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Donald en Cataluña

Ahora toca el crujir de dientes y muchos se llevan las manos a la cabeza, atónitos ante las ocurrencias del amo del mundo que quiere echar a los gazatíes de sus pueblos para construir un resort en el Mediterráneo oriental. Eso no es menos alarmante que su decidido desmantelamiento del estado en su propio país, con la eliminación de funcionarios, reducción de servicios públicos y guerra cultural contra los derechos humanos, la igualdad y cualquier atisbo de justicia social. Lo dijo el señor Milei: la justicia social es una aberración. La democracia se extingue ante nuestros ojos. Cuando de ella solo quede el acto de votar de vez en cuando, una vez despojada de todo su contenido social, nos daremos cuenta de lo que perdimos. Quizás ya es tarde.

Sin embargo, en Cataluña vivimos hace unos años un ensayo de autoritarismo disfrazado de democracia que algunos llaman «procés», un levantamiento de las élites y del populismo de derechas que, con el supuesto objetivo de lograr la independencia de la región catalana, consiguió cautivar a centenares de miles de ingenuos y les convenció de que el Estado es lo peor y, por consiguiente, se debe desmantelar. Hoy, sus tristes herederos siguen con la misma tesis, aunque por fortuna han sido expulsados del poder autonómico. Si aceptamos que el «procés» catalán fue un ensayo del autoritarismo supuestamente democrático, podremos pensar que nos queda alguna esperanza: se le puede vencer.

Los eslóganes del independentismo catalán hablaban constantemente de libertad y de democracia, y se esforzaban muchísimo en asimilar la democracia al votismo: el resultado de las urnas (como expresión libre de un pueblo) está por encima de las leyes. Y esa idea les autorizó a violar la Constitución, a situarse por encima de cualquier ética y a aplicar su mayoría parlamentaria como el rodillo que todo lo arrasa. Jamás hubo ninguna propuesta social en el independentismo: se suponía que la libertad era el objetivo que todo lo iba a resolver. ¡Libertad, carajo!, dijo el señor Milei. O: llibertat! dijeron los líderes independentistas. Libertad, grita la señora Díaz Ayuso siempre unos metros por detrás del modelo procesista catalán que tanto imita.

Todos los movimientos para la libertad del mundo son movimientos autoritarios a los que la democracia y la libertad les importa eso, un carajo. ¿A qué tipo de libertad puede aspirar quien no tiene recursos para llevar una vida digna? Su único proyecto es aumentar la libertad a los poderosos suprimiendo regulaciones y derechos sociales, su propósito es superar los molestos límites de la democracia liberal y despojarla de todo contenido social. No nos olvidemos de que uno de los líderes del independentismo es el estrafalario Puigdemont, un señor muy de derechas que, cuando fue alcalde de Gerona, decretó el cierre de los contenedores de basura con candados para impedir que los miserables hurgaran en ellos en búsqueda de alimentos: esa era su idea de la lucha contra la miseria.

El partido de Puigdemont, a día de hoy, le exige al Estado el control de las fronteras regionales y la potestad para expulsar a inmigrantes indeseados: esa es, de nuevo, su única propuesta social conocida. Lo hacen a través de un político triste y gris como Jordi Turull, un tipo sin carisma ni verbo que va insertando las ideas des de su oscuro cuartelillo. Uno diría que Donald estuvo de Erasmus unos meses en la Cataluña de 2017. Y se quedó fascinado viendo como las masas salían a jalear las ideas autoritarias, ingenuas y alegres, incluyendo a los jóvenes supuestamente trotskistas de la CUP, que acudieron entusiasmados a la llamada de las élites nacionalistas herederas de la burguesía más identitaria y rancia. Increíble pero cierto.

En 2024, en Cataluña, un ajustadísimo resultado electoral permitió que la socialdemocracia echara del poder regional al nacionalismo burgués, pero fue tan ajustado que a la socialdemocracia catalana no se le ocurre nada mejor que flirtear con el nacionalismo y caerle simpático. O lo menos antipático posible. Parece un trabajo de amor perdido. En los Estados Unidos, al señor Biden tampoco se le ocurrió nada mejor que practicar políticas aceptables para quienes votaron a Trump, con la pretensión de congraciarse con ellos: el resultado de esta opción está a la vista de todos. En resumen: si la ola del populismo autoritario triunfó en la Cataluña de 2017 pero fue derrotada en 2024 por la socialdemocracia, eso significa que se la puede derrotar. Pero al tanto: la socialdemocracia debe actuar como tal y redoblar el contenido social de la democracia. De otro modo volverá la ola autoritaria nacionalista y, ésta vez, no habrá quien la detenga.

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