“Sinceramente, no entiendo por qué lo ha hecho si lo tenía todo”, decía de Luigi Mangione uno de sus compañeros de escuela. Mangione, un atractivo joven de 26 años, ingeniero informático y de familia adinerada, se había educado en colegios exclusivos. Pero este joven “que lo tenía todo” asesinó el pasado 4 de diciembre a Brian Thompson, director ejecutivo de UnitedHealthcare, la mayor compañía aseguradora médica del mundo por octavo año consecutivo, según la clasificación de A.M Best, que determina cuáles son las primeras veinticinco empresas del sector a nivel mundial.

Su acto no fue el producto de un arrebato ni la acción de un lunático: fue un hecho premeditado e ideológico. Y la prueba definitiva está en las tres balas con que lo mató: las tres llevaban grabadas las palabras “Deny, Defend, Depose”, que en español significan “Denegar, Defender, Deponer”, es decir, la política empresarial que ha llevado a esta compañía a ocupar el primer puesto en el ránking norteamericano y mundial. Una política que el escritor Antonio Muñoz Molina, en su artículo “Una tragedia americana”, publicado el pasado 14 de diciembre en El País, describía de esta manera: “denegar o retrasar indefinidamente compensaciones legítimas o servicios sanitarios de vida o muerte”, ejecutada por “legiones de abogados especialistas”.
El artículo no se detenía ahí y atribuía a estas prácticas inhumanas los buenos resultados de la compañía: “En 2023, UnitedHealthcare tuvo unos ingresos de 281.000 millones de dólares, extraídos principalmente del sufrimiento y la angustia de 50 millones de personas”. Y nos ofrecía ejemplos aterradores de ese “sufrimiento”, perpetrados por las compañías médicas aseguradoras de Estados Unidos, un país donde la Seguridad Social Universal no existe. Por razones de espacio, reproduzco sólo uno: “En Nueva York, en los barrios más pobres, se ven con frecuencia personas con un pie amputado: padecen diabetes B, la causada por una alimentación insalubre, y si les hubieran curado a tiempo las llagas que por culpa de esa enfermedad se forman en la planta del pie, habrían podido conservarlo. Pero una cura preventiva deja mucho menos margen de beneficio a la aseguradora que una amputación”.
En ningún momento el autor se pronunciaba sobre el asesinato en sí, sobre la moralidad o no del acto. Se podrá especular, efectivamente, si el artículo constituye una suerte de justificación, pero lo cierto es que, en sentido estricto, nada se decía sobre el asunto. La espinosa vertiente moral quedaba, por tanto, al libre albedrío del lector. Lo que sí denunciaba nítidamente era un determinado modelo de sanidad, el privado, y sus abusos: “No quiero que en mi país haya gente que sufra y muera para que se enriquezcan más los que ya lo tienen todo”.
Algo debió de escocer el texto porque sólo un día después, el 15 de diciembre, el periodista Arcadi Espada cargaba contra él en otro artículo, publicado en El Mundo, bajo el contundente título de “Su estimable condición de ratas”. Calificaba el escrito de Muñoz Molina de “inmoral alegato” y denunciaba un supuesto tratamiento sectario de la Prensa dependiendo del tipo de víctima: cuando el muerto es un niño asesinado por su “madre racializada”, los medios no se hacen eco de la “jauría” (sic) que desde las Redes clama venganza. Pero cuando se trata de un “capitalista criminal” (sic) como el empresario catalán José María Bultó (asesinado en 1977 por una bomba adosada a su pecho por unos terroristas) o de Brian Thompson, “las barreras se abren”.
Hasta aquí la controversia. Por mi parte, me intriga saber por qué Espada califica el artículo de Muñoz Molina de “inmoral alegato”. ¿Qué pretendía? ¿Únicamente condenar a Mangione sin contextualizar su acción, algo que la ideología que profesa (la derecha) perpetra continuamente con Palestina, con Gaza? ¿Y por qué en su texto parece que sólo son “asesinatos” los del director ejecutivo de UnitedHealthcare, el niño de la madre “racializada” o el empresario Bultó y no, por el contrario, los miles y miles de pacientes muertos por causa de un sistema sanitario execrable (sistema que, por cierto, promueve la derecha en que milita) y a los que no dedica ni una sola mención? ¿Será que por ser un modelo de sanidad “legal” tales muertes ya no son “asesinatos” y el modelo mismo, así como la legalidad que lo ampara, ya no son “asesinos”?
Al final va a resultar que la doble moral no sólo es cosa de progresistas.