¿Hay guerras porque hay armas o hay armas porque hay guerras?

Las guerras actuales entre Ucrania-Rusia e Israel-Palestina ponen encima de la mesa muchas preguntas y una de ellas es: ¿hay guerras porque hay armas o hay armas porque hay guerras? Se trata de una pregunta en cierto modo paradójica, ya que las guerras y la producción y venta de armas son un ciclo complejo donde los dos elementos se retroalimentan. Quienes consideran que hay guerras por el hecho de que hay armas, se basan en que poseer armas aumenta la probabilidad de que se utilicen y surgen, por tanto, conflictos. Desde esta perspectiva, las armas no sólo sirven como herramientas defensivas sino que también pueden alimentar tensiones y rivalidades entre países o grupos y sin duda son una invitación a la violencia.

Susana Alonso

La presencia de armas crea una «capacidad latente» de violencia y conflicto. Tener acceso a ellas puede hacer que la violencia parezca una solución viable y fácil, incluso en situaciones donde las leyes o la diplomacia podrían resolver los problemas. Por el contrario, quienes piensan que hay armas porque hay guerras parten de la base de que los conflictos son inherentes a la condición humana y surgen de una combinación de factores sociales, económicos, políticos y psicológicos. Esta perspectiva implica que las armas son consecuencia de la necesidad de los humanos para resolver o ganar los conflictos de manera efectiva. Según esta visión, las armas no crean la guerra; más bien, la guerra (o la violencia o el conflicto) es quien crea la demanda de armas. Desde esta perspectiva, se considera que los conflictos son inevitables y que históricamente la tecnología armamentista ha evolucionado como respuesta a esta necesidad de defenderse en enfrentamientos. En realidad, es una situación donde ambos aspectos se influyen mutuamente.

Las armas pueden escalar conflictos y generar desconfianza entre naciones o grupos. Pero al mismo tiempo, las guerras y los conflictos han impulsado el desarrollo y la proliferación de armas cada vez más sofisticadas. Este ciclo es particularmente evidente en la carrera armamentista: los países se ven impulsados a desarrollar armas porque otros lo hacen, en un intento de mantener un equilibrio de poder. Paradójicamente, esta acumulación de armas también genera una mayor posibilidad de conflictos, ya sea por errores, tensiones mal manejadas o malentendidos.

En el mundo político y militar es un referente común el dicho «Si vis pacem, para bellum» que se traduce como «Si quieres la paz, prepárate para la guerra». Esta frase se suele atribuir a De Re Militari, un tratado del escritor militar romano Vegecio. Es un principio que ha influido en el pensamiento militar y estratégico durante siglos e indica que, al estar preparado y ser capaz de defenderse, una persona o un Estado puede disuadir a posibles agresores y, así, mantener la paz. Encapsula una filosofía en la que la fuerza y la preparación se consideran elementos disuasorios del conflicto y transmite la idea de que la paz se garantiza mejor demostrando la capacidad de defensa o de represalia, cuando es necesario.

A lo largo de las últimas décadas, diversos acuerdos y tratados internacionales se han negociado para limitar y reducir el armamento de las grandes potencias, especialmente en lo que se refiere a armas nucleares y de destrucción masiva. Estos acuerdos han buscado reducir el riesgo de conflictos a gran escala y limitar las capacidades armamentísticas.

Quizás el más notable es el «Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP)» de 1968, que tiene como objetivo limitar la proliferación de armas nucleares y fomentar la cooperación en el uso pacífico de la energía nuclear. Incluye a casi todos los países del mundo, entre ellos Estados Unidos, Rusia, China, Francia y el Reino Unido (las cinco potencias nucleares reconocidas). El resultado es que el tratado establece que sólo estos cinco países pueden tener armas nucleares, mientras que los demás se comprometen a no desarrollarlas. A cambio, se promueve la cooperación en tecnología nuclear para usos pacíficos.

Las tensiones actuales entre potencias como Estados Unidos, Rusia y China y concretamente las guerras actuales de Ucrania-Rusia e Israel-Palestina están poniendo a prueba el futuro de los acuerdos de control de armas, y aún no está claro si surgirán nuevos tratados para reemplazar o complementar los actuales.

En resumen, las guerras y las armas están ligadas a una relación de causa-efecto que, históricamente, ha sido y es difícil de romper.

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