Este viernes y sábado Santiago Abascal ha reunido en Madrid a los líderes del grupo Patriots, tercera fuerza del Parlamento Europeo, con la presencia del húngaro Viktor Orbán, la francesa Marine Le Pen, el holandés Gert Wilders, el italiano Matteo Salvini, y el portugués André Ventura, que deslumbrados por la victoria y el músculo mostrado estos primeros días por Donald Trump, han llamado a Make Europa Great Again, hacer Europa grande de nuevo, y a romper como él con todos los consensos conseguidos en Europa y buena parte del mundo en los últimos ochenta años. Desde el Tribunal Penal Internacionales a la Organización Mundial de la Salud, la UNESCO, los Acuerdos del Clima y los acuerdos de libre mercado que suprimían aranceles.
Podría sorprender que Patriots eligiera en noviembre pasado a Abascal como presidente, quien como se ve en los vídeos de los corrillos y saludos antes de los actos del sábado y de la cena del viernes, Abascal estaba en todo momento acompañado de algún dirigente de Vox para que le hiciera de traductor, ya que su nivel de inglés y otros idiomas europeos es tan bueno como el del Mariano Rajoy de quien la historia ha dejado memorables imágenes con él solo sentado en la mesa de las cumbres internacionales, mientras el resto de mandatarios conversaban de forma distendida en inglés o francés. Una situación que Abascal no sufría cuando era un miembro más del otro gran bloque ultra del Parlamento Europeo, los Conservadores y Reformistas, que lidera Giorgia Meloni porque Meloni, que vivió de joven unos años en Canarias, habla un fluido castellano. Pero es que tras las elecciones europeas de hace nueve meses y con la intuición de que Trump sería el nuevo presidente de Estados Unidos, Abascal rompió con Meloni y los ultracatólicos polacos y se sumó al grupo de Le Pen, Gert Wilders y Salvini, al que entró victorioso Viktor Orbán, tras ser expulsado del Partido Popular Europeo. Todos muchos más cercanos a Putin que a Zelensky, y contrarios al alineamiento de Meloni y Varsovia con la OTAN y Bruselas, que daban y pedían apoyo incondicional a Ucrania para detener a Putin y las pretensiones del Kremlin de ser el faro de un continente que va del Báltico y el Mediterráneo hasta el Océano Pacífico, llamado Eurasia.
En la cumbre intervino por videoconferencia el argentino Javier Milei que como quiere hacer ahora Trump aplica la motosierra a la administración, despide funcionarios y elimina subsidios sociales. El abrazo de Abascal con Milei y a las propuestas de Trump son la estocada final al sector falangista de Vox que abanderaban el ex vicepresidente Jorge Buxadé y el ex secretario general Javier Ortega Smith. Y es que, incumpliendo la lógica y los mismos estatutos del partido, el diputado del parlamento catalán, Ignacio Garriga es ahora simultáneamente vicepresidente y secretario general de Vox. Y como Garriga sólo puede ir a Madrid dos o tres días a la semana, Abascal tiene el mando único del partido; eso sí, acompañado de personas sin cargo orgánico y con un notable historial ultra y fascista como Kiko Méndez Monasterio.
Abascal, que el pasado verano decidió sin consultarlo con el Comité Ejecutivo del partido, que ya no pinta nada, abandonar los gobiernos regionales de Castilla y León, Extremadura, Aragón, Comunidad Valenciana, Murcia y Consejo Insular de Mallorca a los que había entrado, provocando un gran perjuicio al centenar de militantes o simpatizantes que habían abandonado hacía unos meses sus puestos de trabajo para asumir direcciones generales, gabinetes de comunicación y ocupar cargos de confianza de las diferentes consejerías. Abascal quiere gobernar España pero no para acabar como Meloni, que cada vez se acerca más a Bruselas. E hizo una jugada que de momento le ha salido bien.
En la cumbre ultra los diferentes líderes alabaron a Trump y sus órdenes ejecutivas disruptivas en inmigración, acuerdos internacionales y aranceles, y también con la propuesta de convertir a Gaza en una Riviera, un ressort turístico para extranjeros ricos como los de Dubai o un Hard Rock, expulsando de allí a dos millones de personas. Unas propuestas que también alaba Sílvia Orriols y el secretario de Estudios y Programas de Alianza Catalana, Jordi Aragonès, que se empieza a plantear presentarse a las próximas elecciones europeas para sentarse en el mismo grupo que Vox.
Ahora bien, más allá de las simpatías que despiertan aquí las dos propuestas de Trump, si las miramos bien no ayudarían a hacer Europa ni más grande, ni mejor. Si aplica aranceles los europeos exportaremos menos y pagaremos mucho más por las importaciones y se generará desempleo e inflación. Y si se pretende expulsar a dos millones de personas de Gaza, muchos acabarían viniendo a Europa ya que la mayoría de palestinos tienen un hermano o un primo en el Viejo Continente, lo que no beneficia las propuestas de hacer de nuevo la Reconquista y expulsar a los musulmanes, una reconquista que, con respecto a Cataluña, querría liderar Sílvia Orriols que, como ella dice, nació un 9 de octubre día que Jaume I expulsó a los sarracenos, o sea los «moros» de Valencia hace unos siglos.
E ironías aparte, el anuncio de intentar una deportación de ciudadanos musulmanes de Gaza es gasolina para los islamistas más radicales partidarios de atacar a quienes hacen la propuesta, lo que pondría a todas las sociedades occidentales en el punto de mira de las franquicias de Al Qaeda, el Estado Islámico o de las que puedan nacer.