De Hodeida a Kursk. La gran línea del frente en el conflicto global

Los últimos éxitos electromilitares de los israelíes les han salido muy rentables. Los atentados con los busca y la campaña de liquidación selectiva de los líderes de Hezbolá, culminando con Hasan Nasralá, han hecho olvidar que después de un año de guerra-masacre en Gaza, no han logrado eliminar a Hamas, tras haber matado a ¿40.000? civiles palestinos, miles de niños incluidos. También ha quedado bajo la alfombra que el 7 de octubre del año pasado fue uno de los fiascos más espectaculares que hayan sufrido los servicios de inteligencia de un país. Pero ¿qué importa ya eso? El descorchazo de la nueva guerra en el Líbano nos ha traído un poquito de triunfalismo de taberna inglesa (alabí, alabá, yala ya, Nasralá, te enviamos con Alá) de ese que siempre necesitamos en esta parte del mundo, pero que cada vez paladeamos con más dificultad.

¿Y ahora qué? Toda la cuñadoesfera se cruza apuestas sobre lo que hará o no hará Irán, si todo es un bluff, si Hezbolá ha quedado fuera de combate en menos que silba un misil y un abanico de excitadas posibilidades que son prolongación de la juerga en la taberna. En realidad, lo que hacen es poner la lupa sobre lo que sucedió ayer en una determinada parte del escenario libanés, prescindiendo de cualquier otra consideración. Son análisis de forofo, de quiniela, emocionales, y de hoy para mañana.

Aunque cueste asumirlo, lo que sucede en Líbano, en Gaza y en todo el escenario tensionado del Oriente Próximo está muy relacionado con esa otra guerra que tiene lugar en Ucrania. Los dos conflictos poseen factores importantes en común. Los más evidentes son que, en ambos, los Estados Unidos se juegan su imagen de superpotencia, tanto por su responsabilidad en gestionar situaciones de alto riesgo regional, e incluso mundial, como por las masacres derivadas de ello. A continuación: la guerra de Ucrania está, prácticamente perdida para Estados Unidos y la OTAN. La batalla de Avdíivka, finalizada en febrero de este año, quebró el espinazo de la resistencia ucraniana en el Donbas; en buena medida, ello fue debido a que los Estados Unidos pusieron a Israel y su guerra en Gaza en primer lugar para la lista de suministros y ayudas, pasando Ucrania a un segundo plano. Los americanos (no Biden) empezaron a perder interés por apoyar incondicionalmente a un Zelenski que percibían netamente como un líder fallido. Una manifestación bien clara de ello fue que, desde noviembre de 2023, los congresistas republicanos mantenían bloqueado un paquete de ayuda a Ucrania de 61.000 millones de dólares. La fecha lo dice todo: tras el ataque organizado por Hamás el 7 de octubre, un mes más tarde era evidente que había prendido una nueva guerra en Oriente Próximo.

También cabe añadir que, para entonces, los occidentales habían perdido la batalla del material contra Rusia, capaz de producir 3 millones de unidades de munición de artillería al año, cuando Estados Unidos y Europa, conjuntamente, sólo podían fabricar 1,2 millones.

El gran frente, desde Yemen a Ucrania. Fuente: @Nutsflipped_z_1  (11 de octubre de 2016)

 

Por lo tanto, ambos conflictos estaban conectados, y siguen estándolo, por vasos comunicantes y uno no se puede resolver sin el otro. Trump parece decidido a liquidar la guerra de Ucrania, pero no a dejar a Israel en la estacada. Perder ambos envites sería una catástrofe impensable para los americanos, el final desastroso de su supremacía estratégica a escala mundial. Netanyahu lo sabe, y por ello aprovecha la situación a fondo, a cinco semanas de las elecciones en Estados Unidos y en medio de una especie de vacío de poder, con un Biden cada vez más fuera de la realidad, y empeñado en tomar decisiones de última hora. Bombardear Líbano y eliminar a toda la cúpula de mando y poder de Hezbolá es una estupenda huida hacia adelante, que exporta una imagen de eficacia militar; y ayuda a que el público occidental no mire hacia la vergüenza de Gaza ni, ojo, los desastres de Ucrania. De hecho, ya está proliferando la teoría conspirativa del autogolpe, por el cual, los servicios de inteligencia israelíes sabían que Hamas iba a atacar desde Gaza, el 7 de octubre del año pasado, y dejaron hacer “para así tener una excusa” y blablablá. Vaya notición para los familiares de los rehenes que siguen en poder de Hamas, en los túneles de Gaza. Y por supuesto, todo ello le da una ayuda estupenda a Trump, que proyecta la imagen de líder que sabe lo que tiene que hacer en la delicada política internacional, mientras Kamala Harris ha hecho mutis por el foro estos días de shows en las Naciones Unidas protagonizados por Zelenski y Netanyahu.

¿Entonces, qué va a hacer Irán? Posiblemente, nada; al menos, de momento.  Es más que probable que se hayan puesto de nuevo en marcha los canales de comunicación entre Moscú, Washington y Teherán, que demostraron ser efectivos durante la crisis de Irán-Israel del pasado mes de abril. Entre rusos y americanos para pararle los pies a un desenfrenado Zelenski que, tras lanzar en agosto una temeraria ofensiva en territorio ruso, la cual tenía como objeto capturar la vieja central nuclear de Kursk, viajó a los Estados Unidos para intentar convencer al espectral Biden de lanzarse de cabeza a la guerra con Rusia. Entre iraníes y americanos los contactos que seguramente se mantienen, buscarían controlar o amortiguar las constantes provocaciones de Netanyahu que también, como el ucraniano, quiere arrastrar a los Estados Unidos a una guerra contra Irán en tiempo de descuento presidencial USA.

