Ante todo tengo que entonar un mea culpa. Parte de mi trabajo como periodista ha estado marcado por mis convicciones ideológicas. Unas convicciones basadas en la cooperación, la solidaridad, la fraternidad, la defensa de los más vulnerables… ¡un ‘progre’, vaya! Se supone que los periodistas deben dejar en casa sus convicciones y limitarse a informar de forma objetiva.
Creo que el periodismo no puede ser neutral. No se puede poner al mismo nivel a los que creen que la Tierra es plana y los que la reconocen tal y como es. El problema es saber hasta dónde se puede estirar este argumento. Yo que creo que ser independentista en Cataluña es incompatible con ser de izquierdas. ¿Puedo trasladar esta convicción a mis informaciones supuestamente objetivas?
Hay otro factor que ha influido en mi talante profesional y es que mi estreno periodístico se produjo en los primeros años del postfranquismo. Entonces, periodistas y políticos demócratas íbamos de la mano. Todo valía para desmontar el franquismo y criticar a sus herederos.
En estas estábamos, cuando conocí a Enric Sopena. Era como yo pero con cargo, traje y corbata. A caballo entre Barcelona y Madrid, optaba por un periodismo comprometido con el combate contra la derecha española y catalana. La cosa de Madrid me quedaba lejos, pero la de aquí me motivaba. Y durante varios años hice de periodista antipujolista abiertamente. A mí y a otros dos compañeros –Jaume Reixach y Enric González– se nos ocurrió la arriesgada idea de hacer un libro sobre Banca Catalana, cuya plataforma a partir de la cual Jordi Pujol cimentó su figura e incidencia política. Y quedamos marcados de por vida.
Enric Sopena ha sido toda la vida el periodista pro-socialista que sacaba de quicio a pujolistas y a la Brunete mediática y política madrileña. Lo han manifestado en algunos mensajes repugnantes en las redes sociales después de su muerte el pasado 7 de julio. También algún redactor de TV3, la nuestra, que hacía años que no era ni la de Enric ni la mía.
Esta coincidencia profesional e ideológica hizo que durante los años que coincidimos en el Diari de Barcelona viviera unos tiempos de periodismo excitante divertidísimos.
Mirando atrás creo que me habríaa gustado también trabajar un tiempo a las órdenes de Antonio Franco. En El Periódico, El País o en un digital precario. Da igual. Un director de periódico como Franco, capaz de presentarse en la redacción para quejarse de que hace días que nadie le llama para amenazarle con una querella por algo que ha publicado es “lo más”.
Ni Franco ni Sopena están ahí ya para compartir complicidades e ilusiones. Ahora tengo otros referentes pero no los pienso decir hasta que no traspasen. O ellos o yo. Si yo me voy primero me llevaré el secreto conmigo. Mientras continúe haciendo de periodista seguiré ‘sopenizando’. A mis casi 68 años no se me podéis pedir que cambie. Bueno, pedir sí, pero no contéis con que os haga mucho caso.