De las decisiones absurdas, injustificadas y antisociales que Joan Laporta ya acumula en este segundo mandato, anunciar que va a externalizar la grada de animación del Spotify podría calificarse, además, como una de las que más vulnera esa identidad azulgrana, única en el mundo, forjada a base de la iniciativa, el esfuerzo y el compromiso de su gente más entregada con los valores del Barcelonismo.
Descaradamente, Laporta pretende el control absoluto de la grada, de sus propias emociones y de su libertad de expresión a base de anularla en su formato original, como ya ha hecho con la de Montjuic, para convertir a un millar de actores vestidos de azulgrana en la única voz del nuevo estadio, en un sector que lleve la voz cantante convenientemente adiestrado y uniforme que anime al equipo siguiendo las proclamas y el guion diseñado por el aparato ideológico y mediático laportista.
Otro paso más, previsible, en la imparable e imperialista progresión de un totalitarismo cada vez más cómico y vergonzoso que va mucho más allá del atropello y de la abolición sistemática y absoluta de los más elementales derechos democráticos de los socios del Barça recogidos en los estatutos. Si Laporta ya ha llegado al extremo de poder firmar contratos y administrar comisiones para sus amigos sin tener que dar explicaciones, ni siquiera facilitar la identidad de sus interlocutores y beneficiarios, ¿cómo no va a atreverse directamente a prohibir a sus socios que alienten al equipo desde la libertad y desde lo más profundo de sus sentimientos barcelonistas?
En el colmo de las caprichos y veleidades de ese pequeño dictador en el que se ha convertido, Laporta ha querido cortar de raíz las reivindicaciones crecientes que, en el propio Lluís Companys, en las redes y hasta en algunas tertulias del régimen, últimamente han pedido el regreso de la grada de animación en su último y residual formato original. El presidente, anticipándose a cualquier expectativa de paz o de negociación promovida por terceros, ha anunciado la puesta en marcha de un grotesco e inadmisible proceso de diálogo entre algunos socios -los que él elija- y una empresa especializada en la intermediación y fomento de la escenografía y producción del ambiente a la que ha encargado la nueva grada de animación que desea para el coliseo barcelonista reformado. En esta dirección, ha dado instrucciones concretas de que renazca completamente despojada de cualquier identidad y finalidad que no sea la de aportar valor al espectáculo y ajena al más elemental sentido de la espontaneidad o la libre expresión tanto individual como colectiva vinculada a las raíces y a la naturaleza intrínsecamente azulgrana que la debería motivar en circunstancias normales. Ese futuro espacio será, para imaginarlo con precisión, una especie de coro angelical integrado por cantores del laportismo a los que, en ningún caso, se les exigirá haber acreditado previamente su condición de socio del Barça, solo su lealtad y compromiso con la directiva a cambio de prerrogativas y privilegios.
Este es final previsto a la crisis originada por los gritos de «¡Barça sí, Laporta no!», proferidos desde la extinta y liquidada grada de animación, el último reducto de una tradición y liderazgo en este ámbito que el Barça había sido le referencia en el fútbol español desde hace décadas.
En tiempos de Josep Lluís Núñez, en plena década de los 90 coincidiendo con la explosión barcelonista asociada al Dream Team, la peña Almogàvers, que antes ya había promovido por su cuenta la primera grada autogestionada para generar el mejor ambiente y el calor social idóneo en los partidos, no solo protagonizó el impacto mundial de los espectaculares mosaicos en el Camp Nou que han sido insuperables lo largo de los años, sino que impulsó la primera grada jove autorizada y tutelada por la directiva en feliz convivencia y participación de varias peñas, entre ellas Boixos Nois en su etapa como peña oficial.
Fue el propio entorno tóxico de Núñez, la figura nada recomendable del entonces gerente Anton Parera, el que se encargó de hacer saltar por los aires aquel proyecto que el presidente había bendecido, pero que a su parecer suponía una seria amenaza para el palco si un domingo cualquiera, en lugar de animar, se dedicaban a pedir la dimisión del presidente o proferir cánticos o consignas contra la junta.
Ese mismo miedo escénico y corporativo fue el que invitó a Laporta en su primer mandato a justificar una limpieza de Boixos Nois y a alejar del barcelonismo cualquier idea parecida a una grada íntegramente dedicada a apoyar al equipo incondicionalmente y con independencia del marcador durante los 90 minutos.
Para cuando Laporta quiso enterrar la grada jove, igualmente el ejemplo azulgrana ya había arrastrado al resto del fútbol español a la creación de gradas similares cada vez bajo más severos controles de seguridad y con el compromiso y la garantía de generar una animación tan apasionada como respetuosa con el rival y ejemplar en el rechazo y condena de cualquier forma de violencia, también la verbal, el racismo o la xenofobia, y con el conjunto de las exigencias que hoy deben formar parte de la normalidad del deporte y de la defensa inexcusable de sus valores.
En el Barça, la polémica volvió cuando Sandro Rosell incorporó la recuperación de un espacio de animación tras ganar las elecciones de 2010. La oposición generó un malestar social insoportable y los propios Mossos d’Esquadra, pese a otorgarles desde la junta la plena autoridad en materia de identificación, acceso, autorización y seguridad, fueron poniendo todas trabas posibles hasta concluir que esa grada era imposible de desarrollar, controlar y permitir. Curiosamente, sin embargo, a los pocos meses de haber tirado la toalla ante la oposición radical y negativa de los Mossos, LaLiga obligó a los clubs a crear y mantener una grada de animación exactamente igual que la rechazada de plano por la policía catalana, incluida, como había propuesto Rosell, que la integraran exclusivamente socios del FC Barcelona, que la entrada e identificación se validara con sensores biométricos (huella dactilar) y que fueran los Mossos y no el club los que validaran el acceso de los barcelonistas una vez analizadas una por una su identidad y sus antecedentes.
Así fue cómo la experiencia pionera del Barça de crear un foco de animación a favor del desarrollo y consolidación de los más elementales valores del fútbol regresó al punto de partida hasta que Laporta ha decidido suprimirla.
Como LaLiga la impone, Laporta le ha prometido restablecerla a partir de otro enfoque, dejándola en manos de una empresa de eventos, lo que ha provocado reacciones contrarias y de una enorme extrañeza. La peña Almogàvers, cofundadora de la primera grada jove del Barça, ha expresado su asombro: «Este proceso participativo será una estafa si no se invita a la peña Almogàvers, con 35 años de historia animando al club. Y todavía será otra estafa de grada de animación si no estamos nosotros y el resto de grupos de animación. Estamos estupefactos y sorprendidos porque hablan de diálogo y nosotros estamos supeditados a un pago de unas sanciones de la temporada pasada que el club todavía no nos ha especificado. Cuando entró esta junta les pedimos un diálogo permanente para trabajar en momentos importantes de la temporada. Esta junta consideró que este diálogo permanente no era necesario y que no lo entendían». Desde Almogavers, como desde el resto de los grupos desalojados de la grada de animación, Nostra Ensenya, FCB Supporters y Front 539, siguen sin comprender esta postura de la junta de Laporta de destierro y aniquilación de una grada que si por algo se ha caracterizado siempre ha sido por su carácter independiente e indiscutible vocación barcelonista», ha manifestado su presidente, Albert Yarza.
El resultado final es que los miembros de los grupos afectados se ha organizado para presentar ante la junta una batalla legal en la defensa de sus derechos, principalmente seguir formando parte activa del barcelonismo en el Spotify. El alud de emails y reclamaciones en el club es solo el principio.