Entre 1939 y 1975 España estuvo en manos de una dictadura. Desgraciadamente su máximo responsable se llamaba Francisco como yo. Quizás me he hecho llamar siempre Siscu porque a mi subconsciente lo de Francisco no le sonaba bien. Yo estuve pocos años luchando contra la dictadura. Cuando el dictador murió yo tenía 19 años recién cumplidos y poco había hecho en la lucha por la democracia aparte de participar en algunas manifestaciones y correr ante la policía.
Sin embargo, hubo gente que dedicó su vida a esa lucha por recuperar la democracia que nos arrebató la rebelión franquista. Fueron muchos años de exilio, prisión, torturas, asesinatos de combatientes por la democracia.
Ya hace cerca de 50 años que nos hemos acostumbrado a votar periódicamente para elegir a nuestros representantes en los ayuntamientos, las comunidades autónomas, el Congreso y el Senado españoles y el Parlamento europeo. Hemos disfrutado de las ventajas del sistema democrático y también hemos visto sus defectos. Hemos avanzado en los servicios a la ciudadanía pero la distancia entre los ricos y el resto de gente no se ha acortado sino todo lo contrario. Me atrevería a decir que esta distancia incluso hace tambalear la democracia. Lo vemos en el control de los medios de comunicación que ejercen los poderosos. La impunidad de ciertos jueces que actúan en función de sus intereses ideológicos es indignante. Las redes sociales me temo que han servido más para divulgar la desconfianza hacia la democracia que al objetivo que se suponía principal de promover la libertad de expresión.
Se atribuye, creo que de forma distorsionada, a Winston Churchill la frase de que «la democracia es el menos malo de los sistemas políticos». Puestos a ser positivos, yo diría que es “el mejor de los sistemas políticos” con defectos a corregir y derivas perjudiciales a los ciudadanos a evitar. Adolf Hitler llegó a dirigir su país hacia la guerra gracias al voto de los alemanes. Donald Trump puede volver a ser elegido este martes presidente de Estados Unidos después de haber intentado impedir que Joe Biden fuera elegido hace cuatro años por el voto de los estadounidenses. El listado de dirigentes autoritarios que han llegado a mandar en países democráticos es largo y parece que crece.
Pienso en todo esto al ver cómo ante la tragedia terrible que está viviendo la comunidad valenciana estos días se utiliza a menudo el lema «Sólo el pueblo salva al pueblo». Hasta ahora estábamos acostumbrados a escucharlo en boca de colectivos anticapitalistas. Estos días se lo han apropiado los herederos ideológicos del franquismo, los difusores de la idea de que la democracia está podrida porque los políticos son todos iguales y sólo quieren buenos sueldos y privilegios y les importan poco las necesidades de la gente.
Sigo convencido de que quien salva al pueblo es la democracia cimentada en los votos de lo que llaman ‘pueblo’ y yo prefiero llamar ‘ciudadanía’. Hay que hacer más justos los sistemas electorales, quitar poder a los potentados que compran medios de comunicación y voluntades personales, garantizar que en los juzgados se imparta justicia, combatir la corrupción a todos los niveles, que el sector público controle las redes sociales y los efectos nocivos de la inteligencia artificial, penalizar a las empresas que contaminan la atmósfera y nos han condenado a la emergencia climática… `
Y todo esto debemos hacerlo con más democracia, no con menos. Sólo así salvaremos a la ciudadanía, a la gente, al “pueblo”.