Muchas veces se afirma que la política suele simplificar excesivamente lo complejo para hacer de todo un eslogan o crear una imagen que refuerce el propio relato. A menudo es cierto, pero en Cataluña también pasa a menudo al revés: se complican las explicaciones para distraer o distorsionar lo nítido. Esto es lo que ha ocurrido después de las elecciones catalanas. Hay quien intenta afirmar que hay muchas posibilidades de gobierno, o bien se acusa a alguien de no arriesgarse y presentarse a la investidura antes de tener ningún acuerdo cerrado, pidiendo que quien ha ganado las elecciones se suicide.
Los resultados electorales fueron muy claros al darle la victoria a Salvador Illa, reforzado esto por un gran resultado en las elecciones europeas que hubo poco después. El independentismo no suma, como lo había hecho en la anterior legislatura pese a haber ganado aquellas elecciones el propio PSC. Sólo hay una opción de formar gobierno posible, y es que los Comunes y ERC acuerden apoyar al candidato socialista.
La cara B de esta opción, es volver a elecciones lo que desea y promueven día sí y día también Carles Puigdemont y los suyos. Que Esquerra ponga precio político al apoyo parece lógico, al igual que harán los Comunes, pero ciertamente es a quien menos conviene una segunda vuelta que les laminaría electoralmente. En estas circunstancias, parecería que el acuerdo debería llegar más pronto que tarde. No sólo por aritmética y por cálculo partidista, también por un mínimo sentido de la responsabilidad.
Cataluña debe ser gobernada y requiere no dejarse llevar por los cantos de sirena de aquellos que viven muy bien en el desgobierno y el caos. Está claro que no es un buen momento para ERC, partido sumido en una crisis interna muy profunda que tiene que ver con el fracaso de cierta estrategia política y el derrumbe de una generación de líderes. Hay que situarlo en el postprocés y eso está reñido con las prisas, aunque tener responsabilidades de Gobierno en Barcelona y en la Generalitat puede acelerar un proceso que, vivido de forma larga y calmada, puede resultarles fulminante.
La estrategia de Junts es evitar que se forme gobierno en Cataluña e ir a una repetición electoral culpando a los socialistas. Tiene broma el asunto. Controlar la mesa del Parlament, les permite realizar un simulacro de petición de investidura de Puigdemont exigiendo la abstención socialista. Cualquier persona, por poco politizada que esté, sabe que esto no tiene ni pies ni cabeza. Que quien ha ganado todas las últimas elecciones proporcione la presidencia no sólo al segundo, sino a quienes dicen quieren seguir jugando al fraccionamiento del país, sencillamente, no se producirá. Estaría contra toda lógica política y en confrontación a la voluntad expresada por los votantes socialistas que, justamente, quieren pasar página con la amnistía y otras mayorías de gobierno a tanto tiempo perdido y a tanta fractura provocada de forma frívola.
Seguramente no es el PSC quien tiene más que perder en repetir elecciones ya que las segundas vueltas suelen reforzar a los ganadores, pero quien no puede permitírselo es el país. Sería una inmensa irresponsabilidad. En la estrategia de Puigdemont, su sueño húmedo, es ir generando situaciones de bloqueo en la política catalana, ni hacer ni dejar hacer. Repetir elecciones apelando a la unidad independentista bajo su bandera, reforzado este discurso con las proclamas de los medios y plataformas afines, hasta el infinito. Una visión en la que el principio de realidad no existe y, menos aún, reconocer que su tiempo ya ha pasado, que ha acabado por ser un problema para el país, y también para los suyos que ya quisieran dar por superada la pantalla de prometer una utopía que no está disponible.
Todo depende de ERC. Así es. Puede apostar por el abrazo del oso independentista bajo la amenaza de ser tildados de traidores, o apostar por una estrategia propia y mirar adelante. La clave, dicen, es la financiación de Catalunya. Aquí creo que en los contenidos el acuerdo es relativamente sencillo, hay coincidencias en que la necesaria nueva financiación de Cataluña debe ser justa y proporcionada a las competencias que tiene Cataluña, considerando la ordinalidad; es decir, tener un papel de orden similar en la proporción y recepción de fondos.
El problema a superar, en cualquier caso, es la nomenclatura. La terminología es importante para no generar el rechazo o estimular bajas pasiones. Pero lo que debería contar es el resultado obtenido. ¿O no?