La participación del Barça en la Copa del Rey de baloncesto ha sido efímera, irrelevante, triste y reflejo fiel del mal estado de un equipo que, en este preciso momento de su historia, parece abandonado a su suerte, sin suficientes recursos para salir del pozo ahora y sin mejores perspectivas de futuro en una institución que le ha dado la espalda definitivamente.
Las dudas, más incluso que la propia regresión de la histórica sección del FC Barcelona y de la negligencia demostrada por parte de sus actuales responsables, el demoledor tándem Juan Carlos Navarro y Josep Cubells, empiezan a centrarse razonablemente en si el deterioro es el resultado, también, de una política consciente de la actual junta que no va a ningún sitio, es decir a dejarse llevar por la fuerza de este retroceso hacia donde sea que conduzca este camino de desinterés e indolencia.
¿A la desaparición de la sección de baloncesto o a un futuro y no tan lejano formato semiamateur? Bajo la presidencia de Joan Laporta absolutamente todo es posible, siendo tan evidentes las señales de la repulsión que el presidente siente por el Palau en general y por el entorno del baloncesto azulgrana en concreto. De siempre, el Palau le ha parecido un incómodo y consolidado gueto post nuñista, hostil, excesivamente autónomo e independiente en lo que respecta al funcionamiento y personalidad de la gradería, además de un pozo de pérdidas sin remedio ni solución. Le interesa cero por no decir que, si pudiera y dependiera de él solo, el baloncesto azulgrana, las secciones y el Palau ya habrían pasado a la historia.
En la fase final de la reciente Copa del Rey, por ejemplo, el equipo viajó sin la compañía de un solo directivo en otro gesto inequívoco de la misma desconfianza que hoy transmite el equipo, con bajas clave y sin un euro para fichar, configurando un panorama descorazonador que, como novedad en estos tiempos laportistas que toca vivir, empieza a disgustar más de la cuenta al socio-cliente barcelonista recién llegado al club, un colectivo que sigue creciendo a un ritmo imparable, y del gusto de Laporta, insensible y ajeno a los debates sobre el estilo de gestión, sobre el modelo de propiedad o sobre la magnitud sideral de la deuda del Espai Barça, mucho menos aún si las asambleas son hitlerianas o si el auditor le enmienda la plana al presidente. Todo le importa poco o nada mientras el equipo brille en el campo y, como espectador, pueda disfrutar de buenos partidos, eso sí, con más motivación si los héroes de los partidos proceden de la Masía.
A consecuencia de la regeneración y evolución del tejido social barcelonista de estos años, coincidentes con la eficiente sedación laportista y su alejamiento de la vida del club, a este neo barcelonista el baloncesto no solo le es indiferente, sino que no le causaría el menor sentimiento de culpa ni de preocupación que el baloncesto y las secciones en general dejen de ser un gasto anual lo antes posible.. Puro pragmatismo ante los indisimulables y graves problemas de margen salarial que arrastra Laporta por culpa de sus excesos financieros y delirantes desde su llegada a la presidencia.
Además, como es notorio y lo certifica el Fondo de Titulización suscrito con Goldman Sachs y la comunidad de inversores, al Barça ya le costará 3.000 millones la reforma del Spotify cuya devolución ya se antoja imposible ahora como ahora. Habrá que refinanciar el préstamo a más tiempo e intereses superiores que solo podrán pagarse con la explotación del estadio y el match day del primer equipo. En ningún caso, Laporta se ha planteado de verdad afrontar la construcción del nuevo Palau Blaugrana que, por su funcionalidad básica y preferente para el desarrollo competitivo de las cuatro secciones polideportivas, Baloncesto, Balonmano, Fútbol Sala y Hockey Patines, no será posible rentabilizar con otras actividades de ocio, cultura, entretenimiento o eventos.
En el ámbito directivo, la excusa perfecta para desistir de un proyecto arquitectónico tan ambicioso y proporcionalmente igual de caro que el estadio sería que las secciones desaparecieran o bien pudieran seguir utilizando el vetusto pabellón actual en competiciones adaptadas a su presupuesto real, sensiblemente inferior y directamente alineado con el número de espectadores y del volumen de la recaudación en taquilla.
Por descabellado que parezca, a la junta de Laporta le parece una buena solución y un final feliz a un dolor de muelas que, a su juicio, solo es la consecuencia de una corriente de opinión de los socios más antiguos y de un romanticismo que toca superar.
Hoy quizás incluso ganaría la continuidad de las secciones -subvencionadas con 50 millones del fútbol- en una votación. Otra cosa es que, de aquí a un tiempo, las circunstancias y los acontecimientos puedan llevar a un callejón sin salida en el que los socios puedan contemplar un Barça con otra mentalidad y visión en relación con sus inversiones en otros deportes profesionales. De momento, los ajustes prioritarios de LaLiga, que es quien maneja de verdad el presupuesto del Barça desde 2022, han reducido notablemente la capacidad económica de las secciones y producido un efecto de repliegue en su protagonismo, evidente en el baloncesto y el fútbol sala y todavía menos agudo en el balonmano y en el hockey patines.
La última palabra, o al menos eso dicen los estatutos, la tendrán los mismos socios a los que, pronto, se les multiplicará por tres el precio de los abonos del Spotify y a los que puede ser, también se les proponga una subida de las cuotas para sostener la competitividad de las secciones profesionales o para sufragar un nuevo Palau.
Laporta, si se lo propone, dispone de fórmulas para convencer a los socios, sobre todo a las telemáticas. Estas nunca fallan.