La ofensiva de Carles Puigdemont contra Pedro Sánchez es parte de una estrategia del expresidente de la Generalitat para recuperar protagonismo, obtener un mayor peso en la política española y catalana y, sobre todo, salir del atolladero en el que se encuentra políticamente. De hecho, nunca había tenido tan poco peso en la política catalana como ahora, aunque, en la política española, condiciona los presupuestos generales del Estado debido a la minoría parlamentaria del socialista Pedro Sánchez. Puigdemont sigue contando con una estructura que le da cobijo, como es la de Junts per Catalunya (JxCat), pero tiene encima suyo la espada de Damocles del escándalo económico del Consell de la República, que puede salpicarlo en cualquier momento.
Sin embargo, su círculo de confianza se reduce a un puñado de incondicionales en los que se apoya. El resto podría darle la espalda o dejarlo en la estacada en la primera oportunidad, incluidos algunos dirigentes de Junts, a los que no les gusta la estrategia frentista patrocinada por el expresidente. Este sector apuesta por devolver a Junts los antiguos principios de Convergència, que favorecían el pacto y aplicar el diálogo para solucionar los conflictos. «No todos los dirigentes de Junts están a su lado incondicionalmente», asegura un dirigente de JxCat que considera que la formación peca de un caudillismo nocivo para su futuro político.
El gran hándicap de Junts es que todo lo que se decide tiene que pasar por Waterloo. «Puigdemont es veloz. Depende de cómo lo cojas puede interesarse mucho por un tema o pasar olímpicamente. Además, en general, lo aborrecen en seguida los temas que empieza. Sí tiene muchas ideas, pero se cansa pronto. No acaba nunca nada porque es un gandul», confiesa el propio dirigente. Este carácter le ha llevado a la situación en la que se encuentra ahora. «Puso la gestión del Consejo de la República en manos de Toni Comín, y eso puede acabar pasándole factura, porque ha sido un desastre. Se han gastado centenares de miles de euros sin suelta ni vuelta porque el dinero corría a dojo, pero ahora ha llegado la época de las vacas magras y ya no hay tantos donativos, y menos desde que se conoció el despilfarro de Comín.
Puigdemont sabe el escándalo que puede armarse si se sabe la realidad de lo que ha pasado. Incluso puede ser que él también tenga gastos dudosamente justificables. Para huir del escándalo, maniobró para ocupar la presidencia de Junts, con lo que tenía la excusa perfecta para abandonar a su suerte el barco que había construido en Bélgica. Pero, con su marcha, el Consejo de la República es un zombi. Es otro juguete roto que deja por el camino», afirma esta fuente.
La carta en la manga
Los continuos fracasos políticos de Puigdemont le han llevado ahora a un atolladero. Por eso necesita hacerse notar para sobrevivir. Esto sólo puede hacerlo de dos maneras: o consiguiendo ser reconocido de nuevo como el líder indiscutido de todo el movimiento independentista o alzándose como protagonista de la política española. El dirigente independentista tiene en su contra que hay una parte del soberanismo que lo ha abandonado y no piensa volver a apoyarle nunca más. Círculos moderados y los más radicalizados le han girado la espalda, tanto por su incoherencia política como por el caudillismo que ejerce e incluso por el histrionismo de alguna de sus comparecencias. Para volver a ser relevante, todavía le queda una carta en la manga: cobrar protagonismo en Madrid, haciendo la vida imposible a Pedro Sánchez.
Los escaramuzas amenazando al Gobierno socialista de dejarlo caer son parte de la teatralidad del dirigente de Amer, que sólo quiere contentar a sus acólitos y que necesita recuperar imagen como sea. Esta teatralidad es la que le reprochan sus antiguos afectos, que ahora reniegan de él y de sus estrategias. Ante la ofensiva que obliga a posponer una hipotética aprobación de los presupuestos generales del Estado, el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, ensucia que puede haber alguna posibilidad de entente cordiale con Junts para aprobar una moción de censura. Puigdemont no tiene intención de apoyarlo, según confirman fuentes de Junts a EL TRIANGLE, pero ya le va bien que se le publicite como la pieza más importante de la política española, el hombre que puede dar la presidencia del Gobierno a Pedro Sánchez o a Alberto Núñez Feijóo. «Le gusta sentirse la pieza fundamental de la política española», admiten en su propio partido.
