Doctora en Filosofía. Profesora del Departamento de Sociedad, Política y Sostenibilidad de ESADE. Fundadora del Instituto de Diálogo Socrático. Autora de Socratic dialogue: Voicing Values y de dos documentales sobre la prisión e Irlanda del Norte. Dirige la Casa de los Clásicos, dedicada a la divulgación de la literatura clásica universal. Ahora, publica No consentirás pensamientos impuros (Fragmenta Editorial).
No consentirás pensamientos impuros. ¿Quién? ¿Por qué?
El libro forma parte de la colección «Ensayo. Diez Mandamientos», que tiene la intención de revisar los Diez Mandamientos desde una mirada actual. Por mi condición de filósofa, me propusieron tratar el noveno (No consentirás pensamientos impuros), y lo acepté, pensando que, incluso para los que no hemos recibido una cultura explícitamente cristiana, católica, nos ha incluido y habla mucho de lo que pensamos hoy.
¿El noveno es, pues, un mandamiento preventivo?
A diferencia del noveno, todos los Mandamientos se dirigen a lo que podemos hacer o no hacer, a nuestra acción. Pero me imagino que se dieron cuenta de que, para controlar a los feligreses, las personas, no bastaba diciéndoles lo que no tenían que hacer porque, en realidad, el germen más poderoso y quizás más peligroso del ser humano está en su pensamiento. Así emerge este noveno mandamiento que dicta que paremos mención, que controlemos lo que pensamos. Con una formulación algo ambigua que nos hace sentir que no sólo tenemos que controlar nuestro propio pensamiento, sino que parece que también nos está pidiendo que no dejemos que los demás tengan pensamientos impuros.
Es algo que actúa como un corsé, dices en tu libro…
Si, porque de esta manera se instaura un estado de control policial de la mente. Una especie de estado totalitario, orweliano casi, que no prohíbe sólo que podamos hacer determinadas cosas, sino que no podemos ni pensarlas. Cuando se nos dice que no debemos tener pensamientos impuros, se nos quiere decir que nuestros pensamientos deben ser puros. Es decir, perfectos. Asimilamos la pureza a la perfección. Si no podemos tener pensamientos impuros e imperfectos, en el fondo no podemos pensar, porque los humanos, por definición, pensamos de manera impura e imperfecta. Los humanos no somos dioses, no somos omniscientes. Nuestro pensamiento es siempre de ensayo y error; por pálpitos, a ciegas… A diferencia de otras especies animales, al pensar, el ser humano viola el mundo, la naturaleza… No consentirás pensamientos impuros quiere decir, al final: no pienses, obedece.
¿Esto es más bien propio de las religiones del Libro, de nuestra cultura judeocristiana, o es de alcance universal?
El noveno no es un mandamiento original, digamos, sino tardío. El catecismo ha puesto mucho énfasis en esta cuestión y se centró mucho en la impureza del cuerpo. A diferencia de otras religiones, que no tienen esta objeción hacia la cuestión física, corporal. Aquí hay una paradoja, porque la noción de pureza la adjudicamos a Platón, a quien le obsesionaba la pureza del alma. Sin embargo, el cristianismo ha ido tergiversándolo. San Agustín es uno de los primeros que pone la atención en la corrupción del cuerpo. En sus Confesiones le pide a Dios que lo limpie de sus impurezas, la corrupción de la vida carnal que ha tenido antes de convertirse. Cosa totalmente despreciable. Se ve el cuerpo como algo sucio. Y aquí está el origen de todos los males. Mi tesis es que esta obsesión por la pureza, especialmente la física, está en el origen de enfermedades, propiamente dichas, y también de las de carácter moral y político.
¿El noveno mandamiento incluye una represión explícita de los sentidos, cuando dice cosas como aparta la vista de…?
