El procés ha tocado fondo. El desastre del independentismo ha sufrido dos grandes derrotas en las últimas semanas: las agónicas elecciones en el Consell de la República (CdR) para elegir nueva dirección y la aprobación, aún más agónica, de la nueva hoja de ruta de la Assemblea Nacional Catalana (ANC). Los dos grandes objetivos de Carles Puigdemont, que aspiraba a controlar estas dos organizaciones, han quedado en nada.
La escasa participación en ambas consultas demuestra que a los ciudadanos de la calle les importan muy poco las batallas de monopoly a las que un grupo de exacerbados soberanistas les condujeron durante la última década. El hundimiento del procés significa, además, otra cosa: el desmantelamiento del clan de Puigdemont, un grupo de elegidos a dedo por el líder de Junts para que le acompañaran en la gloriosa travesía hacia la independencia y que han estado copando las decisiones políticas desde antes del referéndum del 1 de octubre de 2017.
«La ANC tenía que ser y fue el eje central del movimiento heredero de las consultas populares y el que tenía que aglutinar la sociedad sin mirar ideologías y con un objetivo muy claro, trabajar y hacer presión desde la movilización para llegar a la independencia, una especie de lobby de la ciudadanía para llegar a un objetivo y desaparecer. (…) Ahora, cualquier discurso baila entre las peleas miserables por el poder y por hojas de ruta de difícil credibilidad», escribía Albert Cortès en su blog de Vilaweb tras el desastre que supuso el abandono de Josep Costa de la reunión del secretariado el sábado 8 de febrero. Esta reflexión resume el desamparo y el desconcierto en que ha quedado el activismo soberanista tras la gran crisis interna de las dos organizaciones asaltadas por los de Puigdemont.
Josep Costa reventó la crisis dentro de la cúpula de la ANC para lanzar un aviso a navegantes de que las bajas son constantes y el poder de convocatoria muy corto. Denuncia que tanto en la ANC como en el Consell de la República hay una grosera lucha por el poder que ha dinamitado las dos organizaciones, mientras que a él le acusan de querer derrocar a Lluís Llach como presidente de la ANC para ocupar su puesto. Es decir, una pura lucha por el poder, no por la independencia. Es lo que muchos activistas dicen ya en voz alta y comentan en los foros soberanistas en los que participan.
El clan de los elegidos
Tanto Josep Costa como Lluís Llach (presidente de la ANC) o Toni Comín (hasta ahora, vicepresidente del CdR) formaban parte hace no mucho de la guardia pretoriana de Carles Puigdemont. Aquí estaban también Gonzalo Boye, Antoni Castellà, Josep Lluís Alay, Aleix Sarri, los hermanos Matamala, Agustí Colomines, Neus Torbisco, Teresa Ribagorçanaú o Lluís Puig, por poner algunos ejemplos. Si viajamos un poco más atrás en el tiempo, encontraríamos nombres como Quim Torra, Joan Canadell, Víctor Terradellas o Sergi Miquel.
Las desavenencias entre ellos han provocado la mayor crisis del independentismo. Lluís Puig, por ejemplo, apostó por Jordi Domingo como nuevo presidente del Consell de la República, menoscabando la candidatura de Toni Comín. Jami Matamala hacía lo mismo, injuriando al que fue eurodiputado junto a Carles Puigdemont, mientras que éste y Antoni Castellà habían solicitado a su compañero de aventuras que no se presentara. «Toni Comín tiene que vivir de algo. Se le ha acabado la bicoca de cobrar un gran sueldo como eurodiputado, y ahora no tiene nada. Él confiaba en ponerse un sueldo en el Consell», explica a EL TRIANGLE una fuente de Junts x Catalunya.
Una carta del rapero Valtònyc acusando a Comín de meter la mano en la caja fue el golpe de gracia. Esta carta fue la que terminó de romper la confianza que sus mismos compañeros tenían en él, como Matamala. «Es un vividor y un rencoroso. Lo conocí hace años y desde el primer momento me cayó mal. Las acusaciones que le hacen son muy fuertes y debe rendir cuentas. Pero reconozco que es un político hábil que supo ganarse la confianza de Puigdemont desbancando a los auténticos independentistas y a la gente que provenía de Convergència», acusa un antiguo dirigente que estuvo al lado de Puigdemont durante los años duros de la huida.
El clan de Puigdemont empezó a tener problemas hace un par de años. En 2023, Comín ya había partido peras con Sergi Miquel, que como gerente del Consell se oponía a pagarle gastos supuestamente personales que cargaba a la entidad. El núcleo duro de Puigdemont empezaba a romperse. Las diferencias, por tanto, no han sido ideológicas, aunque haya habido diferentes sensibilidades. «Comín era partidario de una línea más flexible de negociación, mientras que Puigdemont apostaba por la línea dura, pero nunca hubo tensión interna por esta cuestión en el exilio. Comín siempre acababa aceptando lo que se decidía y no ponía objeciones ni maniobraba para imponer sus tesis. En este sentido, siempre fue leal a Puigdemont», explica una fuente independentista que vivió de cerca la situación.
No fue leal, no obstante, a sus compañeros. «Se valió de su proximidad a Puigdemont para emprender una guerra contra todo aquel que le hacía sombra. De hecho, fue el controlador máximo del exilio. Puigdemont es un gandul que siempre deja en manos de otros el trabajo interno. Eso es lo que aprovechó Comín para apoderarse del control del Consell de la República y de los canales de financiación. Para ello, cortó las alas a todos sus rivales. Si alguien le hacía sombra, maniobraba hasta apartarlo del núcleo de decisión», relata el dirigente mencionado, que aún así tenía línea directa con Puigdemont.
