Desde que, para desespero demócrata, europeo y personal, Donald Trump ganó las elecciones estadounidenses el pasado martes 5 de noviembre, no hemos dejado de evaluar el porqué de todo ello y la magnitud de la tragedia, dos títulos de la narrativa del escritor Quim Monzó que van a pelo para ilustrar el tráfico tertuliano de estos días. No hay un solo motivo que explique la inexplicable victoria del déspota, farsante, machista y amoral republicano; hay, con todo y eso, un puñado. Me decanto por quienes defienden que, más que ganar las elecciones Trump, Kamala Harris las perdió porque el súper está caro, y quienes mandan y son vistos, ergo, como culpables de eso, son el presidente Joe Biden y su vicepresidenta y candidata demócrata. Un argumento de peso, irrefutable, que ha hecho que un montón de demócratas se hayan quedado en casa y que muchos indecisos hayan resuelto que el hombre anaranjado era, ¡alza, Manuela!, una buena opción.
El presidente colombiano Gustavo Petro explicaba con acierto al día siguiente del triunfo trumpista la teoría de la escalera para entender el apoyo de muchos inmigrantes a Trump. Estos, una vez obtienen un puesto legal en el país norteamericano, paradójicamente asumen actitudes de rechazo hacia aquellos que intentan llegar al país. Lo llaman la teoría de la escalera, si consigues beneficios, tiras la escalera para que la gente como tú no suba. Así, la radicalidad migratoria de Trump, que busca reducir drásticamente el número de inmigrantes indocumentados, enfocándose en la deportación de 11 millones de personas sin documentos y tres millones más de extranjeros con estatus temporal, ha seducido a un electorado que, en teoría, no sería el suyo, pero que no ha encontrado mejor opción, ni menos egoísta, para defender sus intereses. Una teoría de la escalera que, por desgracia, desengañémonos, no solo se teoriza en el país norteamericano, sino en todas partes, aquí también. Una especie de amnesia egocéntrica e insolidaria que te empuja a hacer al prójimo lo que probablemente sufriste tú o los tuyos por miedo a perder el estatus alcanzado más o menos recientemente.
En la campaña electoral de 1992, Bill Clinton popularizó la frase «es la economía, estúpido» ante su contrincante George H.W. Bush, a quien venció. Treinta y tantos años después, Trump podría parafrasearlo, afirmando «es la inmigración, estúpido», y explicar así su inapelable, a la vez que angustiosa, victoria de este 2024.