Con un entrenador partidario de jugar con un estilo, planteamiento y objetivo completamente distintos a la filosofía y la identidad propia del fútbol azulgrana de las últimas décadas, Joan Laporta es tan libre de darle al primer equipo ese giro radical en lo estrictamente futbolístico, tanto como el socio del Barça lo es para apoyar, o no, esa nueva tendencia, y, llegado el momento, decidir si también toca renovar esa atmósfera viciada de una directiva atrapada desde hace tiempo en sus propias mentiras y en una absoluta falta de credibilidad.
Ese es el desafío que representa para esta junta Hansi Flick, el ingenuo entrenador alemán al que Laporta debe tutelar como a un niño en sus primeros pasos para intentar que en su primera comparecencia ante la prensa no meta la pata demasiado. Lo hará este jueves, dos meses después de haberlo fichado y de haber sido secuestrado y de permanecido oculto con la esperanza de que la prensa le acabe preguntando más por Nico Williams y por cómo jugará el Barça del 125º aniversario que por cómo vivió aquel lejano día del mes de abril en que por la mañana fue confirmado como nuevo entrenador y por la tarde leía en la prensa que Xavi Hernández acababa de aceptar la propuesta del mismo presidente para seguir en el banquillo una temporada más, noticia surrealista a la que siguió una rueda de prensa cargada de abrazos, emociones y lágrimas en la que el presi y el mister declararon públicamente su amor eterno.
No solo en lo personal, pues ambos estuvieron de acuerdo en que el Barça debía seguir fiel a su estilo, metodología y personalidad futbolística, eso sí, con algunos fichajes para mejorar la preparación física y las súbitas caídas del software sufridas por el equipo de Xavi en los partidos clave.
Dos meses después, el nuevo entrenador va en la dirección opuesta. «Para mí es crucial estar en forma. El fútbol es mucho más que jugar con el balón», ha avanzado en la entrevista previa a Barça One, dejando claro sus principios futbolísticos radicalmente alejados del cruyffismo, del dogma guardiolista y de ese desgaste que sucesivos entrenadores como Tata Martino, Luis Enrique, Valverde, Koeman y Xavi han sufrido por las críticas de los puristas y garantes de la esencia del fútbol identitario barcelonista.
Tan controvertido resulta el aterrizaje de Flick en el Barça, no por su culpa suya, sino por la de un presidente caprichoso, inestable y desesperado, que el propio Laporta comparecerá a su lado en la rueda de prensa de su puesta de gala para matizar, orientar y complementar las respuestas que más le conviene a la junta, sin duda optimistas y esperanzadoras por lo que se refiera a refuerzos y fichajes relacionados con los nombres de Nico Williams, Dani Olmo y otros que danzan en el decorado mediático de este verano a menos de un mes -17 de agosto- del primer partido de Liga en Valencia.
Será algo nunca visto, desde luego, aunque compatible con la multifuncionalidad de un presidente que oficia y ejerce en todos los ámbitos de la institución, obligadamente porque los mejores profesionales se dan a la fuga en reacción a esa tendencia invasiva de Laporta que ya no resiste, ni siquiera en la figura de Flick, el protagonismo de nadie más que no sea él.
La reversión del modelo de juego patrocinada por Laporta, la que de verdad tenía en mente desde las elecciones, es la de dar portazo a décadas de populismo cruyffista y hacer correr de una vez a esos futbolistas que, a su juicio, a la hora de la verdad ni ponen el pie, ni controlan el juego, ni le echan lo que hay que echarle para ganar los partidos. Laporta visualizaba la llegada de un entrenador como Flick que, por fin, liderase sin convencionalismos ni miedos ese cambio de modelo de juego de posición, fútbol pensante y primer toque que ha esclavizado al Barça durante tanto tiempo.
Ese es, más o menos, el resumen y la expresión deducible de su primer palmero y faldero, Lluís Carrasco, ese personaje al que pocos superarían en ese papel indocumentado, ignorante y necio superlativo en materia barcelonista que diariamente le toca desempeñar en los medios y en el nicho digital laportista. «Que no os engañen -ha dicho- con eso de que «jugar bonito es innegociable». Es el primer paso para justificar estar instalados en la derrota. Los equipos que son referentes GANAN. Punto», afirmación que vendría a ser una declaración de madridismo puro y duro, y que, desde luego, entraría en contradicción con los parámetros de las dos décadas más brillantes de la historia azulgrana y con la coronación del Barça de Messi, Xavi, Iniesta, Busquets, Puyol, Piqué como el mejor equipo de todos los tiempos.
«Ya saben que un servidor ni es, ni quiere ser, esclavo de tiempos pasados, y mucho menos de nuestra propia historia. Soy persona de vivir en presente, de trazar en inmediato y de proyectar en posible. Tal vez a alguno le moleste, que me consta, pero me tranquiliza oír tanto al jefe como al nuevo míster hablando una y otra vez de ganar. Me serena saber que la victoria vuelve a estar en la diana de cuanto se está trabajando, y la entelequia del juego bonito, su dogma de fe y su enfermizo ADN, queda de momento en compás de espera. No. Yo a lo que aspiro es que mi Barça juegue bien, muy bien… Llevamos demasiados años flagelándonos con patéticas derrotas en la búsqueda de un santo grial estilístico que no descifrábamos como implantar», ha manifestado.
Soliloquio que, de aplicarse ahora a la estructura deportiva del club como exige el publicista de moda, debería comportar el desmantelamiento total del fútbol base, que camina en dirección contraria, y el cierre y liquidación del Barça femenino, paradigma de todos esos atributos que a él personalmente y al presidente, ya que asegura hacer suyo ese mismo discurso, le resultan alérgicos y vomitivos.
El caso es que no hace ni dos meses esa era también la apuesta del propio Laporta con Xavi al frente y basado en la filosofía y método de la Masía.
Carrasco lo que hace es, en cada momento, vender fresco el producto laportista, normalmente de caducidad rápida, no reciclable y autodestructivo. Se le recuerdan, a poco que se repase la hemeroteca, momentos célebres como cuando se pasó un mes repitiendo «Messi vendrá». Hace unos días también dio lecciones de economía ética: «¿Que los números que nos presentan están maquillados? ¿Que la entidad ha tirado de ingeniería financiera para cuadrar la realidad? Por favor, seamos serios, hasta mi maltrecha agencia de publicidad tira de recursos contables para seguir respirando, no seamos inocentes».
Por eso, porque reconoce en Laporta al más audaz de los tramposos, Lluís Carrasco, referente de ese laportismo oportunista y zafio que solo se dedica a justificar las atrocidades del amo por falta de ideas propias y, básicamente, porque le va el negocio en remar a favor del presidente, también hace proclamas sobre el mercado: «Nico Williams como realidad inminente, Merino como necesidad y Dani Olmo como húmedo deseo, se plantean hoy como factibles cuando hace dos días no podíamos ni sabíamos cómo encarar con dignidad una imprescindible operación renove«. Insuperable.