En cuanto a Israel, miradas las cosas desapasionadamente, invadir el sur del Líbano supone meterse en una nueva guerra de desgaste. La primera, sin concluir, está en Gaza. Después de un año de intensa actividad bélica centrada en una franja de terreno de 360 km2 (un poco más grande que el Moianès y algo más pequeña que el Maresme) el resultado es bastante dudoso:  tras lanzar más de 70.000 toneladas de bombas (a fecha de abril de 2024), el ejército israelí no controla realmente el territorio, ni la totalidad de los túneles, no ha destruido a Hamas, ni ha logrado impedir que tenga nuevos mandos, tras liquidar a los antiguos. Y tampoco ha anulado su capacidad de combate.

En el sur del Líbano, la red de túneles de Hezbolá -que, presuntamente, instruyó y organizó a Hamas- parece muy superior en extensión y variedad. Irán puede trasladar allí a combatientes y armamento con cierta facilidad. En definitiva, Ucrania ha traído de vuelta la vieja guerra de desgaste o “guerra proceso”, para la cual hay que tener una gran capacidad industrial y una fuerte voluntad de asumir bajas propias a lo largo de meses, e incluso años. Israel, que tiene un palmarés bélico impresionante, es la primera vez que se mete en una de ellas. Para los americanos no es así. Toda su narrativa y propaganda va destinada a hacernos creer que son los grandes maestros de la guerra de maniobras y de “acontecimiento”, en las cuales todo se decide en una brillante batalla “a la napoleónica”; en audaces incursiones de comandos, “a la británica”; o en generarle revoluciones internas y golpes de estado al enemigo, como en los juegos de la play. Pero la realidad es que las contiendas que ha librado Estados Unidos en la Guerra Fría y después, han sido de desgaste en su gran mayoría: Corea, Vietnam, Afganistán. Y así les ha ido: no han ganado ni una.

Efectivamente, todo esto es altamente hipotético, claro que sí. El profesor israelí Alberto Spektorowski, antiguo asesor del ministro de Exteriores laborista Shlomo Ben Ami y negociador con la Autoridad Nacional Palestina, cree que estallará una guerra con Hezbolá e Irán en algún momento. Por ahora, la estrategia de Teherán pasa por “obligar a Israel a cometer crímenes de guerra con su respuesta. Ya los tontos útiles en Occidente se ocuparán de deslegitimizar a Israel” (La Razón, 30 de septiembre). Las nuevas guerras de la confrontación global en el escenario de Oriente Próximo, están sólo comenzando; y hay para rato. Pero, ahora mismo, los acontecimientos se suceden a mucha velocidad, demasiada.

Por ejemplo, hace muy pocos días, Israel intentó bombardear el puerto de Tartus, en la costa siria, supuestamente para impedir la llegada de un cargamento de armas iraníes para Hezbollá, en el Líbano. Y los misiles atacantes fueron derribados ¿Por quién? Buena parte del puerto en cuestión está ocupada por la base aeronaval rusa, y la primera noticia hablaba de que las intercepciones habían venido de ahí. Poco después, se dijo que había sido cosa de las defensas sirias. ¿Creíble? En realidad, da lo mismo. Existe el peligro de que los israelíes terminen atacando instalaciones rusas en Siria, y entonces sí que se puede armar una buena, al implicar a los rusos con sus misiles hipersónicos Kinzhal, imparables, y la que se puede liar después.

De momento, Israel sigue con sus demostraciones de poderío y han vuelto a atacar Yemen, el puerto de Hodeida, como si eso les hiciera mayor pupa a los huzíes, que no hace mucho intentaron acertar en el aeropuerto Ben Gurion,  con un misil balístico, justo cuando regresaba Netanyahu desde Nueva York. Con lo cual, queda inaugurado el tercer frente de Israel, esta vez contra unos enemigos lejanos e inaccesibles, que mantuvieron en jaque durante varios años a una coalición militar dirigida por Arabia Saudí, la cual agrupaba a los Emiratos Árabes, Qatar, Baréin, Kuwait, Egipto, Jordania, Marruecos, Sudán y Senegal (¡Senegal!); coalición respaldada por los Estados Unidos y varios países occidentales, con la colaboración (limitada, eso sí) de al Qaeda. Buenos son los huzíes.

La situación, desde Yemen a Ucrania, pasando por Gaza y Líbano, es realmente muy tensa y peligrosa; y  la desmañada pugna por la presidencia en los Estados Unidos no ayuda en nada a estabilizar la situación, sino todo lo contrario. Entre 2018 y 2021, el célebre periodista Bob Woodward escribió una crónica en tres volúmenes sobre los últimos días de Trump en la Casa Blanca y el miedo cerval a que éste buscara permanecer en el poder metiendo al país en una guerra con China, un ataque nuclear, cualquier desatino para proclamar el estado de emergencia y seguir al frente del poder. Cuatro años más tarde, es Biden el que nos tiene pendientes de un hilo. Pero es que esta vez la situación internacional está mucho peor que hace cuatro años.

Ya tiene guasa la cosa.

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1 comentario en «De Hodeida a Kursk. La gran línea del frente en el conflicto global»

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