Trabaja generando contenidos sociales, del día a día, con monólogos sobre situaciones que nos afectan a todos. Algo que comenzó casi casualmente, a raíz del covid. Colabora en Tardear, con Ana Rosa Quintana, y mantiene Poco se habla, un pódcast, junto a Xuso Jones, varias veces premiado. Ahora publica El lado bueno de las cosas (Tiempos de Hoy / Planeta).
¿Las cosas tienen un lado bueno y uno malo? ¿Por qué su lado bueno, si existe?
Todos, en nuestras respectivas vidas, tenemos problemas, situaciones difíciles. Al final, las cosas no son un camino de rosas. Tenemos problemas por las circunstancias que nos acompañan. La existencia no es aquella película de Disney que nos venden, o que nos vendieron cuando éramos pequeños. Lo que quiero mostrar con el libro es, simplemente, que no podemos elegir dónde nacemos y bajo qué circunstancias, pero sí que podemos afrontar las cosas. Más allá, basándome también en mi experiencia personal, en mi historia, hablo también de las herramientas que utilizo para, en la medida de lo posible, hacer que el día sea algo mejor. Todo esto, además, nos permite conocernos un poco más, para poder cumplir así nuestros sueños. Algo que, en definitiva, es lo que he hecho yo.
Creo que fue Epicuro quien dijo que la felicidad es la ausencia de dolor. ¿Lo compartes?
Creo que la felicidad existe cuando, de repente, pasas por un mal momento y lo comparas con otros. Es entonces cuando te dices lo típico del refrán: «No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes». La felicidad sería, sobre todo, saber valorar lo que uno tiene y disfrutar de ello. Lo que pasa es que no nos han educado en lo que es el agradecimiento y en ser conscientes de las cosas positivas, en lugar de dar importancia a las negativas, a lo que nos falta.
El budismo también sostiene que la vida es sufrimiento, y ha buscado fórmulas para superarlo…
El sufrimiento es inevitable, y huir de él es incluso contraproducente. Cuando, a veces, hemos intentado reparar nuestros sentimientos, no expresándolos, interiorizándolos, guardándolos…, las cosas han acabado peor. Por ejemplo, somatizándolas y cogiendo enfermedades. Hay que asimilar que en la vida hay momentos buenos como los hay malos. Eso es la vida, y no pasa nada, pero siempre está bien disponer de recursos para pasar los baches. Sufrir, sí, es parte de la vida, pero no hay una ley escrita sobre si en la vida hemos venido a sufrir. Depende mucho del contexto social en el que nacemos. No es lo mismo venir al mundo en un país desarrollado que en otro en guerra, por ejemplo. La vida, al final, son retos. Te pone en situaciones complicadas y hay que aprender a soportarlas.
¿Cómo se aprende a soportar? ¿Quién y cómo se enseña esto? ¿Cómo se trabaja la felicidad?
Siempre hablo de lo que me ha ayudado a mí, y hay que entender que no a todo el mundo le sirve todo. Por ejemplo, la meditación, de la que se habla tanto, parece que tiene muchos beneficios, y muchos estudios lo corroboran. Pero para mí es algo que no es fácil de dominar. Yo hablo de herramientas prácticas que a mí me han ayudado mucho, no tanto a superar el miedo, sino, sobre todo a desdramatizar, a entender que las circunstancias por las que estoy pasando son pasajeras y que, probablemente, no son tan insufribles como puede parecer.
¿Crees que la desafección, entendida como se dice en yoga, es una buena vía para esquivar el sufrimiento?
La inclinación emocional, a la familia, a los amigos, creo que está bien, porque al final también somos seres sociales. Pero para las cosas materiales sí creo que es importante la desafección. Somos seres que venimos al mundo sin nada y nos vamos sin nada. Todo lo material no deja de ser un constructo para crearte necesidades. Hay que entender que la felicidad no está tanto en lo que tienes sino en lo que eres. En las experiencias que vives. Si dejas de dar menos importancia a cosas banales, como ir a la moda, estar a la última en gadgets tecnológicos… dar vueltas a esta rueda de la rata: trabajo, casa, coche…
El filósofo italiano Diego Fusaro ha publicado un libro que se titula Odio la resiliencia, algo que considera el último invento del turbocapitalismo para tenernos bien domesticados. ¿Qué opinas, de eso?
