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Otra fuga se cuece en la directiva de un Laporta cada vez con más poder

Joan Soler, el 2023, amb Fermín - Foto: @SolerFerre

Las dimisiones más sonadas de la segunda era de Joan Laporta al frente del FC Barcelona han sido la precoz y madrugadora de Jaume Giró, el electo vicepresidente económico, cuyo cargo compró a cambio de un aval millonario proporcionado por José Elías para colocar en la junta a un testaferro, Eduard Romeu, también incapaz de convivir mucho más tiempo con el monstruo presidencial; la también significativa salida por piernas de Jordi Llauradó por la indecente gestión del Espai Barça; y, finalmente, la defección de Juli Guiu por el reiterado escándalo de las comisiones de Darren Dein, que constituyen la antesala de otra posible eyección directiva.

Las expectativas mediáticas se centran ahora en la figura de Joan Soler, responsable del fútbol formativo que ha desaparecido de la escena -o sea, de la escolta pretoriana del presidente-, indigesto y cabreado porque -otro ingenuo- se creyó la promesa o los rumores de que de Laporta lo nombraría vicepresidente deportivo en sustitución de Rafael Yuste en la última reunión ordinaria de la junta, a finales de enero, la primera en la que Juli Guiu estuvo ausente tras su dimisión.

La jugada debía pasar por un trasvase de competencias internas de modo que Yuste pasase a ocupar la vicepresidencia de marketing vacante, la silla aún caliente de Guiu, y Joan Soler ascender al minitrono de la parcela deportiva que, básicamente, es la gestión del primer equipo. Al menos de cara a la galería, pues es sabido, notorio e indiscutible que mandar, lo que se dice mandar, ya sólo lo hace el presidente.

Joan Soler se creyó el cuento o bien pensó, en un error infantil por su parte, que su ascenso era una prioridad para Laporta. Soler se había creído de verdad que por haberse convertido en uno de los favoritos del presidente tras el paso atrás de Yuste, acompañante y telonero en los viajes a Oriente Medio y sustituto de facto en la práctica de la figura el vicepresidente deportivo, ocupar su puesto solo era cuestión de días.

Laporta, sin embargo, no solo incumplió esa remodelación que al menos Joan Soler dio por hecha. También le mostró esa otra cara de ese personaje totalitario, egocéntrico y napoleónico -en el peor sentido del calificativo- en el que se ha convertido, oponiendo a esa vanidad y ambición precipitada de Soler el valor de la lealtad y la discreción de un amigo de la infancia como Yuste, el heredero en esta segunda etapa de Alfons Godall, al que no le gustó en absoluto la idea de ser formalmente apartado del cargo de vicepresidente deportivo para ser el recambio de Juli Guiu.

Rafa Yuste hubiera preferido que Laporta lo hubiera invitado a dimitir antes que ser rebajado a vicepresidente de marketing, una actitud que a Laporta le convino para bajarle los humos a Soler y, en el fondo, ver y sentir cómo engordaba el marcado absolutismo de su figura castrista y dictatorial sin personajes revoloteadores como Joan Soler con ansias de protagonismo y de poder con demasiada impaciencia.

El frenazo a esa nominación hubiera sido impropio de alguien que, por conducta, ha preferido canibalizar las funciones de los directivos y altos cargos dimitidos o cesados. En este caso ha preferido perfeccionar esa compañía silenciosa de Rafael Yuste, que se inhibió de sus funciones y visibilidad tras la rocambolesca y ridícula movida en torno a Xavi, previa al aterrizaje de Hansi Flick, y ya no viajó a la gira de verano con el primer equipo y ha optado por momificarse en vida hasta convertirse en un elemento decorativo del palco. Eso sí, sin perder lo que más valora Laporta de su amigo: los galones de vicepresidente primero que, por estatutos, le confieren la prevalencia de la sucesión directa en caso de una crisis aguda o ausencia del presidente. Laporta sabe que si Yuste ha de cubrirle las espaldas en una emergencia defenderá la esencia de su mandato. O sea, sus verdaderos intereses personales, por encima de la vanidad y la desmedida ambición de otros.

A Laporta también le conviene que el resto de las vicepresidencias sobrevivientes, la de Elena Fort, cada vez más intrascendente y con un historial de embustes inigualable como cabeza institucional, y la de Antonio Escudero, inexistente como responsable del área social, solo estén disponibles para cuando él los necesite, obedientes, sumisos y poco ruidosos.

Así, la reacción de Joan Soler ha sido la de desaparecer de repente, dejando de formar parte del núcleo duro de Laporta en los desplazamientos del equipo y también en el palco para mostrar su disgusto y cabreo.

Desde luego, si cree que esa es la vía de presión para que Laporta pueda reconsiderar su decisión provisional de no introducir cambios en la junta de gobierno del club, parece estar bastante equivocado y desconocer profundamente a Laporta.

Joan Soler se ha metido él solo en un problema del que, seguro, no saldrá reforzado ni como nuevo vicepresidente deportivo. O regresa cabizbajo, arrepentido y arrastrándose a la casilla de salida como vocal invisible y sin ninguna prerrogativa ni favoritismo por parte del presidente, sabiendo que le tocará purgar por esa rabieta infantil, o presentará su dimisión en breve, si es que le queda algo de dignidad y de personalidad. Una decisión que, por otro lado, no le causará a Laporta el menor disgusto ni malestar.

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