La presencia ausente, como un ave de mal augurio, la promesa de la amenaza. Vigila tu espalda, no te distraigas, no te duermas. Mantén el miedo, no te relajes. En cualquier momento nos haremos presentes.
La pintada se puede encontrar en cualquier pared de cualquier calle de Cataluña. A veces es una presencia solitaria, a veces es un rebaño de «Hi som» en un muro roto y polvoriento de una casa en ruinas. La pintada está hecha con una plantilla siempre idéntica. Se copia, recorta y pinta, de noches, por los rincones de la ciudad. Hay que estar atento de no pisar una caca de perro o de tropezar con un «Hi som«, siempre en mayúsculas. Guardan la plantilla como quien guarda la reliquia y, cuando el nervio patriótico se enciende, bajan a la calle y hacen la ofrenda en la pared tal como el perrito deja una meada que quiere decir: estoy aquí, recuérdalo.
Al día siguiente, el patriota pasa por delante de su inscripción y se llena los pulmones de alegría y de aire nacional. Aquí he estado yo, como los amantes que inscriben en la corteza del árbol los nombres, un corazón maldito y una fecha que se asoma por la pendiente del tiempo y que permanece allí hasta mucho después de que la pareja ya no se enoje y se hayan olvidado. Pero mientras la inscripción vegetal recuerda un instante de felicidad, la fecha de un coito o un deseo de perdurar en el amor, el autor del «Hi som» sólo nos quiere producir un escalofrío. Lo volveremos a hacer, no te pienses que se ha acabado mi odio ni mi instinto guerrero.
La pintada nocturna es un fenómeno complejo, claro está, una mezcla de valentía amparada en la cobardía de la noche y la pequeña estampa que otro deberá limpiar, una reivindicación que también se dirige a uno mismo, como si quisiera certificar su paso por la vida con un gesto patriótico hecho de pintura propulsada por gas, un pedo nacionalista que deja una cagarruta en la tapia sucia, en los calzoncillos públicos.
«Hi som» quiere decir «hi sóc» o simplemente «sóc«. Y además no estoy solo, ve con cuidado porque somos muchos y en cualquier momento haremos una de gorda. Que tiemble el botifler, el charnego. Los lobos no van nunca solos, como los buitres. «Hi som» también quiere decir que no descansaremos nunca de la pesadilla nacionalista, que tiemblen los contenedores de basura porque cualquier día volverán a quemar y el fuego de sus restos hará la patria más grande, másbrillante, más excelsa. «Hi som, hi som, hi som, hi som«. Los tambores a medianoche, la testosterona que golpea, las cuatro barras de sangre del delirio romántico. Guifré se remueve en la tumba, las tumbas flamean, los fuegos fatuos de nuestros cementerios, la calavera que ríe de los mártires de la patria que reclaman sangre joven.
Quien necesita decir que es, tal vez duda de ser. Como los vampiros y los zombis. El vampiro duda de ser porque no se refleja en el espejo y el zombi no está seguro de ser un ser humano del todo. El patriota necesita repetirse que es y lo hace por las paredes de la ciudad para encontrarse a sí mismo al día siguiente y sentir que pertenece a una patria, a una tribu irredenta que tal vez sólo fue un sueño, esos sueños turbios de la siesta después de haberse hartado de canelones y pollo de Vic con gambas de Palamós y otras comidas muy nuestras, y fuet y bisbe de Camprodon y postres de músico y aromas de Montserrat.