La alianza UE-Mercosur: otro mundo es posible

En los últimos 200 años, los Estados Unidos han maltratado a América Latina, convirtiéndola en su patio trasero. Han expoliado sin escrúpulos sus recursos naturales, han empobrecido a su población y, cuando les ha convenido, desde Washington han puesto y han hecho caer gobiernos.

Para defenderse de esta humillación permanente, los países latinoamericanos han decidido organizarse para preservar su soberanía y sus intereses económicos. El Mercosur -del cual forman parte Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay (Venezuela tiene suspendida su presencia)- es una expresión de esta voluntad. Además, hay otros países que están en proceso de adhesión (Chile, Colombia, Perú, Ecuador, Bolivia…).

La gran inestabilidad política que ha marcado la historia del continente sudamericano ha impedido, hasta ahora, la adopción de medidas inteligentes, como la creación de una moneda única. Sus enormes riquezas también han atraído el interés de China, que con su diplomacia empática, ya se ha convertido en el principal socio comercial de muchos países latinoamericanos.

En este contexto, y después de 25 años de negociaciones, la Comisión Europea, presidida por Ursula von der Leyen, ha cerrado un gran acuerdo comercial con el Mercosur. Para una Unión Europea en imparable declive, ésta tendría que ser una muy buena noticia, pero el debilitado presidente francés, Emmanuel Macron, ya ha dicho que se opone totalmente.

Después de una historia de éxito de casi 70 años, el proyecto de construcción europea tambalea. El mordisco del Brexit, el auge electoral de los populismos identitarios xenófobos, la guerra de Ucrania y el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca, más fuerte y más prepotente que nunca, han instalado la zozobra en las instituciones comunitarias de Bruselas.

Además, los dos grandes países europeos, que tradicionalmente han actuado de locomotora de la Unión Europea, Francia y Alemania, están inmersos en una gravísima crisis política y económica que puede tener un peligroso efecto contagio sobre el conjunto de la zona euro. En síntesis, el modelo industrial francoalemán, base del crecimiento y del bienestar europeo de las últimas décadas, ha quedado obsoleto, ante la pujanza de la economía digital, que lideran los Estados Unidos y China.

En este contexto de ahogo, que amenaza con llegar a ser angustioso, la renovada presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha sido valiente y ha aprovechado sus primeros días del nuevo mandato para viajar a Montevideo y cerrar las laboriosas negociaciones con el Mercosur. Es un movimiento estratégico osado, puesto que no cuenta con el apoyo de los 27 países comunitarios y, además, tiene frontalmente en contra al poderoso lobby agrícola, que rechaza las importaciones a bajo precio de productos agroalimentarios de Latinoamérica.

La jugada de Ursula von der Leyen de abrir un puente bidireccional de libre comercio entre América del Sur y la Unión Europea es inteligente, si se explica y se modula bien. La idea es comprar materias primas a los países del Mercosur y venderles productos europeos manufacturados.

La suma de los 450 millones de ciudadanos europeos y de los 300 millones de los países del Mercosur forma la principal alianza comercial del planeta y establece un nuevo marco de relaciones geopolíticas y geoeconómicas muy interesante y preñado de futuro. Frente a un Donald Trump que ya ha anunciado que levantará una “muralla” en la frontera sur de los Estados Unidos, para impedir la llegada de personas migrantes y castigar la entrada de mercancías con fortísimos aranceles, la formalización de la comunidad transatlántica UE-Mercosur es una alternativa lógica y muy potente.

Además, hay que tener muy presente que los idiomas que se hablan en América Latina son el español y el portugués, originarios de la península Ibérica. Esto quiere decir que, en el conjunto de la Unión Europea, los países de referencia del Mercosur son, por razones históricas y culturales, España y Portugal.

La decadencia de Francia y Alemania y la hostilidad manifiesta de Rusia, el vecino del este, hacen que el centro de gravedad del proyecto europeo se esté desplazando hacia el sur. El fuerte crecimiento que están experimentando, en los últimos meses, las economías española y portuguesa contrasta con la anemia del resto de países comunitarios y ejemplifica esta modificación del eje central que se está produciendo, admitiendo, eso sí, que la península Ibérica arrastra un atraso estructural en relación con los países centro y norteuropeos.

Si los gobiernos de España y Portugal fueran perspicaces, que lo son, aprovecharían esta coyuntura ventajosa para avanzar y consolidar una Alianza Ibérica que mancomune sus intereses ante Bruselas y el resto del mundo. Este “hub” que une el Atlántico con el Mediterráneo y conecta cuatro continentes es el gran beneficiario objetivo del acuerdo UE-Mercosur y el epicentro de esta comunidad transatlántica que reúne a 750 millones de personas (rebasaría los 1.100 millones si se añadieran el resto de países americanos de habla hispana).

Todos tenemos deberes por hacer. Los catalanes, reforzando la Eurorregión de la cual formamos parte e invitando a otros territorios a formar parte (Aragón, la Comunidad Valenciana y Murcia). Los españoles y portugueses, trasladando a la realidad los importantes compromisos que figuran en el vigente Tratado de Amistad del 2021 y sellando la Alianza Ibérica. Los europeos, completando la ampliación del proyecto comunitario con los países balcánicos que todavía no forman parte y extendiendo el ámbito de la eurozona. Los latinoamericanos, integrando en el Mercosur a los países que están en proceso de adhesión y avanzando en la creación de una divisa común.

El acuerdo UE-Mercosur, todavía pendiente de ratificación por los 27 estados europeos, no será un camino de rosas. Habrá que vencer, de entrada, las resistencias y recelos que despierta en algunos dirigentes, como Emmanuel Macron, y en algún sector económico concreto, como es el caso del agrícola, que exagera su impacto y hará mucho ruido. Los Estados Unidos no querrán perder, de ninguna forma, el control tiránico que han ejercido históricamente sobre  América Latina e intentarán sabotearlo. Para hacerlo, Donald Trump cuenta con un aliado en el Mercosur que le profesa admiración y lealtad eterna, el presidente argentino, Javier Milei.

Pero hay que decir que la arriesgada apuesta que ha hecho Ursula von der Leyen significa un cambio muy interesante en la correlación de fuerzas que hay sobre el tablero internacional y es un “win win” para europeos y latinoamericanos. Con este acuerdo, el mundo de la iberofonía recupera el protagonismo internacional perdido, antes de que los imperios británico y norteamericano se convirtieran, desde el siglo XIX, en los “dueños del planeta”.

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