Por lo tanto, el expresidente sólo tiene que lanzar al aire una idea, por agujereada que sea, para que sus rivales políticos le hagan la campaña ante su público. Pero esta actitud denota una profunda debilidad del líder de Junts y evidencia que está contra las cuerdas. La dificultad de aplicar su amnistía, la bajada electoral sufrida, la sospecha de que los pactos que firmó con el PSOE eran humo y el escándalo económico del Consejo de la República lo han dejado noqueado. El desgaste de su imagen ante la ciudadanía y, especialmente, entre sus votantes, es notorio.
En estos momentos, a Puigdemont le queda su palabra. Pero de su palabra ya casi nadie se fía, porque ha incumplido sistemáticamente todas sus promesas. Tampoco es un líder asequible ni cercano. Vive en una burbuja con unos canales de información que están controlados por un pequeño reducto de puigdemontistas de un extremismo tal que despiertan recelos entre sus propios compañeros de filas. Además de este fallo en la comunicación, el expresidente es obscurantista por naturaleza. No da las explicaciones públicas que exigen los ciudadanos y sólo aparece para desafiar a Pedro Sánchez. Bajo la curiosidad de Puigdemont, por ahora, no hay política, no hay ideas; todo es marketing.
La amenaza de Sílvia Orriols
Al margen de su relación con la ciudadanía, Puigdemont tiene otra preocupación añadida: un sector importante de sus antiguos votantes puede cambiarlo por otro líder más coherente, como Sílvia Orriols. A Puigdemont le preocupa perder votos por la derecha, porque esta posibilidad le aleja de la butaca de presidente, ya que sería una crucial pérdida de apoyo y de escaños en sus feudos, y más cuando Junts sigue sin tener ninguna incidencia en el cinturón metropolitano de Barcelona. Este sector soberanista, además, exige que de ninguna manera se negocie con Madrid. «Los partidos independentistas son irrelevantes en el Parlament, pero sí son los más cotizados en el Congreso», critica un independentista de piedra picada. Tiene toda la razón: en Barcelona es casi imposible un acuerdo global entre Junts y ERC. Y ahora, con un renovado Oriol Junqueras al frente de los republicanos, aún menos.
La química entre Puigdemont y Junqueras no ha funcionado nunca, pero en estos momentos hay incluso aversión del uno hacia el otro. En Madrid, la relación entre Gabriel Rufián y Míriam Nogueras o el resto del grupo parlamentario de Junts es también inexistente, y por eso no puede haber frente catalán. Pero Junts se hace notar inyectando inestabilidad en la política española. La clave, no obstante, está en saber si Carles Puigdemont sería capaz de sumar sus votos al PP y a Vox para desalojar a Sánchez de La Moncloa. La respuesta, dicen en Junts, es que no.
Si lo hace, estaría condenado en Cataluña. Una parte importante de su electorado le daría la espalda por haberse aliado con la ultraderecha española. «¿Cómo debe aliarse con la extrema derecha española si en Cataluña rechaza la extrema derecha de AlianÇa Catalana? No puede cometer este error de cálculo, porque eso sería su tumba política», dice un veterano militante de JxCat. Además, tiene cerca a algunos de sus críticos que tampoco lo perdonarían. El citado dirigente comenta que «todo lo que ha tocado ha salido mal, desde la reconversión de Convergència en el PDECat hasta la Crida o el Consell de la República, la joya de la corona que él tenía guardada por ser el palo de pajar del independentismo.
El año pasado, sus pactos con Pedro Sánchez a cambio de la amnistía provocaron que una parte de sus devotos lo abandonaran. Pero, por si no bastara, ahora resulta que no se le aplica la amnistía porque los términos en que fue redactada la ley no lo permite. Es un desastre total». Ante esta situación, Puigdemont quiere hacerse oír y reclama ser el «rey». Se considera al independentista más puro y vende que es un exiliado al que se le debe perdonar todo. Pero una gran parte de los activistas que lo apoyaban hasta ahora ya no creen en Puigdemont.
El ídolo que fue capaz de pactar para salvar el cuello con una ley de amnistía ya no los representa, y piden que se aparte del camino y que deje paso a nuevos liderazgos. Pero Puigdemont aplica su propia medicina al problema: sigue considerándose el gran líder indiscutible del independentismo, hace el sordo ante las críticas y diseña en su burbuja de Waterloo su estrategia de futuro, que pasa únicamente por salvar el cuello. «Está contra las cuerdas, pero todavía vive», ironiza un antiguo amigo y colaborador del expresidente.