Los resultados definitivos no se conocerán hasta el 3 de febrero pero las encuestas a pie de urna, que también se hacen en los simulacros electorales que se representan en dictaduras como la de Bielorrusia, indican que su actual presidente, Alexander Lukashenko, obtuvo un 87,6% de los votos emitidos, con lo que alcanzó su gran objetivo, que no era otro que superar en algo a su hermano mayor, Vladímir Putin, que el año pasado se tuvo que conformar con solo un 87,2%. A las elecciones se presentaron otros candidatos. Sergei Syrankov, que obtuvo un meritorio 3,21% de los votos emitidos; Oleg Gaidukevich, que sacó el 2,02%; y Alexander Khizhnyak con el 1,74%. Los tres con un programa que venía a decir que daban un apoyo abierto y sin límites a Lukashenko.
El tirano más experimentado de Europa se apoderó del gobierno de Bielorrusia en 1994 apoyado en la popularidad que le otorgó ser el único diputado del Consejo Supremo de la República Soviética de Bielorrusia que votó contra la disolución de la URSS –los esfuerzos por conseguir unificar su país con Rusia han sido una constante en sus sucesivos mandatos- y en su cargo de presidente del comité anticorrupción del Parlamento de su país, desde el que acusó al presidente del Soviet Supremo,
Stanislav Xuixhevitx, y al primer ministro, Viachaslav Kébitx, de utilizar fondos estatales para financiar sus gastos personales. Cuando Lukashenko ya era presidente, estas acusaciones se revelaron falsas. Una cuarta candidata fue Anna Kanopatskaya, que consiguió el 1,86% de los votos tras dar un poco de color a la campaña al asegurar que 31 años en el poder es demasiado tiempo y que quizás habría llegado el momento de ceder la poltrona para modernizar un poco el sistema político y, de paso, un sistema económico lo suficientemente extraño como para haber convertido un país sin salida al mar en uno de los principales exportadores. de pescado a Rusia.
Lukashenko es un ejemplo de cómo de fácil es hacerte un país a medida cuando tienes el poder. Basta con alterar las leyes a tu favor a copia de referéndums. Así en octubre de 2004, se celebró uno que eliminaba la limitación de la presidencia del país a dos mandatos. El que iniciará de aquí a pocos días será el séptimo. A partir de este segundo mandato se endurece una historia de amenazas, intimidación y encarcelamiento de voces disidentes que tiene su punto álgido hace cinco años, en agosto de 2020, cuando miles de manifestantes se reunieron en Minsk para protestar contra el resultado de unas elecciones manipuladas de una forma excesivamente grosera; con actos como la detención antes de las votaciones del candidato opositor Viktor Babariko, justo cuando algunas encuestas independientes lo empezaban a dar ganador, acusado de desvío de fondos a cuentas particulares en Letonia y poner en peligro la seguridad del país. Tras el arresto, su jefa de campaña, Maria Kolesnikova, se unió a la candidatura de Svetlana Tijanovskaya. Lukashenko quiso responder a las protestas con una demostración de fuerza con un acto en una fábrica de tractores de Minsk que acabó por poner de manifiesto su debilidad al reunir bastantes menos seguidores que los grupos de la oposición.
A partir de ahí arranca una fortísima ola represiva que acaba con más de 7.000 manifestantes detenidos. Maria Kolesnikova fue secuestrada por unos encapuchados en el centro de Minsk y reapareció para ser juzgada y recluida en una colonia penal con una condena de 11 años; mientras Svetlana Tijanovskaya tuvo que huir Polonia. Hoy hay más de 1.200 presos políticos en Bielorrusia. El régimen no ha dejado de hacer espectaculares demostraciones de fuerza para poner de relieve su determinación, como fue el desvío de un avión de pasajeros para poder detener al periodista Roman Protasevich.
Hoy son pocos los bielorrusos dispuestos a protestar. Algunos antiguos opositores, como es el caso de Protasevich, son ahora miembros del aparato gubernamental, y la censura a los medios es feroz. Publicar una opinión que no sea del agrado de las autoridades puede costar siete años de prisión. Todo esto ha hecho que esta campaña haya sido mucho más tranquila que la de 2020. Lukashenko ha tenido que hacer pocas cosas más que amenazar con desactivar Internet si se producían manifestaciones, pasearse hasta el colegio electoral con su perrito pomerania a depositar el voto y acusar a Polonia de querer aprovechar la guerra para ocupar Ucrania Occidental.
La oposición sólo ha podido hacer un acto en Polonia, el mismo día de las elecciones, en el que Svetlana Tijanovskaya recordó a quien quisiera escucharla una obviedad: «lo que el mundo democrático entiende por unas elecciones no tiene nada que ver con lo que pasará en Bielorrusia. Cuando un dictador las convoca para designarse a sí mismo, son más bien un ritual».