodiversas… Lo que es nuevo, sobre todo en castellano, es la manera de aproximarnos a una reflexión, un pensamiento crítico, que existe desde hace tiempo, pero que tenía diferentes nombres. Por ejemplo, los feminismos afroamericanos. Lo que es diferente es la manera de pensarlos, con una orientación que cuestiona el racismo, el colonialismo… Hay categorías, que a veces no percibimos, que naturalizan y perpetúan diferencias, como la nación, la identidad… A veces puede resultar complejo pensar fuera de estas categorías. En el libro que ahora sale se cuestiona este pensamiento eurocéntrico, colonial y se intentan establecer lecturas alternativas y de resistencia. En España y en español esta aproximación data de tan solo hace unos diez años.

¿Así, entendemos los feminismos, también el racismo, como una cuestión propia, endógena, de Europa y sus derivados, como si el resto del mundo y las personas no existieran?

Los que trabajamos en los feminismos antirracistas estamos en un lugar bastante marginado. No sólo los que lo hacemos desde España y América Latina, sino también en Estados Unidos. Pero lo importante es que se entienda que hay una trayectoria de pensamiento de feminismos antirracistas que empieza a ser identificada. El libro arranca con un texto de Oyèronkè Oyéwùmí, una pensadora nigeriana que enseña en Estados Unidos y ha sido invitada a Barcelona. Desde hace décadas trabaja en cuestiones como la del género –antes lo hicieron también otras, como María Lugones, Isabel Zaldúa, Kempadoo…–. En este sentido, el libro es consecuencia de un trabajo que han estado haciendo colectivos, activistas de procedencia muy diversa, la mayoría de la periferia.

El libro también habla del pasado colonialista, particularmente desconocido, idealizado, distorsionado, con respecto a las mujeres. ¿Esto nos lleva a un necesario ejercicio de relectura, de autocrítica, de reparación, a las metrópolis, tal como se está planteando con la museística, por ejemplo?

Absolutamente. Lo que llama la atención es que a estas alturas estos temas no sean de debate, de enseñanza en las escuelas y en la universidad. Algo que explica bastante bien cómo es la relación con el pasado colonial en la sociedad y en las instituciones españolas. Si no hay debate, será difícil afrontar los racismos en la actualidad. Para empezar, se le debe conocer, estudiarlo. El racismo es muy diverso. En el libro no figuran los feminismos islámicos, del Sudeste asiático… No se puede universalizar. Estos textos no lo abarcan todo ni lo pretenden. Hay muchos feminismos, que empezaron en las luchas por los derechos civiles de los años 80, en Estados Unidos, que han sido pioneros. También hay una parte de eso en América Latina. Existe un origen importante en el que mirarnos, reflexionar y pensar en el presente. En este sentido, el texto de 1994 de la filósofa jamaicana Sylvia Wynter ( Inhumanos implicados. Carta abierta a mis compañeros académicos ) resulta clave. Está escrito a raíz del asesinato de Rodney King, un hombre negro de Los Ángeles. Se pregunta qué significa la deshumanización, quién es considerado ciudadano y quién no. Se contextualiza en Estados Unidos, pero su lectura nos hace pensar qué estamos haciendo nosotros.

¿En qué sentido el libro es crítico con el orientalismo, no ajeno, sino todo lo contrario, a la exotización y sus consecuencias?

