Zelenski le pega un tiro a la paz en Kursk

A principios de verano el final de la guerra de Ucrania en un futuro a medio plazo, a lo largo de 2025, parecía factible. Había señales de cierto deshielo, como el intercambio de prisioneros entre Rusia y Estados Unidos que se produjo el 2 de agosto, el mayor desde el fin de la Guerra Fría, las presiones más o menos cautelosas de los líderes occidentales hacia Zelenski para iniciar negociaciones o la discreta organización de un encuentro entre militares ucranianos y rusos en Qatar a finales de agosto, el primero desde el inicio de la confrontación, destinado a fijar restricciones a los ataques a infraestructuras energéticas, que debería ser el primero hacia una desescalada bélica.

Susana Alonso

Además, parte de la oligarquía rusa empezaba a pedir el inicio de un proceso de paz. Las élites ven cómo la guerra llena sus bolsillos, pero también ven cómo las madres y las viudas de los soldados que hay en el frente se movilizan mientras el número de bajas crece de forma alarmante y recuerdan que fueron las madres de los militares caídos en la guerra de Afganistán las que precipitaron una retirada que acabaría siendo el inicio de la desaparición de la URSS. Algunas fuentes cifran en más de 667.000 las bajas del ejército ruso, entre muertos y heridos, desde el inicio de la guerra.

Estas esperanzas saltan por los aires el 6 de agosto, cuando Ucrania invade y ocupa territorio ruso en la región de Kursk. Hoy el fin de la guerra se ve más lejos que nunca. Por un lado, Putin, que en público trata de minimizar la importancia de su pérdida territorial, considera este hecho una humillación personal, mientras sus militares creen que los contactos para preparar la reunión de Qatar fueron una cortina de humo destinada a desviar la atención de los preparativos de su ataque sobre Rusia, y se sienten traicionados y rabiosos. Creen imposible cualquier opción de diálogo con Kiev, con quien se han roto los escasos puentes extendidos. Ahora su objetivo es la destrucción total de Ucrania en una lucha sin reglas y sin límites, sin que esto signifique, de momento, el uso de armas nucleares, que sólo se utilizarían, según algunos medios de comunicación moscovitas, en caso de una confrontación militar abierta con Occidente.

El movimiento de Zelenski destinado, por un lado, a vencer las reticencias de Estados Unidos y Europa a entregar más armamento, más dinero y autorizar el uso del material cedido en territorio ruso, y obtener activos que poner sobre la mesa ante la negociación que parecía abrirse camino, ha terminado por convertirse en un disparo al propio pie.

De momento Putin amenaza con endurecer su política nuclear de forma que incluso un ataque masivo con drones pueda ser respondido con armamento atómico. El botón nuclear, por ahora parece a buen recaudo, entre otras razones por el freno que representan sus aliados de los BRICS (siglas de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), pero sería una gran tentación si tuviera la sensación de que sus amenazas no se toman lo suficientemente en serio.

Occidente, de momento, reacciona con prudencia, quita hierro a las advertencias de Putin, pero incrementa su cautela y las toma en serio como para que Zelenski haya vuelto con las manos vacías de su última reunión con Biden, a quien pidió por enésima vez poder utilizar las armas occidentales sobre territorio ruso.

Mientras, el Kremlin ha apostado definitivamente por una guerra larga. Cree que las fuerzas ucranianas están agotadas y se irán degradando poco a poco -y los 80.000 ucranianos que han desertado de su ejército desde el inicio de la guerra parecen confirmar el diagnóstico-, mientras Rusia puede mantener una confrontación como ésta durante décadas. Más aún, cuando el país está experimentando un momento de expansión económica gracias precisamente a ese conflicto. Las órdenes de compra provenientes del Ministerio de Defensa han acelerado el crecimiento industrial y estimulan los negocios, mientras que las sanciones de Europa y Estados Unidos no han logrado privar al Kremlin de una de sus principales fuentes de ingresos, como es la venta de gas y petróleo, que han crecido en un 56% desde principios de 2024.

El gobierno ruso mantiene el gasto militar como una de sus prioridades para los próximos años. Sólo en 2025 el gasto militar y de producción de armas subirá a 142.000 millones de dólares, aproximadamente un 6,2% de su PIB, muy por encima del 3,49% de Estados Unidos.

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