La mal llamada Superliga, ya que deberá comercializarse con otra denominación para no incurrir en plagio, se está jugando su futuro en paralelo al nuevo formato de la Champions League que acaba de darle un giro rompedor a la estructura competitiva de la primera fase, clasificatoria para los octavos de final.
El ideario un poco estrafalario de Florentino Pérez, que cuenta todavía con la servil sumisión de Joan Laporta como único club realmente a bordo del proyecto, se enfrenta ahora al problema añadido de que ese otro invento de la UEFA está generando una aceptación y un éxito particularmente incómodos para sus intenciones de plantarle cara en el orden futbolístico actual.
Abolidos los tradicionales grupos procedentes de cuatro bombos, cada uno de ellos integrados por clubs de cuatro categorías distintas en función de su coeficiente europeo, en su lugar, la UEFA ha puesto en marcha un sistema de clasificación para octavos basado en un ‘todos contra todos’ matizado, una especie de liguilla de 34 equipos en la que se juegan ocho partidos, cuatro en casa y cuatro fuera, sin repetir rival. El Barça, por ejemplo, se las ha visto con el Bayern de Múnich y el Young Boys, por poner un ejemplo de la diversidad de rivales, y está pendiente de enfrentarse al Benfica en Lisboa y al Atalanta en Montjuïc antes de cerrar esta primera fase, luego de perder en su debut en Mónaco y después ganar el resto de los partidos contra el Brest, el Estrella Roja, el Young Boys, el Bayern Múnich y el Borussia Dortmund.
La experiencia, al principio recibida con la lógica reticencia, parece haber cuajado porque la clasificación, a falta de dos de las ocho jornadas previstas, refleja con bastante fidelidad el estado de forma y rendimiento real de los equipos, reduce la facilidad con que los favoritos resolvían su dominio en los antiguos grupos de cuatro y permite que otros equipos de menor renombre asomen la cabeza y demuestren su capacidad competitiva sin ese mismo corsé. Se ha revelado, finalmente, un formato que aporta más emoción y exigencia para todos. Y si bien es cierto que abre la puerta a una pequeña revolución de los modestos, también permite un margen mayor para rectificar un mal resultado y hasta dos.
Por ejemplo, a estas alturas del año pasado, tras las seis jornadas de grupo, ya estaban clasificados para los octavos seis equipos de los firmantes de la Superliga el 19 de abril de 2021: Manchester City, Arsenal, Real Madrid, Atlético de Madrid, Barcelona e Inter, uno menos que en la edición 2022-23: Manchester City, Chelsea, Liverpool, Tottenham Hotspur, Real Madrid, Inter y Milan.
Hoy, en cambio, con el mismo número de partidos, solo cuatro estarían con un pie en octavos: Liverpool, Barça, Arsenal, primero, segundo y tercero, e Inter Milan (6º), entre los ocho primeros, aunque solo el Liverpool podría afirmar que con las reglas de esta primera edición estilo liga estaría de hecho clasificado. El resto, At. Madrid (11º), Milan (12º), Juventus (14º), Real Madrid (20º) y Manchester City (22º) han de esforzarse para entrar en una de las ocho plazas directas o bien mantenerse entre las posiciones 9ª y 24ª que dan acceso a una eliminatoria de repesca. Chelsea y Tottenham ni siquiera han podido jugar esta edición de la Champions porque no hicieron los deberes en la Premier la temporada anterior.
La primera conclusión es que, en efecto, la Superliga de Florentino y Laporta pervierte el espíritu de la meritocracia y anula para siempre la ilusión y el legítimo derecho de tantos y tantos equipos que en esta edición 2024-25 se han ganado el derecho a disputar el gran título continental, el cetro que corona de hecho al mejor equipo del planeta. Bayer Leverkusen (4º), Aston Villa (5º), Stade Brest (7º) y LOSC Lille (8º) figuran ahora en los puestos directos a octavos porque han superado sus expectativas de la misma forma que, por el contrario, equipos como la Juventus, Real Madrid y sobre todo el Manchester City se han complicado la vida y puede que deban ir a la repesca.
Lo que supondrá, en cualquier caso, una catarata de millones a repartir entre todos, los que están arriba en proporción directa a los puntos acumulados y el bonus por estar en octavos y los que disputarán en casa un partido más, de repesca, a vida o muerte.
En el ideario de esta Superliga que no acaba de ver la luz se propone ahora un plan de competición de liga en tres divisiones Star League, la Gold League y la Blue League, las dos primeras de 16 equipos cada una y 32 la tercera, con ascensos y descensos en función de su rendimiento en las ligas domésticas, manteniendo eso sí el principio de una serie de plazas cerradas e intocables para determinados equipos grandes del continente. Aplicada a la realidad significaría, por analogía, que el Manchester City, la Juventus o el Real Madrid hoy no deberían preocuparse de ganarse la plaza para el año que viene ni de nada más que de ir jugando cada semana sus partidos de la Superliga. En ningún caso, siguiendo con esta simulación, equipos como el Bayer Leverkusen, Aston Villa, Stade Brest y LOSC Lille podrían competir entre la elite como lo están haciendo hoy con grandes opciones de estar en los cuartos de final y ni remotamente el Girona habría podido ni siquiera estar en la Star League.
Las reformas y la admisión por parte de la Superliga de abrir la competición a una mayor meritocracia, aunque siempre matizada para conservar a los poderosos en la división estrella tampoco acaba de convencer a unos y a otros por más dinero que puedan estar prometiendo a los no pocos clubs que cada día están menos dispuestos a seguirle el juego a Florentino y a su único secuaz, Laporta, que todavía se deja llevar por las promesas millonarias de A22, la sociedad promotora de las tres ligas, Star, Gold y League, pero que en realidad tampoco cuenta con meterse de verdad en una aventura cada día con menos sentido y futuro, pues está por ver si además de los equipos de la Premier, que ya se han desmarcado, como el Bayern Munich y el PSG que nunca han formado parte del proyecto el resto se ha subido de verdad a ese tren como viene filtrando Bernd Reichart, CEO de A22 Sports Management, a los medios españoles, básicamente los deportivos que siguen al Madrid y al Barça, o sea bajo la influencia directa de Florentino y de Laporta.
La de la Superliga es otra de esas palancas con la que Laporta tampoco podrá contar en el futuro porque detrás solo hay palabrería y humo por ahora, además de lo que cuesta imaginar siquiera meter con calzador una competición con catorce partidos más por temporada.
La última reflexión sobre el formato de la Superliga, una competición casi cerrada entre los grandes de Europa (que no siempre son los mejores), debe girar sobre qué consecuencias tendría que, a mitad de temporada, como deja entrever la nueva Champions en esta criba de octavos, el campeonato fuera solo cosa de dos o tres equipos. ¿Se sostendría la emoción hasta el final, las audiencias, los taquillajes y los patrocinios si dos tercios de los partidos de una eventual segunda vuelta apenas tuvieran interés y trascendencia?