La batalla contra el cáncer de Alfonso Dacasa

El domingo 9 de febrero una noticia azotó el corazón de muchas personas como si de una daga se tratara. Un puñal clavado con toda la fuerza del mundo: Alfonso Dacasa nos había dejado. Había sobrevivido a un cáncer, a una recaída, a todas las hospitalizaciones causadas por las secuelas físicas de esta cruel enfermedad, pero no a esta última.

Susana Alonso

El 8 de mayo de 2024 celebraba 11 años de remisión completa de linfoma no Hodgkin. Y me lo contaba feliz y orgulloso mientras hablábamos porque me estaba ayudando con mi sección para el programa especial de verano en Onda 0. Yo escuchaba cómo recordaba que, hace poco más de una década, el cáncer truncó los planes que tenía para el futuro nada más ni nada menos que dos veces: a los 21 años, cuando fue diagnosticado, y a los 29, cuando recayó.

Habiendo pasado por dos trasplantes y sus secuelas -inmunodepresión, chemo brain, rechazo ocular, dificultad en la movilidad de las extremidades inferiores, intensos dolores musculares, trombocitopenia e infrapeso, entre otras-, Alfonso manifiestaba que, una vez fuera del hospital, «la batalla para los expacientes no ha hecho más que empezar». Pues él, pese a su inmenso positivismo constante, vivía con un 20% de capacidad pulmonar, había sufrido discriminación durante distintos momentos de su vida -para pedir un préstamo o en algun trabajo- y aun y asi reivindicaba cuan afortunado era de tener un dia mas para luchar.

Hoy escribo esto para reivindicar, desde mi privilegiado lugar de no enferma ni ex enferma, aquello que Alfonso ya no puede decir y llevaba tantísimos años diciendo, para que nunca se nos olvide: que hace falta ayuda y atención. Y escribo en nombre de Alfonso esta columna para reivindicar que necesitamos un sistema que no abandone a quienes han sobrevivido al cáncer.

Porque sobrevivir no significa que la batalla termine. Como bien decía Alfonso, es entonces cuando comienza otra lucha: la de vivir con las secuelas físicas y emocionales, la de enfrentarse a la discriminación laboral y social, la de buscar recursos para tratamientos que no siempre están cubiertos, la de reconstruir una vida que ha sido quebrada por la enfermedad.

Alfonso convirtió su experiencia en una misión: visibilizar la realidad de los supervivientes de cáncer. Con su ejemplo, nos enseñó que es posible encontrar la fuerza para seguir adelante incluso cuando el cuerpo parece rendirse. Pero también nos recordaba constantemente que esa fuerza no debería ser requisito para recibir la atención que se merece.

Necesitamos un sistema sanitario que contemple un seguimiento integral a largo plazo. Protocolos de acompañamiento psicológico, programas de reinserción laboral, cobertura para los tratamientos derivados de las secuelas y, sobre todo, un compromiso social para eliminar el estigma que aún persiste.

La muerte de Alfonso debe recordarnos que detrás de cada «superviviente» hay una persona luchando diariamente, no solo contra las secuelas físicas, sino contra un sistema que muchas veces les da la espalda una vez superada la fase aguda de la enfermedad.

Su legado debe ser un llamado a la acción. Por todos los «Alfonso» que siguen aquí, por los que vendrán, y por mantener viva la memoria de quien dedicó sus días extra a hacer visibles a los invisibles. Porque como él diría, tener un día más para luchar es un privilegio que debemos honrar luchando por los que ya no pueden hacerlo.

Las consecuencias físicas y psicológicas del cáncer van mucho más allá del tratamiento. Afectan profundamente la vida laboral, la autoestima y las relaciones personales. En este proceso cobran una importancia vital el apoyo legal, las asociaciones y, sobre todo,  la familia.

El cáncer no solo es una enfermedad que afecta al cuerpo, sino también a la mente, al alma, y a todo el entorno del paciente. Es una batalla que no se debe luchar sola. Contar con el apoyo adecuado puede marcar la diferencia en la calidad de vida de los supervivientes y sus familias.

Recordad siempre que la fuerza de la comunidad, el apoyo legal y emocional, y la comprensión pueden transformar la vida de los supervivientes de cáncer.

Hace falta invertir en investigación y soporte a los enfermos y sus familias, a la vez que en educación y concienciación al resto de la población. No podemos seguir permitiendo que quienes ya han sufrido tanto tengan que librar batallas adicionales contra la burocracia, la discriminación o la incomprensión de una sociedad que muchas veces prefiere mirar hacia otro lado.

No olvidéis que, en la lucha contra el cáncer, el apoyo es clave. Como lo fue para Alfonso, que nunca dejó de agradecer a quienes le acompañaron en su camino.

Descansa en paz, Alfonso. Tu voz seguirá resonando en quienes te conocimos y en todos aquellos por los que tanto luchaste.

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