Por la forma en que Joan Laporta viene aludiendo a la oposición, sin referirse a nadie en concreto y generalizando sobre catastrofistas y distorsionadores -que, según pronostica, deberán esforzarse mucho para convencer al barcelonismo de que su gestión es deficiente-, parece bastante obvio que también quiere convertir la asamblea ordinaria de octubre en otra batalla que finalmente pueda reforzar su hegemonía y ese liderazgo que sigue ostentado mediante un estilo de gestión franquista, totalitario y dictatorial a fuerza de atropellar los derechos democráticos y estatutarios del FC Barcelona, como ha venido haciendo hasta ahora. Los tambores que, cada vez con más fuerza, apuntan a una asamblea telemática y no presencial, como le ha exigido la plataforma Som un Clam y hasta un editorial de La Vanguardia que no le ha hecho ni cosquillas, redoblan ya con un eco de guerra y de desafío por su parte, pues además de cerrarles físicamente el acceso a los compromisarios también ha trascendido su presunto plan de convocarla en un día no coincidente con un partido del primer equipo. Decisiones ambas que, para el barcelonista que aún quede en pie y dispuesto a bregar por sus derechos democráticos de participación, opinión y voto como propietario del club, deberían ser más que suficientes para reaccionar de una vez por todas.
La convocatoria, si Laporta decide finalmente reírse de todo y de todos otra vez y fijarla para el sábado día 19 de octubre próximo y no para el día siguiente, domingo 20, fecha en el que se disputará en Montjuïc el Barça-Sevilla, supondrá una doble provocación así como un motivo más de vergüenza y de sumisión del barcelonismo y de su larga historia democrática a la tiranía de un presidente que ya no puede acumular más atrocidades y actuaciones contrarias a los derechos de los socios reconocidos en los estatutos.
Aunque Laporta, gracias a una prensa colaboracionista, muda, ciega y sorda a la hora de fiscalizar el cumplimiento de los estatutos, lo mismo que su poderoso aparato del control absolutamente masivo de las redes sociales, haya conseguido normalizar el formato telemático para asegurarse asambleas controladas y favorables, en las actuales circunstancias suena a recochineo y tomadura de pelo el mero hecho de sugerir o de contemplar siquiera no recuperar la asamblea con el funcionamiento estatutario previsto y además saltarse la normativa y señalarla, contra la norma y su espíritu de la norma que, precisamente, busca favorecer la participación y la presencialidad, de forma que no coincida con un partido del primer equipo.
La decisión definitiva no puede demorarse mucho más allá de esta semana. Laporta dispone de un margen de quince días de antelación para convocarla y, en el caso de reafirmar su intención de encender esa mecha, estimular definitivamente un conflicto de calibre social con un enfoque, desde su punto de vista, que tiene más de pulso contra la oposición que cualquier otra lectura.
Laporta se imagina, después del ruido que pueda promover Som un Clam convocando a más de un millar de socios el día 17 de octubre, dos días antes del día A, según las previsiones, una asamblea ajustada a esa parca participación telemática, apenas alterada por algún miembro del senado al que no se le permitirá hablar demasiado como hizo Enric Masip en la última con Jaume Llopis, en plan poli de dictadura bananera, y una reposada sesión de vídeos, discursos convincentes, números mágicos -los que sean- envueltos en la versión laportista más optimista y votaciones amplias a favor de cada una de las propuestas del orden del día sugerido por la junta. Al final de todo, protestas anecdóticas -las pocas que se permitan- y otro paseo triunfal del presidente, ese es el guión previsto si se puede repetir el formato telemático de la última asamblea que, por cierto, se cerró con el compromiso de Laporta de volver al presencial asumiendo, complaciente, la propuesta de Joan Gaspart y de Jaume Llopis tras registrarse 441 socios en la votación más participada, una cifra de las más bajas de la historia.
Como todas las promesas de Laporta, humo que se lleva el viento y el tiempo a menos que la derrota de Pamplona, combinada con el oportunismo proverbial del laportismo y la prioridad de gestionar el plano mediático por encima de todo lo demás, le haga suponer que abrir ese otro frente no es ahora mismo lo más prudente ni lo más aconsejable.
Pero eso sería ir contra la naturaleza, la conducta y el instinto de un presidente que, por otro lado, además de gustarse en su versión más despótica y antidemocrática, de la que su cuñado y primer asesor Alejandro Echevarria es su fan más entregado, esta vez necesita esconder los resultados económicos y las preguntas insidiosas sobre la trama contable que, sea cual sea, someterá a la aprobación de la asamblea.
La formulación definitiva de las cuentas prevista para hoy, al límite después de tres meses de conflicto y de batalla campal interna entre Laporta y el auditor Grant Thornton por la revisión del esperpento financiero de Barça Studios, siempre estará condicionada por el verdadero valor de una compañía que, con 408 millones de valoración contable a 30 de junio de 2023, hoy está bajo la sospecha de que, según expertos en la materia, sólo existe en la imaginación de Laporta. Desde luego, hoy en día tiene mucho más que esconder que de mostrar orgullosamente, si no es que el escenario asambleario está limitado, manipulado, controlado y ajustado a las necesidades del presidente. Miedo es lo que Laporta siente ante la asamblea. De lo contrario, lo suyo sería abrir las puertas y liderar una exhibición de apoyo y reconocimiento social multitudinario, rotundo e indiscutible. Aún está a tiempo.