Es importante saber que este Oriente es una proyección desde Europa, que nos sirve como metáfora para pensar en los otros proyectos de exotización que se producen. No hay que circunscribirlo a una geografía. Desde el pensamiento europeo, desde el concepto eurocéntrico y colonial, se han exotizado y convertido en alteridad otras realidades, en beneficio de las hegemonías y los sujetos eurocéntricos. Esto se percibe muy bien en el caso del Caribe, que se trata en unos de los textos del libro. Explica cómo este orientalismo funciona en la exotización de otras geografías, a través del cuerpo. En las mujeres y los hombres. Así, podríamos decir que se producen muchos «Orientes». No es algo circunscrito a un momento, a unos territorios, sino que es un concepto, un ámbito, que se concreta en hechos, realidades, particulares. Un espacio que deshumaniza. Acostumbro a preguntar a mis alumnos qué les viene a la cabeza cuando piensan en el Caribe. La primera idea que aparece es una playa solitaria, un lugar idealizado, que impide, obstaculiza, no deja lugar para imaginarse la realidad de las personas. La idealización, claro está, conduce a los estereotipos. Esto es importante cuando hablamos de África, del Caribe, de América Latina… La idea de cómo hacer frente a estas realidades atraviesa todos los textos del libro, que también se interroga sobre qué es Occidente, que no es más que una ficción, a través de la cual circulan hegemonías y relaciones de poder.

¿Dónde y cómo se expresa hoy todo esto? ¿Qué formas adquiere?

El colonialismo no ha desaparecido: ha mutado en otras expresiones de poder, en otras formas de control. Es inherente al capitalismo. Una de las enseñanzas que se desprenden de estos textos es precisamente esta. Achille Mbembe, un filósofo camerunés, que creo que no hace mucho ha estado en Cataluña, así lo explica y argumenta. Las relaciones de poder, las formas de racismo y de deshumanización del colonialismo se transforman con el tiempo, pero siguen ahí. El poscolonialismo es una aproximación para pensar qué pasa en las sociedades que fueron antiguas colonias, o en sujetos que tienen un origen colonial y se sitúan en territorios metropolitanos, como es, sobre todo, el caso de los emigrantes. Nos lleva a plantearnos cómo se han reproducido las dinámicas de poder, cómo se reconstruyen los discursos nacionales. La idea de la alteridad. Es un campo muy vasto, complejo, con múltiples ramificaciones, además del interés feminista. En ella figura, por ejemplo, el feminismo poscolonial, que se produce desde América Latina y que, sobre todo, indaga sobre las herramientas de las que nos podemos dotar para enfrentarnos a estas estructuras coloniales. Haciendo referencia, retomando, claro está, las culturas anteriores a la colonización. En las mujeres, incluso el reconocimiento de los valores del cuerpo. En este campo, amplísimo, se pueden encontrar formas alternativas de pensamiento.

¿En el fondo, tal como se plantea en tu libro, todo este trabajo, toda la reflexión y el pensamiento, tratan de problematizar las lógicas eurocéntricas del saber?

El saber pasa por epistemologías de raíz europea, que no tienen en cuenta, ignoran, otras formas de ver, de entender las cosas. Se ha exterminado lo que no encajaba en el canon europeo dominante. Pero quedan algunas resistencias, por donde otras maneras de pensar se abren paso. En esta idea de generar pensamientos alternativos, el último texto del libro, de Ytasha L. Womack, que se titula «La divinidad femenina en el espacio», reflexiona en torno al afroturismo. Cuestiones nuevas, en fin, y diferentes maneras de abordarlas. Ámbitos que no están en los museos, que no tienen que ver con la antropología, por ejemplo, sino que son otras formas de creación. Superando las formas en las que se han parcelado los saberes, el arte…, las cuales hay que repensar. De hecho, en Francia, Portugal… y España está claro, ya se está haciendo. Se escribe al respecto, hay documentales, películas, investigadores e investigadoras que se dedican a releer, reinterpretar. Las visiones que tenemos del pasado colonial y de sus formas actuales. No hay nada más orientalista que el modernismo, en España y en América Latina. La niña Chole, de Valle-Inclán, y narraciones similares son un ejemplo de orientalismo. Pero a la hora de analizarlas se esquiva esta perspectiva. A este respecto, me gustaría insistir en que los textos del libro han sido traducidos, y ha sido gracias a ellas, a las traductoras, y también a Marta Segarra y Katarzyna Paszkiewicz (que dirigen la colección «Mujeres y culturas. Ensayos sobre género y sexualidad») que este libro ha podido ser publicado.

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