En el Consell se ha llegado a una situación límite con las elecciones celebradas este mes de febrero. Los sucesivos responsables y trabajadores de la organización se marcharon tras conflictos internos por una cuestión u otra, pero siempre estaba la larga mano de Toni Comín detrás: desde Sergi Miquel hasta Jaume Cabaní, que fue el contable y el que montó la ingeniería de la financiación. Cabaní llegó a utilizar sus cuentas personales para ayudar a canalizar el dinero y, al final, hubo problemas por este motivo.
A Valtònyc le ofrecieron trabajo en el Consell para que pudiera sobrevivir en Bélgica: controlaba las donaciones. Después de varios meses sin pagarle, descubrió que Comín, mientras era eurodiputado (es decir, con un inflado salario) desviaba cantidades de dinero del Consell hacia sus cuentas. Y cuando le pidió explicaciones y le reclamó los salarios atrasados, Comín le habló de ser padre de familia y de lo que era la solidaridad: «Cuando reclamé el pago, me dijo que los ingresos eran para otros proveedores con más necesidades, como los que eran padres de familia, y que no se tenía que ser tan insolidario. Ese día volví a vivir lo que había visto durante años: su uso reiterado del chantaje emocional (…) Su justificación fue que el dinero era suyo, ya que una parte pertenecía a los exiliados, y que de hecho la caja de resistencia le debía dinero. Sin embargo, yo sabía que ningún otro exiliado había hecho uso de él y mucho menos de esta manera. Más tarde, intentó justificarse con el coste del funeral de su madre, una afirmación que descubrí que era falsa, ya que éste había sido cubierto por otra asociación», denunció el rapero.
Ferran Revilla, responsable de las herramientas informáticas del Consell, salió también por la puerta de atrás. Revilla fue testigo de las tensiones entre Comín y Sergi Miquel. Después de conseguir que este último dimitiera, Comín asumió el mando. «El vicepresidente reorganizó el Consell priorizando la lealtad personal, creando un equipo de fieles y mostrándose refractario a ser cuestionado. Los procesos participativos se limitaron a ratificar o rechazar decisiones, sin permitir alternativas. Quien cuestionaba al vicepresidente acababa apartado del Consell. Podría hablar largamente sobre la manipulación que el vicepresidente ejerció sobre el equipo técnico en contra de Catglobal», denunció Revilla. Catglobal, la entidad que cubre jurídicamente el Consell en Bélgica, denunció irregularidades en la gestión y el desvío de 15.530 euros hacia las cuentas personales de Comín.
El vicepresidente ordenó que Revilla debía «desviar una parte de las donaciones que recibía el Consell hacia una cuenta de una organización controlada por él», y le subrayó que no se tenía que enterar Catglobal. «Como era una instrucción manifiestamente ilegal, hablé con Catglobal y la rehusé. Desde ese momento, el vicepresidente me consideró un enemigo y maniobró para girar el equipo técnico en mi contra», explica.
En la ANC, las cosas no han ido mucho mejor. Los dos dirigentes más votados en las últimas elecciones de la organización cívica fueron Lluís Llach y Josep Costa, ambos muy próximos a Puigdemont y de su círculo de confianza. Costa sirvió los intereses de Puigdemont desde la vicepresidencia del Parlament. Ahora los separa un abismo. Llach sigue teniendo vínculos con Puigdemont, que lo premió nombrándolo miembro del gobierno del Consell de la República. Al mismo tiempo, es amigo de Toni Comín, a quien ayudó (aunque no públicamente, a pesar de las acusaciones de desvío de fondos y de acoso sexual) en los comicios del Consell de la República, a pesar de las acusaciones que pesaban sobre él; por algo habían sido compañeros de gobierno del Consell en Waterloo.
Dos de los nuestros
La degradación del clan ha llegado a tal punto que, en estos momentos, Costa y Llach, dos de los nuestros, están peleados en la cúpula de la ANC, protagonizando espectáculos grotescos cada semana. Han pasado de ser fieles escuderos de Puigdemont a señores feudales con taifa propia. La tensión entre ellos ha llegado a tal punto que ni siquiera se hablan.
El clan de Puigdemont está completamente liquidado dentro del independentismo. Quien más quien menos recela de su compañero de armas. Los últimos acontecimientos certifican que el grupo de soberanistas que pilotó el proceso durante los últimos años, apiñados en torno al fugitivo Carles Puigdemont, ha perdido todo el poder que tenía. Desacreditado y desbordado por los acontecimientos, cada miembro del clan intenta sobrevivir en su respectiva trinchera. De tener el poder absoluto han pasado a ser cuestionados permanentemente.
Puigdemont se ha retirado a su nuevo cargo, aferrándose a Junts per Catalunya para su salvación política. Han quedado atrás las promesas que se retiraría de la política si no conseguía ser presidente de la Generalitat. Pero no es nada nuevo que diga una cosa y haga otra: otras veces había prometido presentarse eal Parlamento, a pesar de la orden de llamamiento y búsqueda que pesa sobre él; había prometido la independencia; había prometido transparencia en su Consell de la República…
*Puedes leer el artículo entero en el número 1610 de la edición en papel de EL TRIANGLE.