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La ‘policía laportista’ ataca de nuevo a la grada de animación por una pancarta

Reaparició de la pancarta que reclama el retorn de la graderia d'animació a Montjuïc - Foto: TV3

Como en las mejores repúblicas bananeras -la definición más ajustada al prototipo de gobernanza improvisada, dictatorial y nepotista del Barça de Joan Laporta– una pancarta colgada en el Lluís Companys, reclamando la grada de animación, fue retirada por la seguridad del presidente azulgrana a los pocos minutos de ser desplegada en la noche del lunes, en el transcurso del partido contra el Rayo Vallecano.

Fue una reacción represiva y desproporcionada que, sin duda, vulnera la libertad de expresión de los socios del FC Barcelona y que no se corresponde con ninguno de los supuestos que justifican una intervención de este tipo, ni tan rápida ni tan vehemente, contra uno de los derechos fundamentales de las personas. Tampoco es un hecho atentatorio contra la normativa federativa o las reguladoras sobre espectáculos de masas o las específicas del fútbol profesional.

La retirada urgente se debió exclusivamente a la ira y nerviosismo del presidente Laporta en el contexto de su guerra abierta con la grada de animación, que decidió cerrar unilateralmente hace unas semanas amparado en el presunto impago de los grupos y peñas de 21.000 euros en multas por cánticos y proclamas reprochables, sobre la base de la regulación de estos espacios que, por cierto, son de carácter obligatorio para los clubs como el Barça por acuerdo de LaLiga.

Lo que quiere decir que, por un lado, el hecho de que unos socios la reivindiquen argumentando su función positiva en el ambiente, en la animación del estadio y en el estímulo al equipo -lo principal-, sobre todo cuando el resultado no acompaña, entraría dentro de la lógica y de la legalidad. Por otro, significa que Laporta no puede prescindir de la grada de animación, aunque sea, eso sí, en el formato y dimensión que decida, incluido el nombre.

En este sentido, la vicepresidenta institucional Elena Fort ya ha dejado clara la intención de la directiva -es decir, de Laporta- de recomponerla en el regreso al Spotify sin la presencia de ninguno de los colectivos que la venían integrando desde su puesta en marcha hace unos años. La nueva será un espacio de animación al servicio de la junta principalmente, compuesta por un tejido social seleccionado por el núcleo duro del presidente, sobre todo de estómagos agradecidos y recompensados con accesos a bajo precio y las mejores condiciones, siempre que, en su funcionalidad, se centren en darle al equipo el máximo apoyo, color y ambiente a la grada, y, llegado el caso, en sofocar a todo pulmón cánticos o proclamas del resto del estadio si van dirigidas al palco.

En esta obsesión por tenerlo todo atado y bien atado, Laporta llegó a prohibirles a los jugadores del primer equipo saludar a la afición barcelonista en los desplazamientos (sucedió en el Getafe-Barça) para que los malos barcelonistas de la grada de animación no pudiera patrimonializar a su favor la empatía del vestuario. Ingenuamente, Raphinha llegó a proponer a la junta pagar la multa de 21.000 euros para que pudiera reabrirse, iniciativa que le costó a uno de los capitanes una buena reprimenda desde presidencia.

El origen de esta trifulca que ha acabado resolviéndose de la forma más autoritaria a favor del presidente hay que buscarlo en algunos gritos de «¡Barça sí, Laporta no!», proferidos en algún momento de los últimos meses en reacción a determinadas actuaciones de la directiva, a juicio de ese colectivo incompatibles con valores del club y contrarios a los más elementales derechos de los socios del Barça.

Laporta ya había avanzado en la regresión y el malestar de la relación con los grupos cuando aprovechó el exilio a Montjuic para minimizar su espacio y ponerle limitaciones. En la segunda temporada, Laporta intentó otra reducción contra la que hubo un pequeño motín y que fue finalmente descartada para evitar una brecha aún peor.

En este estado de crispación y de recelo mutuo fue cuando, desde la junta, se intentó desfigurar el perfil de la grada de animación sobre la base de la propagación mediática de su mal comportamiento y multas acumuladas. Aunque ahí ya se rompió del todo la baraja, las críticas al presidente, aunque muy esporádicas, ya habían provocado hacía días ese cisma irreconciliable.

Una vez cerrada la grada del modo más autoritario, el personal de seguridad y los Mossos d’Esquadra colaboraron en la identificación y represión de socios que, por su cuenta y riesgo, en los partidos siguientes repitieron esas consignas de «¡Barça sí, Laporta no!» de forma aislada en Montjuic.

No hay noticias, al menos esta vez, de actuaciones de la junta contra quienes colgaron la pancarta el lunes, seguramente porque la policía laportista no llegó a tiempo de evitarlo.

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