Musk

Supongo que tarde o temprano tenía que llegar este artículo. Por cuestiones de trabajo cada semana tengo que hacer varias propuestas centradas en la actualidad desde mi punto de vista. Elon Musk ha aparecido con cierta frecuencia desde julio, quizá porque entonces empecé a hilar más fino.
Los siglos se definen poco a poco. Hace más o menos una década pude fijarme más en cómo nos querían llenar la cabeza con nombres anglosajones que parecían salidos de fantasías. Así, de vez en cuando, nos familiarizáramos con Neil Gaiman o Elon Musk, ungidos con combinaciones todopodersas, como si encarnaran los nuevos tiempos. El caso del americano navegaba como una ola sin mácula capaz de dejar atrás el preludio de esta opulencia no tanto del disparate. Las calaveras con diamantes y otras trastos de riquísimos daban paso a un personalismo muy afín a las tendencias políticas nacidas de las múltiples crisis posteriores a la caída del muro de Berlín.
A veces es como si nos extrañáramos de ciertas rutas hacia la unidad. El final del siglo XX anunció la muerte del contrapunto intelectual, mientras el hundimiento económico de 2008 llenó los papeles de terminologías inherentes a la nueva época. Una era hiperliderazgo carismático. Trump lo representa mejor que nadie, pues nunca hay que olvidar el miedo de 2016, cuando pensábamos ver el debut de una dictadura en una de las democracias por excelencia.
Si nos pusiéramos a buscar en cualquier hemeroteca podríamos comprobar sin mucha sorpresa cómo Musk ha sido noticia casi todos los días, más aún cuando se apoderó de Twitter, ahora X. No le hacía falta este verano para hacerse fotos con aire icónico en mítines de campaña, vestido de negro, con la proverbial gorra MAGA (Make America Great Again) y feliz entre saltitos de cenit en esta historia muy made in USA, si se quiere, después de la victoria trumpista, un escalón más del edificio neoliberal mezclado con consignas de extrema derecha.
Musk depurará la administración para hacerla más eficiente, frase y misión como un remember de Thatcher o Ronald Reagan, miembros de la santísima trinidad neocon con Juan Pablo II, apóstoles de nuestro instante histórico, un proceso de manual que, por suerte, todavía puede deparar muchos giros de guión a pesar de la tendencia imperante. El encargado de este trabajo me recordaba y me recuerda al magnate de Ciudadano Kane, de Orson Welles. En su caso, hacerse con Twitter hizo de esta red social un lodazal de mierda donde la visibilidad era siempre más escasa, un agravio para el usuario, además dañado por una montaña de informaciones manipuladoras que ahora han supuesto el adiós de algunas cabeceras clásicas, negándose a apoyar esta herramienta malévola, antes bien provechosa.
Ese antes fue bastante positivo si usabas las pifias y su sistema sin meterte en la brega. No me molestaba ver cómo la gente discutía sobre bagatelas. El problema era cómo captaban el panorama y los medios de comunicación no sólo se hacían eco, sino que sucumbían a los trending topics de una manera burda. Los temas más regulares en la plataforma se convirtieron en normativos y fue rutina aquello de mencionar la red social como fuente de información, una desgracia de praxis; por eso, estos días no me ha gustado nada ver el uso de periodismo ciudadano para definir todo este periplo.

El periodismo ciudadano va de salir a la calle, hablar con las personas, reconocer los territorios y llegar a un conocimiento directo de la realidad, mientras que citar a un anónimo de internet es pereza. Por otro lado, este triunfo de las redes sociales siempre ha nadado en muchos engaños. Uno de ellos la trascendencia otorgada por los medios. La era ha forjado monstruos, con una individualidad prescindible creyéndose portavoz de sí misma y con los grupos empresariales encantados con el número de followers sin meditar mucho la verdadera circulación de todo el circo, inflado por el ruido de una espiral perfecta que como uno de muchos símbolos tiene la conversación idiota sobre si seguir o dejar la red, ya que nos hemos acostumbrado a verla como obligatoria si se desea visibilidad.
De hecho, estos días de movida en Twitter no es difícil reflexionar sobre cómo esta esclavitud de los medios con las redes es como el Capricho de Goya, acelerándose más los minutos y disponiendo una rebaja de los contenidos entre metodologías y asunción de influencers de todo tipo como una panacea para encontrar audiencia joven y modernizarse, cuando el trabajo bien hecho y el respeto al lector y el oyente es la mayor modernidad.
Quizás si se produjera un apagón las piezas se resituarían y eliminaríamos mucha basura superflua. Este éxodo de X muestra cómo Musk recibe los galones de Charles Forster Kane. Los rivales le aceptan la calificación de igual, lamentando la pérdida de libertades mientras el contexto se transforma demasiado deprisa, desbordándonos.

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