Esta semana he visto ‘La habitación de al lado’, la película de Pedro Almodóvar, adaptación de la novela «Cual es tu tormento» de Sigrid Nunez, que ha ganado el León de Oro de la Muestra de Venecia. No he visto el resto de películas que competían en este certamen y no entiendo mucho cine. Por tanto, no puedo juzgar si se merecía o no el galardón que le han otorgado. Lo que sí puedo decir es que me pasé toda la película pensando en los enfermos de cáncer que he conocido y conozco, los que lo han superado sin demasiados problemas y los que sufren sus secuelas o han muerto como consecuencia de la enfermedad.
Estuve durante toda la proyección dándole vueltas al problema que plantea: el derecho a quitarse la vida cuando se ha convertido en un sufrimiento constante y cómo esto afecta a las personas del entorno de quien toma esa decisión.
De un tiempo a esta parte, la muerte se ha ido haciendo cada vez más presente en mi vida. Esta semana cumpliré 68 años y, por tanto, he visto morir a un montón de gente que se ha hecho famosa a lo largo de mi trayectoria personal. Elvis Presley murió cuando yo tenía 20 años. El listado de cantantes y músicos a cuyo ritmo bailé que ya no están es enorme. También se van marchando escritores y políticos que en su día estuvieron en la cima de la actualidad y la fama. Mis padres ya hace tiempo que no están. Y familiares, amigos y conocidos. Muchos.
He hablado de las muertes individuales, a menudo causadas por el curso habitual de la vida, el envejecimiento, las enfermedades o algún accidente. Hace pocos días, un conocido y medio amigo se quitó la vida harto de sufrir los efectos de una enfermedad incapacitante. Como Tilda Swinton en ‘La habitación de al lado’.
Y después están las muertes a consecuencia de las guerras o las acciones terroristas. Las de las 1.200 personas asesinadas por Hamás el 7 de octubre o las más de 40.000 asesinadas por el ejército israelí como represalia. Algunas fuentes fiables hablan de más de 100.000 muertos en esa respuesta desproporcionada al ataque de Hamás.
En nuestro planeta hay gente que sufre tanto que prefiere estar muerta y gente que tiene toda la vida por delante y la matan por disputas por un territorio, por convicciones religiosas y patrióticas, por el acceso a minerales valiosos, por dinero o por celos.
Al mismo tiempo que muchos investigadores buscan remedio para enfermedades que acortan la vida de las personas hay empresas que fabrican armamento y ejércitos, milicias y grupos terroristas que las utilizan para esparcir la muerte. Es absurdo, pero es así. Y, por desgracia, así ha sido siempre.
La vida nos enseña que debemos acompañar desde la habitación de al lado a la gente que decide retirarse de ella y que hay que estar en primera línea del combate contra los que quieren imponer la muerte con su odio, sus armas y sus bombas.