Con el Barça de Joan Laporta resistiendo como puede el implacable paso de los días sin que se cierre un solo fichaje de los que ha prometido el presidente, el mes de julio toca a su fin después de que, por la normativa contable y la especial condición fiscal de los clubs de fútbol profesionales, se hubiera cerrado el ejercicio 2023-24. De todos los clubs que, obligadamente, han de someterse a este calendario, como el resto de las sociedades mercantiles que han de rendir cuentas al término de cada año natural el 31 de diciembre, ahora resulta que bajo la presidencia de Laporta todos estos parámetros no tienen por qué aplicarse estrictamente al FC Barcelona y que, además, es posible administrar un amplio margen de flexibilidad al cierre de la temporada, dependiendo exclusivamente de que al propio presidente y a su reducido equipo económico y financiero se les antoje demorar decisiones e incidencias que se arrastran, algunas como la venta de Barça Studios, desde hace dos años.
La prensa especializada y extremadamente colaboracionista, lejos de ponderar y poner en contraste el hecho de que el Real Madrid ya haya emitido un primer informe de auditoría avanzando los grandes trazos de los resultados económicos y de sus estados financieros -por cierto, envidiables, sobre todo si se comparan con la precariedad de las estructuras azulgrana-, dedica enormes espacios a justificar y manipular la única explicación posible al despropósito que se vive en las entrañas del laportismo, que, ciertamente, no sabe cómo escapar del lío en que el propio Laporta ha metido al club.
Transcurrido un mes de la fecha tope para el cierre de las cuentas, el pasado 30 de junio, la inminente solución del drama alrededor de Barça Studios se ha ido transformando. Primero era cuestión de horas el aterrizaje de inversores y hasta hace apenas un par de días, diferentes exclusivas citando fuentes solventes de la directiva daban por hecho que tanto Nike como Spotify -también Ambilight TV y un cuarto patrocinador- iban a formar parte de la reestructuración societaria de ese invento llamado Barça Vision, a través de Bridgeburg Invest, empresa de la cual el Barça posee el 51% de las acciones. El 49% restante fue vendido en verano de 2022 por 200 millones de beneficio íntegro asentado en la contabilidad del ejercicio 2022-23.
Hoy, en cambio, las mismas firmas y medios que aseguraban este procedimiento mercantil para evitar, de hecho, el hundimiento de la compañía y la generación de enormes pérdidas, ya han dejado claro que Nike no tiene la menor prisa en proseguir con esas negociaciones, mucho menos con la fantasiosa posibilidad de invertir en el negocio audiovisual y digital del club, y que también es muy poco probable que Spotify acepte dejarse embaucar por Laporta de esta forma. La nueva versión mediática ha descubierto, ahora, que como se trata de una empresa cotizada, cualquier inversión requiere un proceso previo de información y de presentación a su consejo de administración. Un examen que Barça Vision no superaría ni en el más dulce de los sueños.
El drama sigue siendo que, pese a ese ruido recurrente sobre la ansiedad y la cola de empresas que aguardan su oportunidad para entrar en Bridgeburg Invest, Laporta no ha sido capaz todavía de convencer a un solo inversor, ni a Libero ni mucho menos Orpheus Media y Socios.com, estos dos conocidos del club, lo mismo que Nike o Spotify, que también salieron corriendo de esa trampa financiera en cuanto tuvieron la oportunidad. El mismo camino de salida arrumbado por los presuntos inversores de Barça Media, la marca con la que se organizó ese otro delirio de la salida a bolsa, vía Nasdaq, que también acabó en estrepitoso fracaso.
En este nuevo día de límites, el 31 de julio, lo único que ha conseguido Laporta es que se hable solo de los 40 millones del impago de Libero y apenas nada del resto del capital pendiente de cubrir, de los 60 millones del plazo vencido el 15 de junio pasado, con el argumento de que LaLiga le acepta como fecha de provisión el 1 de septiembre. Diferentes medios apuntan que, en ese momento, tanto LaLiga como el auditor determinarán si un posible impago o una supuesta y milagrosa llegada del dinero impactaría en el ejercicio 2023-24 o en el 2024-25. Que se publique un sinsentido de ese calibre supone que alguien desde dentro del club lo explica más o menos de este modo. Lo más probable es que el Barça se haya comprometido con LaLiga a cumplir con esos plazos plazo y que Javier Tebas, una vez más, le haya repetido que si consigue ese dinero, 100 millones, y después vende jugadores, entonces sí, con el beneficio neto de los traspasos pueda fichar a algún crack.
Sin mencionar el problema añadido de que los vendibles Araujo, Pedri, Frenkie de Jong, Gundogan o Raphinha o están lesionados o no se quieren ir a ninguna parte. Además, la entrada en el mes de agosto, época de vacaciones y de paralización comercial y económica en todos los sectores, supone otro freno al desarrollo de ese plan Laporta con el que ha animado el verano desde el final de la Eurocopa.
La retransmisión pública de este calvario financiero retrata aún más el papel incómodo del auditor, Grant Thornton, que debe validar o poner fin de una vez por todas a esta ilusoria perspectiva sobre el cierre de la temporada, sobre todo a efectos de fechas y plazos que, resultan evidentes, Laporta está forzando porque no ha hecho los deberes y, desesperadamente, alimenta un relato de «buenas noticias» que no acaban de llegar a tiempo de que se cumplan de verdad las promesas del presidente.
Un mes después del final de la temporada económica, lo único que mantiene en pie la moral del barcelonismo es la ilusión con la que los medios retransmiten el ilusionismo de Laporta.