El humorista Marc Giró acierta en un vídeo que circula por Internet. Dice que la izquierda necesita leerse El Capital, las obras completas de Simone de Beauvoir y después hacer un congreso en el CCCB para explicarse. La derecha, en cambio, lo tiene claro: España una, grande y libre; los maricones al paredón y las mujeres a fregar el suelo. La caricatura no va desencaminada, quizá debería añadirse que en el congreso del CCCB se debatirían los matices y que cada una de las múltiples apreciaciones tendría en sí misma la semilla de una escisión. La izquierda siempre llama a la unidad, porque siempre está desunida. Después, cuando ya es demasiado tarde y su desunión ha abierto la puerta a lo peor de las derechas, grita con desesperanza «No pasarán». Suele hacerlo cuando ya han pasado. Lo hemos visto estos días en Francia.

Seguramente, en este supuesto congreso de la izquierda en el CCCB se representaría otra caricatura, la de los Monty Python en La Vida de Brian, donde en medio de un circo romano y rodeado de grupos disidentes, Eric Idle reclama su derecho a ser una mujer -“llámame Loreta desde ahora”- y a tener hijos: “Quiero parir. Es el derecho de todo hombre tener niños, si los quiere”. Y como se trata de no oprimir confrontando los deseos con la realidad, en el congreso se abriría la puerta a fórmulas imaginativas que dan vía libre al capitalismo más salvaje, capaz de convertir el cuerpo de las mujeres, normalmente mujeres pobres, en instrumentos de reproducción de personas destinadas a ser vendidas como hijos de otros. Mientras, en la sala de al lado, probablemente se considere, muy en serio y sin que se vea ninguna contradicción, eliminar de las calles las estatuas de los negreros que forjaron Barcelona con sus mal ganadas fortunas. La izquierda iliberal tiene estas cosas.
De los problemas reales de la gente poco rastro. Declaraciones de intenciones, exclamaciones y ninguna propuesta real. Nadie habla en serio de crear un parque de vivienda social digno de ese nombre en un país donde los jóvenes, y no tan jóvenes, se ven condenados compartir eternamente piso y vivir hacinados en habitaciones porque con sus salarios no pueden sostener la renta de una vivienda.
Los números cantan. Solo el 2,5% del total de viviendas en España son viviendas sociales. En Austria representan el 24%, en Dinamarca, el 29%, en Finlandia el 13%, en Francia el 17%, en Reino Unido el 17,6% y en Países Bajos un 30%. Incluso en la meca del capitalismo que es Nueva York, el 45% de las viviendas tienen la renta limitada por ley y otro 12% son pisos subvencionados por el gobierno.
Y si un sueldo no da para pagar una vivienda, quizás es que también es un problema. Se habla de precariedad, pero no se da una sola idea de cómo acabar con ella. De hecho, salvo por la subida del salario mínimo, la insuficiencia de los sueldos está prácticamente fuera del debate político, probablemente porque la competitividad de nuestra economía se basa en la precariedad. Los números vuelven a cantar. Según Bankinter, España tiene un sueldo medio por hora de sólo 18,2€, cifra significativamente por debajo de la media europea de 24€. En Italia el sueldo por hora es de 21,5 € -un 18,13% más- mientras que en Francia se paga de media por cada hora trabajada un sueldo de 28,7 €, un escandaloso 58,83% más. No nos engañemos. Los precios en Francia no son un 60% más caros que en España.
Hoy, en esta Francia que está notoriamente mejor que nosotros, la extrema derecha ha conseguido ser la ideología más votada sin hacer más esfuerzo que quejarse de qué caro está todo y qué poco se entiende a esos políticos que hablan de cosas que sólo les interesan a ellos, mientras hace bandera de la patria y demoniza a unos inmigrantes a los que echa la culpa de todos a los males del país.
La extrema derecha ha sabido dar respuesta a la desaparición del trabajador industrial de principios del siglo XX y de las épocas de bonanza de los años 50 y 60. Estos obreros han sido reemplazados por máquinas o sus trabajos se han deslocalizado hacia Asia. La izquierda no. Así, mientras la extrema derecha propone regresar a la Europa de los años 30 y crece hurgando en el desencanto de la sociedad, sin miedo a sembrar odio si es preciso y haciendo bandera de un concepto de libertad prostituido para disfrazar lo que no es más que egoísmo e individualismo, la izquierda se ha dejado llevar por causas más o menos nobles que la han dejado en manos de lobbies que le han alejado de sus raíces y, también, de la realidad. No ha sabido ver que quizás su base de trabajadores ha mermado, pero que los desfavorecidos de la sociedad han crecido y la necesitan más que nunca.