Citar a Zygmunt Bauman parece que ofrece una cierta pátina de glamour intelectual. Así pues, sin ser un especialista, lo citaré. El sociólogo polaco describió la evolución social definiéndola como modernidad o sociedad líquida. Así, ya sea de forma deseada o no, las instituciones sociales y las propias personas, derivan hacia modelos cambiantes en contraposición a referentes que se creían más estables como el trabajo, la familia, la organización social, la comprensión del mundo. Un fenómeno que, paradójica y simultáneamente, puede resultar temido y deseado.
Queremos el cambio y al mismo tiempo resulta muy difícil, sino imposible llevarlo a cabo porque somos incapaces de prever y construir el futuro. Los cambios pueden provocar incertidumbre e inestabilidad. Lo que hoy parece acertado y aceptado, mañana puede considerarse de forma diferente por el cambio de las circunstancias o el pensamiento predominante. La solidez de los referentes precedentes deja paso a la condición líquida de la construcción social y personal que por su propia condición es plástica y cómo el agua, con el movimiento, modifica su apariencia y se adapta al continente.
Bauman define los cambios, las transiciones, como crisis en un sentido positivo. Un cambio no necesariamente conlleva un empeoramiento de lo sujeto a transformación. Las crisis deben considerarse como oportunidades de mejora. Ocurre que en el imaginario popular, seguramente debido a las experiencias traumáticas vividas en el ámbito social y personal, los momentos de crisis se identifican con pérdida y sufrimiento. En la organización social las instituciones políticas y ahora ya el orden mundial, están en crisis de pérdida de autoridad y confianza. Un pensamiento, una decisión, una política pública, unos principios, un programa pueden cambiar de orientación, de forma implícita o expresa, por comprensibles razones de estrategia, circunstancias que así o determinan o por un frívolo oportunismo. Y según cómo, esta volubilidad erosiona las instituciones democráticas que se basan en la confianza y la lealtad.
Los políticos, el universo político en su conjunto, son puestos en cuestión de forma habitual. Las noticias falsas, los intereses inconfesables, la alteración de valores, las teorías conspiradoras, la corrupción, la pérdida del sentido crítico y de la búsqueda de la verdad de forma contrastada contribuyen a ello. Pero para hacer un poco más amable el pesimista panorama y ahora que ya han pasado las fiestas navideñas quiero decir que, en mi opinión y parece que en la de unos cuantos más, hay instituciones que no tienen nada de líquidas. Nos aparecen como edificios sólidos y bien fundamentados. Me refiero a las loterías en general y a la tradición de los Reyes de Oriente, magos entre los magos. Estas Bauman no las tuvo en cuenta. No oigo y no me consta ninguna maldición, apaño, hechos dudosos o teorías conspiradoras con relación a ningún tipo de loterías. La Sociedad Estatal Loterías y Apuestas del Estado y la Sociedad Loterías de Cataluña y aquellos otros organismos análogos, gozan de buena salud, de alto prestigio, de confianza plena de la población que se juega los cuartos y eso que estas instituciones actúan con el aval del Estado. Un Estado en crisis de confianza para muchos de los jugadores y la ciudadanía en general.
¿Y qué me decís de la tradición de los Reyes de Oriente, de los Reyes Magos? ¿Alguien pone en duda su existencia y sabiduría?. Tanto el juego de lotería como la tradición de los Reyes de Oriente tienen en común la ilusión de aquel que participa, la esperanza de que sucederá un hecho que consideramos agradable. Una esperanza que tiene muy poco o nada de racional. Por el contrario, parece que hemos perdido la ilusión en las personas y en las instituciones encargadas del buen funcionamiento de la sociedad que de ello trata la acción política. Pero en política más que ilusión debe haber razón, confianza y lealtad en las personas y los programas.
Transitamos ahora por una crisis líquida de estos requisitos. Todo cambia y hay incertidumbre de futuro. La paradoja es que las ilusiones generan solidez y confianza en los responsables de hacerlas posibles y por el contrario en la gestión política, donde la razón y los hechos comprobables son fundamentales, se sufre un gran desconcierto. Pero si la lotería y los Reyes de Oriente se hunden o son cuestionados, no hablaríamos ya de una sociedad líquida, sino de una sociedad gaseosa disuelta y dispersa en la inmensidad del infinito.