La resiliencia no deja de ser una actitud en la que, independientemente de lo que te pase, tienes, como si dijéramos, una proactividad para salir adelante. Lo pasas mal, las circunstancias a veces te superan, pero no hay que dejar de tener esa ilusión de luchar, dejar que esto pase e intentar mejorar. Esto me parece una cualidad en un mundo en el que las dificultades están a la orden del día y tendremos que saber adaptarnos y cambiar muchísimo. Creo que es bueno saber superar las circunstancias y salir adelante. Otra cosa es que seas masoca e, independientemente de lo que te pase y, sobre todo, de quien lo provoque, lo aceptes.
Está también muy a la orden del día todo un mantra de la sanación, las terapias, como si todos estuviéramos siempre enfermos…
Lo que conocíamos sobre la salud mental era el enfoque tradicional, y una manera anticuada de tratarla. Esta nueva ola también es fruto de la necesidad de generar soluciones diferentes. Lo que pasa es que, como siempre, en esta vertiente hay gente profesional, que usan terapias naturales diferentes, a veces más orientales, como si dijéramos, y personajes que se aprovechan de ellas, y lo que hacen realmente es vender humo.
En definitiva, ¿nos salva mucho el sentido del humor? ¿Es algo que escasea, que tiende a pervertirse…?
Quizás no es tanto que escasea como que tampoco de eso nos han enseñado. Más bien se nos ha educado en un sentimiento victimista, de cuando las cosas salen mal, el fracaso… Yo creo que necesitamos un cambio de chip. Al final hay dos opciones: o hundirte o no. Algo que depende mucho de cada uno. Es verdad que en el humor hay una parte intrínseca, que es cosa de cada uno, como ser más serio. Pero también se puede trabajar. No sólo queriendo ser cómico, dedicándose a eso, sino porque es bastante recomendable tomarse las cosas un poco en broma.
En cualquier caso, ¿el humor, digamos público, en los medios, no se confunde, demasiado a menudo, con el insulto, por ejemplo?
El humor actual tampoco es alborotado. Si nos comparamos con países como los Estados Unidos, estamos muy atrasados. Sigue habiendo cierta censura al hacer, por ejemplo, humor negro. Todavía actúa este miedo a crear pensando en quién se ofenderá. El humor para serlo debe ser inteligente. En los medios, al final, también cuenta la línea editorial. A veces, permiten que se haga humor inteligente, absurdo, o todo lo contrario. E incluso que no se haga humor. De todas formas, el humor tiene mucho de subjetivo. Quizás lo que me hace reír a mí no te hará gracia a ti. Las redes sociales han propiciado que tanto el cómico como la audiencia encuentren una simbiosis. No deja de ser una suerte que dos personas compartan claves a la hora de reírse de las cosas.
Concedes también importancia en tu libro al autoconocimiento. Quizás, a estas alturas, ¿no sería recomendable el conocimiento, a secas?
Obviamente, el conocimiento es importante, sobre todo cuando nos referimos a lo que llamamos cultura general. Pero el autoconocimiento es algo que considero imprescindible, porque hay muchas cosas que no nos han enseñado, sobre todo para saber manejar tu vida. Si no sabes quién eres, cómo eres, qué quieres…, no podrás dedicarte a lo que te gusta, ver qué salidas profesionales tienes… El autoconocimiento ayuda a establecer objetivos, e ir poco a poco cumpliendo sueños. El autoconocimiento me parece clave, sobre todo para gente que quiere un cambio en su vida, y a veces no sabe exactamente qué.
¿En el fondo, mucho de todo esto de lo que hablamos no es una cuestión de equilibrios, como la naturaleza, la misma vida…?
Nunca nos han enseñado a plantearnos qué queremos, cómo, por qué… Nos hemos encontrado envueltos en una vía que se nos ha impuesto. Cumplimos, pero llega un momento en el que nos detectamos carencias, nos sentimos faltos de plenitud. La selección y la transmisión de conocimientos está muy obsoleta. No podemos educar a las generaciones del futuro en unos conocimientos basados en el pasado. Llama la atención que haya niños que estén aprendiendo como yo lo hacía hace 30 años. Nos faltan conocimientos para la vida, desde cómo respirar hasta la conciencia social de cuidar el planeta. Independientemente de si después te dedicas a la contabilidad o al teatro. Todo esto entendiendo, claro está, que no todos estamos hechos para todo. Yo misma era comunicativa, no estaba hecha para los números, y eso supuso un martirio para toda la vida: no sería nunca nada…