El centrifugado de la escandalosa visita de Joan Laporta a Mongolia y Azerbaiyán, que no se ha aclarado si es oficial o no, pero que en cualquier caso ha dejado un rastro de sospechas y de indignación por el cúmulo de contradicciones o de embustes, provocadas por las diferentes interpretaciones de unos y otros, lo ha acelerado un nuevo capítulo de esa otra historia de superación que es la reforma del Spotify Camp Nou. Superación, eso sí, entendida como la necesidad de ir mejorando, transformando y elevando a un nivel cada vez más fantasioso las medias verdades, o lo otro, que Laporta y su junta han acumulado desde que decidieron afinar la licitación de las obras, de lo que se benefició la constructora turca Limak, y para justificar lo injustificable fueron añadiendo al relato, imaginativamente, todo aquello que los socios querían escuchar en cada momento.
Ahora, lo que se ha hecho oficial es que la directiva asume que, por lo menos hasta finales de febrero, el Barça seguirá jugando en Montjuic, notificación que llegó a los socios por email ayer, solo veinticuatro horas antes de que el regidor de Deportes del Ayuntamiento también confirmara que esa es la fecha comunicada desde el club para el uso de las instalaciones.
«La fecha que dio la vicepresidenta Fort en la asamblea, que es la de febrero, es la que también tenemos nosotros», dijo David Escudé a un medio satélite de la directiva, añadiendo que de momento «no hay ningún cambio» y que para que ese retorno sea oficial se necesitan, como es obvio, licencias municipales pendientes de conceder o de solicitar, según se mire. El comentario evasivo al respecto de Escudé ha sido que el Ayuntamiento ya ha celebrado una reunión tripartita con el club y representantes del barrio de Les Corts «en las que los vecinos nos explican cuáles son las molestias que causan las obras y, entre todos, se mejoran».
O sea, más de lo mismo: inconcreción por mucho que haya medios y personajes del entorno que, sumando estos dos inputs, el del Ayuntamiento abonándose a las tesis de Elena Fort y el de la junta advirtiendo a los socios sobre cómo se van a liquidar los pases de temporada en este nuevo escenario, hayan colegido que el regreso está sellado y previsto para mediados de febrero, igualmente tres meses más tarde de lo anunciado para el 29 de noviembre en el 125º Aniversario.
En el escrito del club a los socios se indica que «a causa de la normativa de la UEFA que impide cambiar de estadio durante la fase inicial de la Champions League y las dificultades logísticas y el sobrecoste que supone mantener dos instalaciones de gran capacidad operativas al mismo tiempo, el club ha decidido seguir jugando en el Estadi Olímpic Lluís Companys hasta la finalización de la fase inicial de la Champions».
Así, los partidos contra el Valencia (26 enero) y el Alavés (2 febrero) de las jornadas 21 y 22 de Liga, así como el duelo ante el Atalanta (29 enero) de la última jornada de la primera fase de la Champions, se celebrarán en Montjuic, mientras que el club no confirma en ningún caso que el choque contra el Rayo Vallecano y unos hipotéticos cuartos de final de la Copa del Rey, previstos para el miércoles, 5 de febrero, solo unos días después del Barça-Alavés vayan a jugarse en el Spotify.
De fondo, en esta estrategia oficial subyacen dos problemas a los que, por ahora, Laporta no encuentra solución. El principal, que nadie sabe con certeza en qué momento se podrá reabrir el estadio por las enormes complicaciones que supone hacer compatibles las obras con habilitar las instalaciones para su uso con un calendario que siempre es inestable por la dinámica de las asignaciones de días y de horarios en Liga, y por la naturaleza de las competiciones por eliminatorias, aún menos previsibles.
El otro drama es social, pues no se han llegado a las 40.000 peticiones de mini-abonos para ese supuesto regreso a Les Corts en el tramo final de la temporada. Una pobre respuesta que afecta a la economía y que, según fuentes de la propia junta, ha producido malestar porque en el entorno de la presidencia no entienden que no se haya tenido que recurrir a un sorteo por un exceso de demanda.
Sorprendente que, encima, Laporta y los suyos se quejen de que los socios no se crean nada de lo que la junta dice sobre cuándo y cómo volver al Spotify, con más motivo, además, después del maltrato sistemático sufrido desde el arranque de las obras. Los socios, consultados telemáticamente antes de decidir el exilio, ya manifestaron que preferían las incomodidades de las obras a jugar en otra parte. Luego les ofrecieron ir a Montjuic por el doble de lo que pagaban en el Camp Nou, propuesta que hubo que descartar por coincidir con la mala gestión del caso Negreira y rehacer las tarifas. En ese cambio, sin embargo, Laporta aceptó que los socios pagasen menos, pero a cambio de no tener ni un asiento fijo y de obligarles a confirmar la asistencia a cada partido con antelación, y de adjudicarles las peores localidades.
Ahora, para mayor humillación, cuando a los socios se les abrió la posibilidad de comprar el paquete de partidos de final de temporada, no se les informó que no conservarían ni las zonas ni los precios aproximados de sus abonos originales, de forma que cuando fueron a elegirlos, unos cuantos miles de socios, los que siempre se ven favorecidos por la junta a través de diversos canales y mecanismos de fidelización y por amiguismo, ya se habían adjudicado las más atractivas por ubicación y precio. Si a la junta le parecen pocos los socios que han respondido, es posible que en la siguiente oportunidad Laporta añada cualquier otro tipo de tortura con tal de hacer más sitio en las gradas para los turistas, que pagan más y ni votan ni protestan. Al tiempo.