El 7 de mayo de 1978, Manuel Vital, conductor de autobús en Barcelona, secuestró el que llevaba todos los días y se lo llevó al barrio de Torre Baró para demostrar que, a pesar de que las calles no estaban asfaltadas y que había que hacer una subida considerable, podía llegar y dar servicio a sus vecinos. El barrio se había formado con personas procedentes sobre todo de Andalucía y Extremadura, pero también de otros lugares de España. Muchas habían huido por miedo a las represalias de la dictadura, terminada la guerra civil. Es el caso del Vital, a cuyo padre habían fusilado soldados falangistas. También lo hicieron de la miseria y el hambre.
Estos días se ha estrenado la película ’47’, por el número del autobús que conducía Vital. Reconstruye el episodio de su secuestro y, a su vez, el proceso de incorporación a la sociedad barcelonesa y catalana de las personas que construyeron con sus manos las casas que formaron Torre Baró. También es la historia de la construcción de Barcelona y Cataluña después de la posguerra. Vital está muerto. También su esposa, Carme, una monja catalana que dejó los hábitos para emparejarse con él.
En una sociedad catalana que incluye a quienes quieren la independencia y a quienes se sienten vinculados con España, era previsible que ’47’ generara debate. Desgraciadamente, vivimos unos tiempos en los que los debates giran en torno a las opiniones más agresivas y malintencionadas. Desde la ultraderecha españolista la han presentado como una lección de modales de los extremeños (la comunidad de origen de Vital) a los catalanes. Desde el independentismo más tronado la han acusado de exagerar el papel de los migrantes españoles en la construcción de Catalunya durante el franquismo.
Es necesario mirar la película con otros ojos. Con los de la realidad de las personas que sufrieron la guerra y la miseria y que vinieron aquí a sacar adelante sus vidas y la de la comunidad en la que se instalaron. Con los ojos del joven Pasqual Maragall, que viajaba en el autobús de Vital y que, en la película, le acompaña en su aventura de secuestrar el autobús para demostrar que podía llegar a Torre Baró.
Torre Baró tiene hoy muchas carencias todavía. Llegan los autobuses y el metro, eso sí, y ahora viven allí muchas personas procedentes de países empobrecidos de medio mundo. Joanna, hija de Manuel y Carme, representa la nueva sociedad que se incubó en ese barrio y en muchos otros barrios de Barcelona y Catalunya. La que representan también las dos canciones que cierran la película: Rossinyol que vas a França y Gallo rojo, gallo negro. Rossinyol es una canción tradicional catalana que nos cuenta la historia triste de una mujer del Rosellón casada por poderes y sin amor. Gallo rojo, gallo negro es un himno de la resistencia antifranquista creado por Chicho Sánchez Ferlosio. De esa mezcla ha salido lo que somos hoy.
Si queremos entender bien quiénes somos ahora e imaginarnos qué saldrá de las nuevas mezclas humanas que estamos viviendo en Cataluña y en todas partes, ver ’47’ nos será muy útil. Así lo entendieron los asistentes al pase del sábado al que asistí y que despidieron con aplausos su proyección.
Necesitamos más aplausos, más voluntad de entendernos y ayudarnos y menos odio. En el ayuntamiento le decían a Manuel Vital que era imposible que el autobús llegara arriba del todo a su barrio. Lo llevó allí. Nos dio un extraordinario ejemplo hace casi cincuenta años de que la justicia sonríe a quienes luchan tozudamente por ella.