Viejas derrotas, nuevas victorias

Cataluña, en su milenaria historia, ha conocido victorias y derrotas. La conquista de Mallorca y València por el rey Jaime I; la victoria en la batalla del alto de Panissars contra los invasores franceses (1285), o la del río Cefís (1311), que dio a los almogávares el dominio del ducado de Atenas y de Neopàtria; el reinado aragonés de Sicilia y Nápoles…  son algunos de los episodios más memorables protagonizados por los ejércitos cuatribarrados.

En yuxtaposición a las victorias militares, también ha habido dolorosas derrotas catalanas. La de la batalla de Muret (1213); la de la Guerra de los Segadores (1640-52), que significó la pérdida de las comarcas de la Cataluña Norte; la de la Guerra de Sucesión, con la caída de Barcelona, en 1714, o la Guerra Civil española (1936-39), con la liquidación de la Generalitat republicana, son las más significativas.

(Aunque sin ninguna víctima mortal, afortunadamente, algunos consideran que la última “derrota” ha sido el proceso independentista, culminado con el referéndum fake del 1 de octubre del 2017, y ahora se pasan la vida lamiéndose las heridas).

A pesar de esta combinación de derrotas y victorias, el sentimiento dominante del catalanismo consciente es el derrotismo patológico. Hasta el punto de celebrar la Fiesta Nacional el Once de Septiembre, en conmemoración de la derrota del 1714. Diría que somos un pueblo masoca, que nos gusta sufrir y que siempre estamos enfermizamente angustiados, en espera de un mañana taumatúrgico con un Mesías que nunca llega.

¿Y si nos dejamos de cuentos y, en vez de ver el vaso medio vacío, lo vemos medio lleno? Todos los países, a lo largo de los siglos, han sufrido victorias y derrotas; muchos imperios que se creían todopoderosos han desaparecido. Sin ir más lejos, el ejército de Estados Unidos salió por piernas de Vietnam, Irak, Afganistán…

Hemos resistido y hemos llegado hasta hoy, superando todo tipo de adversidades geopolíticas. Cataluña existe y es reconocida en el mundo. ¿Por qué no nos quitamos de encima este sentido trágico de la historia que nos atormenta el espíritu?

Cataluña tiene muchos motivos para sentirse orgullosa de su pasado y de su presente, y tenemos las herramientas para poder proyectar un futuro magnífico y pletórico. Formamos parte de la Unión Europea, tenemos un Estatuto de Autonomía y un Parlamento con amplísimas facultades legislativas. La Constitución española y los Tratados europeos nos garantizan las libertades democráticas.

La enseñanza de la lengua catalana es obligatoria en todas las escuelas del país; tenemos potentes medios audiovisuales públicos en catalán; cada año se publican miles de libros en nuestra lengua; diez diarios y más de un millar de revistas y publicaciones se editan en catalán. Se hacen maravillosas y premiadas películas que emplean nuestra lengua.

¿Por qué este alarmismo histérico sobre la supuesta extinción del catalán? Máxime cuando se está gestionando -y no dudo que Pedro Sánchez lo conseguirá- su condición de lengua oficial de la Unión Europea.

Los Mossos d’Esquadra son los encargados de velar por nuestra seguridad. ¿Que hay algunos agentes que no hablan en catalán? Ya lo aprenderán y, en todo caso, es una anécdota sin mayor trascendencia.

Tenemos muy buenas conexiones por carretera y, después de pagar peajes durante décadas, hoy casi todas las autopistas son gratuitas. Las cuatro capitales catalanas están unidas por alta velocidad ferroviaria. El Corredor Mediterráneo, entre Almería y Perpiñán, está prácticamente acabado y, a falta del gran túnel que tiene que cruzar València, entrará en servicio en 2027. Las obras de la gran estación intermodal de la Sagrera, que será el nuevo epicentro de Barcelona, están muy avanzadas y ya pasan trenes. La mejora del servicio de Cercanías es incesante y dará un importante salto cualitativo a medida que la Generalitat se vaya haciendo cargo de su gestión integral, que empieza por la línea del Maresme.

El aeropuerto Josep Tarradellas-El Prat ha logrado, este pasado 2024, el récord absoluto de 55 millones de pasajeros y es considerado uno de los mejores del mundo, tanto por el volumen de vuelos como por la calidad de sus instalaciones. Una vez se desbloquee su necesaria ampliación podrá desplegar toda su potencialidad como hub intercontinental.

Barcelona está en el “top 5” mundial por el número de visitantes a las ferias y congresos que se celebran. Esto ayuda para que sea la sexta ciudad europea en número de pernoctaciones internacionales, con casi 20 millones. Cataluña ha encabezado el año pasado el ranking de visitantes extranjeros a las comunidades autónomas españolas, con 20 millones de turistas (más del doble de Madrid). CaixaBank, con raíces y ADN catalán, està en el pódium del sector financiero español y ha creado la fundación social, científica y cultural más potente de Europa.

Los datos son espectaculares e invitan al optimismo. Pero queda mucho trabajo por hacer si queremos lograr la excelencia colectiva. Foment del Treball ha identificado las 10 infraestructuras que necesitamos terminar para ser plenamente competitivos -muchas de las cuales ya están en obras o programadas- y el presidente Salvador Illa ha anunciado un plan de inversiones de 18.500 millones de euros, de aquí al 2030, para recuperar el liderazgo económico de España y subir a la primera división europea.

Pero no somos independientes, masculla la tropa estelada. Pero no tenemos ejército propio, ni pasaporte propio, ni asiento propio en las Naciones Unidas, se quejan los irredentos del 1-O.

La Corona de Aragón, de la cual formaba parte Cataluña, selló su destino con el reino de Castilla en 1469, con el matrimonio de los reyes Fernando e Isabel. Siempre podemos hacer ucronías fantasiosas, pero, visto en perspectiva histórica, fue una decisión geoestratégica acertada. Cataluña se ha convertido, junto con Madrid, en la zona más desarrollada de la península Ibérica y, si lo hacemos bien, tenemos un futuro esplendoroso.

¿Por qué tenemos que liarnos en un traumático y doloroso proceso de divorcio (la independencia) que, entre otras muchas consecuencias, provocará una confrontación civil interna, la fuga de empresas y una pérdida irreparable de tiempo, como ya constatamos hace ocho años?

Cataluña tiene que rehacer los puentes y trabajar conjunta e intensamente con los vecinos: Aragón, la Comunidad Valenciana, Baleares y Occitania. Tenemos la estructura institucional que nos ampara, la Eurorregión Pirineos-Mediterráneo, reconocida por la Unión Europea y a la cual tenemos que dotar de ambición y de proyectos para llegar a ser aquello que éramos y que somos: 22 millones de ciudadanos europeos que vivimos, trabajamos y nos divertimos en el arco mediterráneo occidental, la mejor zona del continente.

¿Los catalanes tenemos que pasar nuestros días con el complejo de vencidos, desorientados y desconcertados? Yo nací y crecí durante el franquismo y sé de dónde venimos. Por eso afirmo que estos últimos 50 años, con sus claroscuros, son una victoria rotunda de la democràcia, de la libertad y de Cataluña.

Los catalanes debemos hacer oídos sordos a los cantos de sirena que, como le pasó a Ulises, nos quieren paralizar, derrotar y encarcelar. Estamos inmersos en un ciclo de éxito histórico y tenemos que trabajar, con inteligencia y tenacidad, para mantenerlo y ampliarlo. Cataluña no ha sido derrotada. Cataluña está ganando.

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