Dibujante, entre otras cosas. Explica historias de varias maneras: 50 libros de cómicos publicados, cuatro obras de teatro, una película… Como humorista gráfico, ha colaborado en numerosas publicaciones. También ha ilustrado portadas de discos, videoclips, carteles… Trocitos de mí vida es el título de su serie de videoarte más conocida. Ahora, publica Malismo. La ostentación del mal como propaganda (Capitán Swing).
Has creado o redefinido un nuevo concepto: malismo. ¿De qué se trata?
En resumen, de lo que se dice en el subtítulo del libro: la ostentación del mal como propaganda. Es una cosa que no he inventado yo. Solo he intentado poner nombre a lo que todos estamos viendo cada día. Tradicionalmente, cuando alguien hacía algo malo o deseaba hacerlo, después lo justificaba de alguna manera. Solo en círculos concretos podías presumir de que habías hecho algún mal. Por ejemplo, en la escuela decías a tus amigos que habías robado en Galerías Preciados, porque así parecías más aventurero. Pero no se lo decías al profe, al director, ni a tus padres. Hoy en día, resulta que ser malo, confesar acciones reprobables, funciona de muchas maneras para obtener algún beneficio. Puede ser para obtener más repercusión en los medios, o incluso para incrementar la aceptación electoral.
¿La propaganda a la que te refieres podría ser entendida como un tipo de marketing?
En origen a veces es casual. En el libro hablo del “que se jodan”, de Andrea Fabra. No creo que ella hubiera pensado en la repercusión. Era una cosa que le salió. Lo que pasa es que se dio cuenta de que no le fue tan mal. Fue criticada, pero, de repente, se hizo famosa. Estamos viviendo un momento en el que, en muchos casos, el malismo es producto de equipos de comunicación, de marketing. Diez años después de aquello de Andrea Fabra, Begoña Villacís se hace unas fotos destruyendo barracas, con un objetivo publicitario. Una maldad que es puro marketing.
¿Épater le bourgeois, tal como lo entendíamos, tiene algo a ver con el malismo?
Sí que podría tener algo que ver. Era quizás una forma de transgresión que también se utilizaba para llamar la atención. En humor, utilizamos un mecanismo que llamamos ruptura de protocolos. En determinados ambientes, haces algo que no es habitual y llamas la atención. Esto ayuda a hacer que hablen de ti, y consigues más relevancia. Hay algunas formulaciones del malismo. La del columnista que dice cualquier barbaridad para que lo llamen de la televisión y obtener más atención hacia su artículo que no lee nadie es el mismo sistema. Lo que pasa es que se ha ido de madre, y ya no lo utilizan cuatro autores para llamar la atención.
¿El malismo es propio de malos o va más allá?
Al malismo yo lo llamo estrategia. No es relevante que quien la lleva a cabo sea bueno o malo. Quiero creer que no todo el mundo que utiliza el malismo es malo. Simplemente, creen que haciéndose más malos de lo que son, la estrategia les resultará rentable. En cualquier caso, el mero hecho de utilizarla también dice que no eres la persona más bonita del mundo. En el libro, no he citado expresamente a columnistas precisamente por eso. Muchos de ellos habrían deseado que los mencionara.
¿Puede ser que, en algunos casos, el malismo se quede en aquello que se ha llamado “espantaviejas”, o “que viene el coco”?
El rollo de asustar puede estar relacionado con el malismo, pero no necesariamente. Se puede asustar y no utilizar el malismo, como en los anuncios que dicen que hacen un seguro antiocupas. Pero también es cierto que hay personajes que utilizan estos métodos.
¿El malismo ejercido por cabrones, cosa que también está en ascenso, se podría llamar cabronismo?
Es otra cosa. Hacer el mal por afición, creo que podría ser lo más próximo al cabronismo. Porque te gusta joder. Para mí malismo es joder para conseguir algo. No solo porque te gusta. Por ejemplo, están los asesinos de masas que de pequeños mataban a gatos y los quemaban, pero lo hacían por su cuenta. Esto es cabronismo. Si después, en la escuela propagaran que habían matado a un gato, eso sí que sería malismo. O sea, hacer el mal para promocionarse.
¿El malismo, que parece una cosa del emisor, también está en el receptor, que le sigue la veta?
