Gaza, el insulto final

Quienes crean que el sufrimiento que se puede inflingir a una víctima se limita a la persecución, la humillación, la tortura o, finalmente, el asesinato, están equivocados. Porque la crueldad hacia otro ser humano puede -incluso- ir más allá de la muerte. A una víctima se la puede, literalmente, re-matar. No tal vez físicamente, pero sí moralmente. Que se lo digan, si no, a las víctimas de ETA, cuya memoria es pisoteada cada vez que un terrorista excarcelado es recibido como un héroe en su localidad, en esas macabras ceremonias organizadas por el mundo abertzale y bautizadas con el nombre de “Ongi Etorri”.

Susana Alonso

Que la historia de la Humanidad no es una línea unidireccional, siempre hacia arriba y hacia adelante, como si fuera un perpetuo progreso, es algo que descubrimos cuando en uno de los países más cultos de Europa surgió una abominación llamada Auschwitz, de la mano de un demente como Adolf Hitler. Este campo de exterminio es hoy un lugar preservado para el recuerdo imperecedero de las víctimas; un espacio de recogimiento, contricción e incluso -si uno es creyente- de oración. Sus sórdidas y herrumbradas instalaciones nos gritan a la conciencia que aquello no puede volver a repetirse.

Que la lección de Auschwitz podía caer en el olvido, también lo supimos cuando, tan sólo medio siglo después, reapareció la limpieza étnica en la antigua Yugoslavia. Pero desde entonces, algunos habíamos albergado la esperanza de que tales atrocidades no se reprodujesen. Fuimos ingenuos: otro demente –Benjamin Netanyahu– lleva asesinados ya a 47.000 palestinos, muchos de ellos mujeres y niños. Un auténtico genocidio transmitido en tiempo real por la Prensa de todo el mundo, perpetrado con total impunidad por un ejército profesional contra una población civil inerme. Y cuyo propósito indisimulado es permitir que el estado de Israel conquiste –utilizando, paradójicamente, la terminología de su verdugo nazi- su propio lebensraum. Ese “espacio vital” que haría posible al fin el sueño húmedo de todo sionista: el Gran Israel (Eretz Israel). Un país que incluiría, aparte de Gaza, la actual Cisjordania, los Altos del Golán y quién sabe si parte del sur del Líbano. Y donde cualquier vestigio de sus pobladores originales y su cultura no fuera más que un recuerdo.

La vida, si algo nos enseña, es que no hay dos sin tres. Ahora tenemos a otro demente, Donald Trump, ocupando la presidencia de la Casa Blanca, el mismo que alentó el asalto al Parlamento de su propio país. Este nuevo presidente, dotado de un poder inmenso, acaba de “enriquecer” esta breve Historia Universal de la Infamia, que diría Borges, con su propio “toque” personal: ¿Por qué no hacer del escenario de un genocidio un resort de lujo?  Total: el clima de Gaza es benigno, solar, con maravillosas playas mediterráneas. Y las labores de demolición ya han sido ejecutadas por los bombardeos continuos del Ejército Israelí. Sólo falta desescombrar, limpiar y construir. ¿Y la gente? “Tenemos un problema con la población gazatí” –declaró Trump- “pero bueno, creo que muchos están muertos”.

En este nuevo Brave new world, turistas de alto poder adquisitivo podrán beber su cóctel al borde de la piscina, o bailar hasta desfallecer en la discoteca del hotel, todo ello sobre un subsuelo plagado de cadáveres. Bellas jovencitas y maduros interesantes exhibirán sus cuerpos morenos, mientras los habitantes originales de la Franja se hacinan en los países vecinos, chapoteando en su miseria. Sólo les quedará observar su antigua tierra desde la lejanía, al otro lado de la frontera, porque no regresarán jamás. A no ser que lo hagan como peones para la construcción de este delirio.

Lo que separa al Auschwitz consagrado a la memoria de las víctimas de la “Gaza d’Or” que pretende Donald Trump es lo mismo que separa a la Civilización de la Barbarie. El proyecto, de llegar a realizarse, no sólo supondría la deportación criminal de dos millones de refugiados, sino re-matar, día tras día, año tras año, a quienes fueron asesinados en esta mal llamada “guerra”, que en realidad es una campaña de exterminio pura y dura. El insulto final a las víctimas.

¿Estamos ante una boutade perpetrada por el típico bocazas que se sabe fuerte o hay visos de que llegue a realizarse? Sólo el tiempo lo dirá. Pero el solo hecho de haberla verbalizado constituye ya un grave síntoma de los tiempos que vivimos. Es la hora de los contrapesos al nuevo César, y la respuesta sólo podrá venir de aquellos líderes políticos dispuestos a resistirle (si es que queda alguno); de los jueces estadounidenses y de una sociedad civil organizada que plante cara.

Recuerden: Civilización o Barbarie.

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