El asunto Íñigo Errejón plantea la vieja polémica de la prevalencia, o no, de la obra por encima del comportamiento del autor. Más de una vez hemos discutido sobre si tenemos que aprender a separar un buen material de la vida nada edificante de su creador. ¿Hasta qué punto están o no íntimamente relacionados? Los ejemplos de esta disyunción son muchos y afectan a muchos campos: Neruda, Picasso, Sartre, Polanski… Si hacemos caso al teórico literario y filósofo francés Roland Barthes, habríamos considerado la obra como un ser independiente al autor. Otros teóricos opinan, al contrario, que una parte vital del artista habita en su obra. No hay fórmulas perfectas. Estamos hablando de un producto subjetivo y emocional como es el arte.
En el caso Errejón no se trata de una creación artística. Es más grave, puesto que hace referencia a la defensa política de una ideología que es impugnada gravemente en su práctica. No es una pequeña contradicción. Los abusos sexuales atacan de raíz a los postulados que el mismo Errejón y el espacio que ocupa defienden como marca propia. La exigencia de ejemplaridad es indiscutible.
Se habla y se hablará mucho del tema, y también se usa y se usará como arma arrojadiza. La munición a las formaciones y a los ideólogos de derechas ha sido un magnífico regalo inesperado. Los medios han encontrado un material muy atractivo. Está claro que se tiene que hablar y se tiene que denunciar. Aun así, en este desmadre que se ha organizado, se hace muy difícil ordenar y discernir responsabilidades. La manera en la que algunos medios han tratado la cuestión parece más propia de un lavadero visceral que una denuncia seria. ¿Se tiene que dar voz a denuncias anónimas en las redes? ¿O a rumores de bar?
Los buenos discursos de Errejón, la defensa de su formación y del gobierno de los postulados feministas, tienen que quedar totalmente al margen de los comportamientos indignos. Los medios de comunicación, de manera urgente, tienen que tratar la cuestión de manera seria, a partir de denuncias formales, con nombres y apellidos, discerniendo responsabilidades claras. Es vital que la discusión no se convierta en un espectáculo, sino que se centre en las soluciones constructivas para ayudar a garantizar un tratamiento justo y serio de estas cuestiones. Caso contrario, el caso Errejón se convertirá en un vodevil que solo servirá para ridiculizar y objetar los progresos en defensa de las mujeres de los últimos años. La impugnación ha empezado, mejor dicho, ha continuado con mucha fuerza en muchos discursos que van influyendo en la percepción pública en el ámbito social.