Las ‘fake news’ y el debate por la hegemonía cultural

Cuando en 2016 el diccionario de Oxford definió la post verdad como una de las palabras del año y luego Washington Post comenzó a inventariar las mentiras que decía Donald Trump, se pensó que ya se había llegado el momento para poder contrarrestar con la información veraz el conjunto de falsos rumores y disparates que desde el populismo de derecha se practicaba a través de fake news.

Ocho años después no sabemos si han tenido algún resultado positivo las respuestas con una actitud irónica por parte de la gente demócrata y progresista que sólo ha demostrado que se ha perdido al menos esta batalla y las posiciones más de derechas van ocupando el espacio del discurso y haciéndose los amos del relato.

Susana Alonso

Personajes como Milei o Díaz Ayuso han tenido claro que el debate se da en el terreno de la imposición de un nuevo paradigma para la hegemonía cultural, en el que en todos los aspectos el populismo de derecha se ha hecho hegemónico, produciéndose una extraña alianza entre nacionalistas, anarcoliberales, proteccionistas, xenófobos, post-fascistas, conspiranoicos, supremacistas y otras diversas posturas, en muchos casos contradictorias entre sí, pero que amalgamadas frente a lo «progre» conforman una coalición que gana espacio en el debate cultural.

Se puede observar que la derecha ya no pasa sólo por imponer unos mensajes que habría que observar por qué hacen falta tanto a la población, sino cómo han tomado mucho más al pie de la letra, casi siguiendo el pensamiento de Gramsci, y consiguen imponer su relato ante las propuestas de una izquierda o sectores progresistas que se limitan a un discurso repetitivo e insistente de defensa de un estado de bienestar que, lamentablemente, no responde en su oferta ni en sus propuestas a las necesidades de la población, o al menos ésta, de acuerdo con los resultados: escasez de vivienda, desigualdades crecientes, bajos salarios, alto coste de vida, interminables colas en la atención primaria, inseguridades generalizadas (empleo, ambiental, futuro…), falta de expectativas de participar del ascensor social, en síntesis como no beneficiarios de las mejoras de las que disfrutan ciertos sectores de la sociedad.

Claro que tampoco la derecha y la derecha extrema ofrecerá ninguna solución a estos problemas, y sabemos que más bien ahogarán las diferencias sociales, pero la gente quiere escuchar un discurso optimista, que hay salida a los problemas, aunque se equivoquen en la definición de estos y por eso se dejan seducir por argumentaciones en forma de fake news de manera altamente efectiva. Hay que recordar aquí la obra «Los ingenieros del caos» de Da Empoli que explora cómo se construyen y manipulan los gobiernos populistas en la era digital en la que se aprovechan mucho mejor del marketing digital, que utilizan algoritmos y datos para influir en la opinión pública y moldear el discurso político, y que han podido construir narrativas que pueden desestabilizar sistemas políticos tradicionales, como se está demostrando en estos momentos.

La naturaleza de esta «seducción» se sostiene en una amalgama de factores que van desde el aprovechamiento de la ira y la emoción de colectivos «damnificados» por la globalización o la pérdida de recursos y, también, estatus social, un aprovechamiento optimizado e inteligente de las redes sociales, y una adhesión a un modelo de «sujeto social» distanciado de un establishment que se ve como superior, poseedor de la verdad, omnipotente en sus diagnósticos y, sobre todo ajeno, a la práctica, a las privaciones materiales y el desencanto político que viven los colectivos más perjudicados por esta situación.

Esta realidad provoca una oportuna combinación de resentimientos con ira, algoritmos, anecdotarios – ejemplos sueltos y normalmente fakes – que se convierte en una fórmula efectiva para captar la atención y el apoyo del electorado. El uso casi abusivo de la sátira y parodias, el uso engañoso de la información, la falsedad de los datos, la construcción arbitraria y manipulada de discursos, imágenes o mensajes impactantes vacíos de contenido conforman los ejes de este relato.

La pregunta que hay que hacerse es cómo combatir esta situación. Muchos son los ingredientes, pero lo que sí es seguramente necesario, aparte de una mayor alfabetización mediática en un entorno saturado de información, es asumir el problema, plantear otro liderazgo, comprometido con un giro copernicano de discurso, próximo a los problemas reales de la gente y alejado de cualquier tentación de soberbia y torre de marfil desde la presunción de que se cuenta con la verdad «auténtica».

Esta «verdad» que se le supone a la izquierda, habrá que hacerla creíble y confiable si se quiere revertir esta situación, tan peligrosa para la salud democrática de nuestra sociedad.

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