Ya pasó el día de los santos inocentes; así pues, el título de este artículo no va de broma, sino de una realidad preocupante, más aún porque hablamos de la Universitat Pompeu Fabra, una especie de joya de la corona de las públicas catalanas.
Fue mi alma mater a partir del patito feo que es licenciatura en Humanidades, a priori preparada como complemento para las élites de Economía, Derecho y otros pilares para crear a los futuros cuadros. Si al final mi carrera existió fue porque hicieron fichajes en otros centros, como si fueran Florentino Pérez, pero desde lo académico.
La cátedra Tecnocasa no exige a los profesores ir con corbata verde, sólo estudiar científicamente el mercado inmobiliario. Algo dudoso desde su mismo inicio es que sea objetiva en sus análisis si la patrocina, es de suponer con dinerito, una empresa conocida por todos en este sector que despierta grandes amores entre una angustiada población ante un problema omitido por las administraciones durante decenios.
Tampoco anima mucho que un centro público tenga las santas narices de vender objetividad a partir de aliarse con este tipo de capital, pues al fin y al cabo podemos entender cómo han fundado una nueva vocación, existente desde hace dos décadas, cuando el plan Bolonia asesinó las Universidades, siempre en mayúscula, como templos de sabiduría en aras del Capitalismo salvaje.
Por eso no debe extrañarnos que se hable, ¿de verdad?, de decadencia educativa y crisis de las Humanidades, algo querido por el sistema, más si cabe en Catalunya y España, donde el poder y la clase política no quieren ciudadanos, sólo consumidores con pocas herramientas para pensar y desarrollar sentido crítico, la llave para el crecimiento de cualquier sociedad democrática.
La cátedra Tecnocasa es una enfermedad sin paliativos y una derrota. Supe de su existencia porque uno de sus responsables habló estas vacaciones en el programa con más audiencia de la radio española, un matinal de izquierdas, o eso dicen, porque si lo fueran en vez de convidar al señor en cuestión se plantearían lo mismo que en este modesto artículo. ¿Cómo es que está? ¿Cómo lo han permitido? ¿Cómo es que antes nadie había clamado al cielo?
Porque si no se ve no existe. Si eso pasa con los márgenes urbanos es una invisibilidad interesada. También si se produce en un espacio universitario, pero desde una vertiente aún más cínica basada en reírse en la cara de la gente y campar como quien no quiera la cosa.
En toda esta historia hay otro debate. Vayamos por partes y luego cerremos con gracia. En breve se producirán una barbaridad de jubilaciones en campos fundamentales del sector público, de la docencia a la sanidad. ¿Tienen sentido las oposiciones? Sí, claro, pero como los tiempos cambian quizá debemos reformularlas y sería lógico a partir de cómo los que mandan han masacrado el nivel, no sólo intelectual, de los candidatos.
La idea para revertir la desgracia debe pensarse muy bien. En la docencia debemos dar un voto de confianza a los futuros profesores, eso sí, dándoles los medios concretos para que puedan ejercer su trabajo desde la dignidad de poder conseguir alumnos preparados, no para trabajos, sino para la vida, que es la suprema meta de cualquier homínido.
La situación resulta insostenible a nivel académico. Muchos profesionales de prensa han realizado un master del medio en que trabajan. ¿Es garantía de nada, salvo el pagar? Depende. Hay excepciones y otros que harán despachos, llamarán a puertas y así subirán sin tener el novel.
Aquí la única excelencia es la pagada. He tenido la gran suerte de crecer en un ambiente rodeado de profesores universitarios previos al marasmo. Siempre les digo cómo agradezco que se jubilarán cuando lo hicieron. ¿Son responsables? No, su únia culpa fue, a causa de la creciente longevidad, ocupar el sitio durante demasiados años sin permitir el relevo generacional.
¿Queremos una Universidad de calidad? Hagamos que sea de verdad pública desde el esfuerzo de crear ciudadanos, no vasallos del mercado. Aún no he entendido como, dado el socavón, no se medita en torno a invitar, a imagen y semejanza de las Universidades anglosajones, a profesores expertos, pero claro, es la metáfora de los tertulianos, omnipresente y omnímoda. Hacen ruido, crean imagen de marca y no aportan nada para desarrollar un pensamiento crítico; es más, muchas veces terminan en partidos políticos, de los que son portavoces nada maquillados.
¿Es una contradicción esto último? No, en momentos de crisis necesitamos los mejores en cada puesto. Por ahora nos conformamos con una cátedra Tecnocasa. Ellos se carcajean, sin despeinarse.