Al Barça de Joan Laporta le esperan momentos trepidantes esta temporada y la que viene, obligado cada vez más a surfear olas gigantes entre el derrumbe y el caos total derivados del desgobierno y la improvisación de un presidente sin más rumbo que llegar al día siguiente y la confirmación de que la estabilidad social y el futuro recaen exclusivamente sobre los hombros del enorme trabajo, el acierto, el talento, la excelencia y la extraordinaria herencia de la Masía. El club lo sostiene hoy otra generación de oro que, como ocurrió en 2008 en parecida situación de incapacidad manifiesta de la primera junta de Laporta para dirigir el Barça, salió al rescate de la institución a tiempo de evitar una revuelta sin precedentes.
Hoy, el Barça de Hansi Flick vuelve a esa senda del éxito en el campo gracias a un equipo cuya base procede mayoritariamente del fruto inigualable de un modelo de formación y de escuela basado en el mismo concepto e identidad diseñados e impuestos por los fundadores de la Masía desde 1979: un aprendizaje entendido como un proceso de educación integral, futbolístico, docente y personal en el que los valores del club son una exigencia prioritaria de cumplimiento por encima de marcar goles o ganar partidos.
Entre esa experiencia que ha permitido mejorar y perfeccionar el proceso a lo largo de los años y el hecho incontestable de que, en su momento, Josep Guardiola completase el círculo siendo el primero de la Masía en ocupar el banquillo del primer equipo y ganar la Champions -junto con el primer triplete de la historia azulgrana y el primero de tantos Balones de Oro de Messi-, convirtieron la Masía en un símbolo de admiración, respeto y éxito.
Aun así, Joan Laporta desmanteló el equipo de responsables -con Jordi Roura y Aureli Altimira entre los destacados nombres despedidos de la noche a la mañana- de haber cuidado y modelado futbolistas como Ansu Fati, Nico González, Gavi, Cubarsí, Ilaix Moriba, Marc Guiu, Cucurella, Xavi Simons, Lamine Yamal, Jutglà, Dani Olmo, Abde, Balde, Lamine Yamal, Marc Casadó, Marc Bernal, Héctor Fort, Fermín, Iñaki Peña y un largo etcétera de nombres con una sólida base de juego, una técnica precisa e inteligente y una capacidad para entender e interpretar el fútbol genuinamente azulgrana y diferente.
Laporta, como en 2008, no vio venir tampoco esta vez esa explosión en la que Ronald Koeman -que dio la alternativa a Araujo y Pedri, fichados para el filial, y a un montón de canteranos- y Xavi -que avanzó el despegue de Lamine Yamal y Cubarsí- han jugado un papel clave por la confianza y el sacrificio de creer en los primeros protagonistas de la nueva saga sin echarse a llorar a los pies del presidente para que fichase jugadores con más nombre y experiencia.
Al contrario, a ambos les penalizó anteponer la visión de club al marcador del domingo, mientras, en la dirección contraria, Laporta se ha dedicado a asfixiar económicamente al club en busca del fair play financiero para fichar a más de 20 jugadores sin sentido y, en el colmo de la imprudencia y la vergüenza ajena, pasarse el verano pasado enredando con fichajes imposibles como los de Nico Williams, Leao y otros nombres de primera línea en el mercado, que, además, como se ha demostrado, intentaba atraer sin un euro en la caja ni para comprarlos ni para inscribirlos.
Laporta, una vez más, se ha comportado como el bocazas que es, temerariamente, fanfarroneando y frivolizando con operaciones absurdas, engañado a los socios afirmando que con el contrato de Nike el Barça reventaría el mercado, o que con la operación de los asientos VIP llegarían refuerzos en invierno. Pura palabrería y reflejo de otros intereses que, por la apariencia, parecen ajenos incluso a los del propio Barça.
Sin fair play financiero y habiendo llegado tarde para inscribir a Olmo, sabiendo desde el verano que a final de año le caducaba la licencia, a Laporta le ha salvado, en pocas palabras, la herencia de Josep Maria Bartomeu. Y en todo caso, si hay que atribuirle el buen rendimiento de Lewandowski, Koundé y Raphinha, no es menos cierto que los tres fueron objeto de no pocas críticas lo largo de la temporada pasada, cerrada con un balance deprimente de cero títulos. Hubo dudas con el goleador polaco, Raphinha estuvo con un pie fuera del Barça y Koundé admitió estar a disgusto porque no se veía como lateral, mientras a Laporta, aun teniendo a Lamine Yamal, lo que más le motivaba era renovar la cesión de los Joao, Cancelo y Félix, y robarle a Nico Williams al Athletic.
La explosión de Lamine Yamal en la Eurocopa lo cambió todo, pues con su consagración le ha dado al ataque unos espacios y una movilidad que han convertido a Lewandowski de nuevo en un killer, a Raphinha en aspirante a Balón de Oro y a Koundé en la lateral revelación de la temporada.
La trayectoria inigualable del equipo de Flick, que ahora aspira a todos los títulos, lleva grabada a fuego el símbolo de la Masía. Su equipo, rebosante de ADN azulgrana, no solo sobresale en los duelos frente a los grandes de Europa como el Madrid o el Bayern Múnich, sino que también es capaz de sobreponerse a los descabellados y desastrosos planes y ocurrencias de Laporta, que ya se equivocó y precipitó blindando a Ansu Fati y dándole el dorsal 10 de Messi, para lo que no estaba preparado, que ahora sigue suspirando con fichar a lo grande -sin dinero- y que, aunque nadie lo diga ni lo destaque, es el principal y sospechoso culpable del fichaje de Vítor Roque, una operación pestilente y humillante para la Masía.
El resto del club que no es Masía ni se sostiene ni encuentra la forma de superar los atolladeros en los que Laporta ha metido al Barça, sobre todo en los ámbitos económico, financiero, patrimonial y social. Es decir, en los que dependen directamente de sus decisiones y de su impacto en la cuenta de resultados y en la organización, gestión y administración del club.
Todo el drama que, internamente, vive el Barça de Laporta para disimular el estado de quiebra y ruina en el que realmente se encuentra lo tapan esos héroes de la Masía, por desgracia hasta donde están llegando también los recortes y los despidos, con el visto bueno de Laporta, que tan silenciosamente están empezando a desmantelar el pilar que hoy sostiene el club. Es el drama que viene porque para el presidente la Masia sigue sin merecer toda su atención.