Por supuesto. En cualquier estrategia de comunicación el emisor sin el receptor no existe. Si el receptor no aplaudiera, estas estrategias no existirían. De hecho, cuando esta estrategia llega a la publicidad, los publicistas no harán una cosa con riesgo de ser criticados. Si lo hacen es porque saben que funciona. Por ejemplo, los programas de televisión con figuras de poder. Hay expertos que riñen a los concursantes. Una vez hubo un juez que hacía esto, y no fue conscientemente. Pero cuando comprobaron que funcionaba, empezaron a explotarlo, hasta el punto de estar guionizado.
¿Tiene algo que ver el malismo con la posmodernidad?
Sí. La posmodernidad pasó muy deprisa, pero sus efectos se dejan ver por todas partes. En algunos casos catastróficos. El “todo vale” tuvo algunos aspectos positivos, como buscar un camino a cuestiones que habían llegado a callejones sin salida. Contribuyó a cambiar referencias culturales por cosas a las que no se había prestado atención… Pero hacer valer cualquier cosa, sin referentes, difumina los límites.
En los medios de comunicación públicos de Cataluña se ha generado un estilo de humor, digamos “patriótico”, con cosas como, por ejemplo, sustituir los saludos del principio del programa, por un “buenas noches y puta España”, dirigido a determinadas audiencias. ¿Cómo se interpreta esto?
No estoy al corriente del caso, pero el tipo de humor insultante, que yo he cultivado en ocasiones, me ha llegado a molestar, porque ha llegado a ser un mainstream. Tanto hacer putadas en la vida real como el mecanismo del humor que recurre a romper los protocolos de esta vida no acaba bien. Hacer una cosa inusual que dé risa cada vez funciona menos. Esta es una de las razones por las que tengo previsto matar a mi personaje de Herminio Bolaextra.
¿También cuenta el alcance, la dimensión del asunto, el tamaño en el malismo?
Importa la dimensión y también el círculo. No es lo mismo decir entre amigos quién es el cabrón que se ha tirado un pedo, que decirlo desde un estrado, dirigido a todo el mundo. La dimensión también es importante. He decidido acabar con mi personaje porque ya no me apetece participar en dimensiones pequeñitas.
¿Qué se puede decir del alcance, la trascendencia de los bombardeos en Gaza?
El Estado de Israel y Netanyahu hacen publicidad segmentada. De puertas afuera, justifican sus maldades con sistemas tradicionales, como el “yo no he sido”, “lo he hecho sin querer”, “tenemos derecho a defendernos”… En Hiroshima y Nagasaki se dijo que habían matado a 300.000 personas, pero que de este modo se evitaron más muertes si hubiera continuado la guerra. De puertas adentro, en sus televisiones, sí que hay malismo, descaradamente. Están diciendo que destruyen Gaza para construir chalés con vistas a la playa, sus soldados salen explicando quién ha cometido el crimen de guerra más grande…
¿El malismo es una cosa más bien propia del Ruedo Ibérico o es de carácter, digamos, planetario?
Hay una estrategia internacional, como la de El Yunque y todas estas asociaciones, que tienen como una de sus líneas recurrentes la del malismo. Pero no es exclusivo de estas multinacionales del mal. Yo hablo del malismo autóctono porque tiene sus características propias. Pero, como todo lo que llega a este país, lo hace más tarde.
Poniendo caras al malismo, ¿qué se puede decir de Milei?
Milei utiliza el malismo en grado máximo, pero también forma parte de otros exponentes, como los nazis del misterio. Presume de hablar con su perro Conan, que está muerto. Esto en Argentina siempre ha existido, el esoterismo, la conspiración… Pero Milei ha mezclado todas las estrategias malistas hasta convertirse en una cosa delirante.
¿La distopía forma parte del malismo?
Hay diferentes tipos de distopía. La ecológica, la espantaviejas, la deprimente, que parece que vayamos hacia el desastre y no hay nada que hacer… Pero hay una que lo celebra. La de La Purga, que dice que un día nos podremos matar los unos a los otros, y va Trump y lo dice en un discurso: tendría que haber una hora en la que la policía pudiera hacer lo que quiera. Hay también una distopía que quiere dar una especie de moralidad. El Club de la lucha, con un personaje machista, asqueroso, que pierde la cabeza… Hay gente que lo ha entendido tan mal que incluso han montado un Club de la Lucha en Madrid. Una cosa así pasó con Torrente, pero yo quiero creer que era una cosa irónica.