Aquelarre

Vivimos una situación insólita en la política internacional, totalmente inesperada. Hace tiempo que la dinámica polarizadora, los discursos duros, la normalización de la extrema derecha, la desinformación o bien la capacidad de manipulación de las redes sociales no auguraban nada bueno. Pero la realidad ha superado, con mucho, cualquier previsión por pesimista que fuera.

Susana Alonso

El problema no es solo la victoria de Donald Trump, que hace muchos meses que debía darse por descontada, sino que el mundo lo recibiera mayoritariamente de manera favorable y grandes dosis de expectativas positivas. ¿Qué nos ha pasado? Los discursos autoritarios y groseros son recibidos de manera favorable por gran parte de la ciudadanía. Sorprende que un grupo de psicópatas tecnológicos y superricos que acompañan al personaje sean motivo de admiración en un mundo donde parece que ya sólo cuenta el individualismo más salvaje y la capacidad, como sea, de acumular dinero mientras una gran parte de la sociedad va siendo víctima de la falta de expectativas, la desigualdad, el desánimo y la miseria.

¿Cuándo decidimos que era mejor ser arrogante, insolidario, provocador e ignorante que ser considerado, comunitario, educado y prudente? Ahora atrae la parte oscura de la sociedad y se ve con simpatía la práctica del «malismo», visto como un juego, una provocación, romper las reglas. Hoy en día, ser underground es comportarse como un energúmeno antisocial. Con todo, la puesta en escena de la toma de posesión del nuevo presidente americano ha ido todavía un paso más allá de lo que podíamos esperar de esta gentuza y nos ha dejado sin palabras, sin capacidad de reacción. Se hace muy difícil asimilar tanta brutalidad expuesta en un mismo acto. Hasta los tiempos actuales, cualquier radical que conseguía ganar elecciones moderaba su discurso al devenir gubernamental asumiendo aquello tan clásico de manifestar querer «gobernar para todos». Ya no: exhibición de fuerza, autoritarismo, agresividad e irracionalismo desde el primer momento.

La escenografía resultaba elocuente: sin representantes institucionales y predominio de gurús empresariales y dirigentes de extrema derecha. No se puede decir más claro. La gélida primera dama emitiendo una criptomoneda para la ocasión que, en pocas horas, le reportó el equivalente a cuarenta mil millones de dólares, demostrando que esto, básicamente es un gran negocio virtual. En pocos días y refrotándose con Trump, Musk, Zuckerberg, Bezos o los propietarios de Google, son infinitamente más ricos de lo que ya eran. Los líderes de las plataformas tecnológicas que, justamente manipulan las redes y condicionan el voto, investidos como señores feudales. Sólo faltó que les pusieran la espada sobre el hombro. El saludo fascista quedó como simpático y normalizado por Elon Musk.

Una fiesta donde valía burlarse de todo. Ellos han venido a dar la vuelta a todas las reglas del juego, especialmente las de las sociedades democráticas. Y qué no decir del discurso amenazador e insultante del nuevo presidente considerando que todo lo que hay en el mundo está a su alcance y piensa incorporarlo a Estados Unidos. Una muestra de nacionalismo extremo, supremacista, que abomina de todo y de todo el mundo, pero especialmente de Europa.

Ciertamente que algunas afirmaciones parecen fanfarronadas, pero ya resulta indicativo que las manifieste sin ningún autocontrol. Pero buena parte de lo que afirma, lo hará y, posiblemente, de manera grosera y torpe. El choque que puede suponer pasar de políticas comerciales basadas en la globalización a centrarse en los aranceles y el proteccionismo puede resultar brutal y, sin ninguna duda, empobrecedor para mucha gente.

Hasta ahora hemos combinado salarios low cost con productos low cost y hemos ido tirando mal que bien. Los aumentos de los precios, la inflación, que sufrirán las clases bajas pueden ser brutales, de los que marcan época. Cómo será inhumana la crueldad que se practicará, de manera muy explícita, hacia la inmigración, tema en el que muy seguro centrará su relato de America first sobre el que pivotan sus motivados seguidores. Un tema y mensaje que probablemente se reforzará entre sus aliados europeos, encantados de abanderar la irracionalidad en la política, la sumisión a la América más imperial y al reino del caos que se provoque.

Como afirmaba, hace muchos años el añorado periodista Manuel Vázquez Montalbán, tendremos que volver a luchar en defensa de lo que es evidente, por aquello que es básico y fundamental para cualquier pretensión de sociedad democrática.

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