Sí. Por ejemplo, la emoción del asco tiene en el origen, o podemos atribuirle, una función biológica y de supervivencia. Cuando, por ejemplo, no había control alimentario, determinados olores, que nos generaban asco, probablemente nos salvaban de envenenarnos. Esta emoción ha ido degenerando y uniéndose a la obsesión por la pureza y la perfección. En la infancia, cuando se nos educa, se nos dicen cosas de sentido común, como que no debemos comer con las manos. Pero, a medida que crecemos, esta fijación con la limpieza y la pureza, que acaba siendo obsesión por la perfección, va derivando en extremos patológicos. Algo bastante común en la cultura puritana anglosajona, que se exporta y se extiende por el mundo. Sé de casos extremos de personas que pueden sentirse contaminadas o atacadas por virus. Desde madres que encierran a sus hijos cuando tienen alguna enfermedad para que no las contagien, hasta personas que corren a la ducha después de tener relaciones sexuales. La derivada triste de esta patología de la repugnancia y el asco la pagan los más vulnerables. El que no huele bien, porque no puede ni ducharse, genera asco. Eso es semilla de racismo, xenofobia, aporofobia, gerontofobia…
¿En el catolicismo la Virgen María ocupa un lugar preeminente, en la creación, el mantenimiento y el desarrollo de la cultura de la pureza?
Esto es terrible y está en el origen de muchas de las enfermedades mentales actuales. Entre mis alumnas de Derecho, me decía el otro día una profesora, hay un 40% de diagnosticadas de algún trastorno mental o alimentario. Si el referente que tenemos, el ideal al que debemos tender como mujeres, es esa pureza inexistente, inagotable…, vamos mal. La vida es embrujarse las manos. Eso es lo que nos hace aprender. La pureza de la Virgen no tiene nada de interés. Significa que no ha vivido nada. En el aspecto estético, el ideal que se ha ido instalando, reforzado por la tecnología, que nos permite retocar cualquier imagen, hace angelicales los cuerpos y los rostros de las mujeres. Y a los hombres, gladiadores, que es otro tema. A las adolescentes, y no sólo a ellas, les gustaría parecerse a imágenes irreales, de algo inexistente. La idea de perfección y pureza acaba generando un autoodio terrible. Un estado de frustración, insatisfacción…, permanente, en una carrera que no lleva a ningún sitio.
¿O sea, las derivadas del canon de belleza, modelado del cuerpo…, de lo que sabe mucho la publicidad?
El origen de todo esto, insisto, tiene mucho que ver con esta obsesión por la pureza y la perfección. No hemos aceptado que ser humano es ser imperfecto, olvidadizo, maldito, sucio… Y eso impulsa el deseo de mejora, pero no el de ser puro. De la idea de pureza y perfección se deriva toda una industria. Todas las pulsiones, deseos, necesidades…, se convierten en mercancía, en el sistema económico actual. Un mercado que, especialmente con las mujeres, consiste en facilitar todo tipo de tratamientos, productos, etc., que promueven algo que no es posible. Niñas de 12 años haciéndose tratamientos de piel que acaban en enfermedades, mujeres poniéndose bótox, cirugía estética, gimnasios… Una cosa es estar bien a los 60 y otra pretender tener unos músculos como en los 20. Cosa extrapolable a muchos otros aspectos de la vida: la madre perfecta, la trabajadora, ordenada… El mejor camino para volvernos neuróticos e infelices.
Esto es extensible al ámbito ideológico, político, estético…, donde el canon de lo perfecto ejerce su particular dictadura, a partir de la quimera del ideal…
El idealismo ha contribuido a todo ello, sin duda. Y lo ha hecho de diferentes maneras. Tal como dice su nombre, el idealismo se centra en lo ideal y no en lo real. Como buena parte de la historia de la filosofía, que, como ha cuestionado el feminismo, son entelequias desvinculadas de la realidad. Ideales que en la vida no se pueden encarnar y no ayudan. Ha reforzado una tendencia y unas ideas que han contribuido a unas ciertas enfermedades. También su obsesión con la autonomía lo ha hecho. Kant decía que un bebé llora porque está frustrado por no poder levantarse y salir caminando.
¿Se ve alguna luz al final del túnel de la pureza y la perfección, que sigue deslumbrando, a pesar de su oscuridad?
El antídoto a todo esto, la manera en la que deberíamos mirarnos y mirar el mundo para reducir esta patología tiene que ver con la aceptación de nuestra impureza, de nuestra imperfección, como parte constitutiva de lo humano. En lugar de sentir asco, abrazarlo. Primero en nosotros, aceptar que cada año tenemos más arrugas…, lo que permite aceptar la imperfección en el otro. Atenuar la obsesión por la perfección e ir convirtiéndola en un deseo equilibrado de aprender y mejorar. Y, por supuesto, habría que ir erradicando la propia noción de pureza. También en cuanto al pensamiento. Pensamiento impuro no es válido, como sí que lo es, por ejemplo, el pensamiento peligroso, que lleva la semilla de algo que puede dañar a alguien.